Juicio a la Iglesia Católica
Su Santidad, Papa Francisco
Ciudad del Vaticano
Enero del 2016
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Estimado Santo Padre,
Soy un judío. Tengo la seguridad, como la tuvo
Menachem Mendel Schneerson de Crown Heights, Brooklyn, de la descendencia
directa del Rey David por parte de mi padre (mi madre, me aseguraron, descendía
de Hillel).
Tengo 74 años. Me convertí a la Iglesia Romana
Católica a la edad de 17 en el último año del pontificado del Papa Pio XII. Lo
hice porque estaba bajo la convicción de que tenía que aceptar y tener la fe de
que Jesucristo era mi Salvador, y yo lo creí. Y creí que tenía que ser
bautizado como miembro de Su Iglesia para tener la oportunidad de salvación.
Así es que me convertí y fui bautizado en la Iglesia Católica y luego fui
confirmado.
Con el paso de los años he contribuido con decenas
de miles de dólares tanto al Óbolo de San Pedro (la tesorería del propio papa
sobre la cual usted debe estar por supuesto muy familiarizado), como a mi
propia parroquia y diócesis.
Durante ese tiempo he atendido a miles de misas,
cientos de horas santas y novenas, he dicho miles de rosarios y he hecho
cientos de viajes al confesionario.
Ahora en el 2015 y el 2016, he leído sus palabras y
aquellas de su “Comisión Pontificia”. Usted ahora enseña que porque soy de raza
judía, la Alianza de Dios conmigo nunca fue rota y que no puede ser rota. No
califica la enseñanza especificando cualquier cosa que yo pudiera hacer que
podría amenazar a la Alianza, que usted dice que Dios tiene para conmigo porque
soy un judío. Usted enseña que es una Alianza imposible de romper. Ni siquiera
dice que depende de que yo sea una buena persona. Lógicamente hablando, si la
Alianza de Dios conmigo es irrompible, entonces un judío de raza como yo puede hacer
lo que quiera, y aún así Dios mantendrá su Alianza conmigo, y yo iré al Cielo.
Su Comisión Pontificia escribió este pasado
diciembre: “La Iglesia Católica ni conduce ni apoya ningún trabajo de
misión institucional específico dirigido a los judíos…de ninguna manera
significa pues que los judíos estén excluidos de la salvación de Dios porque
ellos no creen en Jesucristo como el Mesías de Israel ni como el Hijo de Dios.”
Usted es el Pontífice. Yo creo que su Comisión
enseña bajo su bandera y en su nombre, y en lo que usted declaró durante su
visita a la sinagoga en enero. Como resultado, ya no veo el sentido en
levantarme cada domingo por la mañana para ir a misa, rezar rosarios o en irme
al rito de reconciliación el sábado por la tarde. Todas esas cosas son
superfluas para mÍ. Basado en su enseñanza, ahora que sé que todo se debe a mi
superioridad racial a los ojos de Dios, no veo la necesidad de nada de ello.
Ahora no veo razón alguna por la cual fui bautizado
en 1958. No había necesidad de que yo fuera bautizado. Ya no veo por qué había
una necesidad para que Jesús viniera a la tierra tampoco, o que le predicara a
los hijos judíos de Abraham de su día. Como usted cita, ya estaban salvados
como resultado de su descendencia racial de los patriarcas bíblicos. ¿Para qué
lo necesitarían a Él?
A la luz de lo que usted y su Comisión Pontificia
me han enseñado, parece que el Nuevo Testamento es un fraude, al menos en lo
que se aplica a los judíos. Todas esas prédicas y disputas a los judíos no
tuvieron propósito alguno. Jesús tenía que saber esto, y sin embargo persistió
en causar un montón de problemas para los judíos, insistiendo en que tenían que
nacer nuevamente, que tenían que creer que Él fuera su Mesías, tenían que dejar
de seguir las tradiciones de los hombres, y ellos no podrían llegar al Cielo a
menos que creyesen que Él era el Hijo de Dios.
Su Santidad, usted y su Comisión me han instruido
en el verdadero camino para mi salvación: mi raza. Es todo lo que necesito y
todo lo que jamás he necesitado. Dios tiene una Alianza con mis genes. Son mis
genes los que me salvan. Mis ojos están abiertos ahora.
Consecuentemente, le llegarán noticias de mi
abogado. Voy a entablarle una demanda al papado y a la Iglesia Romana Católica.
Quiero que me devuelvan mi dinero, con intereses, y estoy buscando daños
compensatorios y punitivos por el daño psicológico que su Iglesia me causó, al
hacerme creer que necesitaba algo, aparte de mi identificación racial elevada,
para poder irme al Cielo después de que muera.
Estoy litigando también por el tiempo que malgasté,
que pude haber utilizado trabajando en mi negocio, en vez de desperdiciarlo en
adorar a un Jesús en el que ahora dice su Iglesia que no necesito creer para mi
salvación. Sus prelados y sus clérigos me dijeron algo muy distinto en 1958.
¡Me han robado!
Sinceramente,
Pinchus Feinstein
2617646 Ocean View Ave.
Miami Beach, Florida 33239
P.D.: Estoy transmitiéndole esta carta a Hoffman,
un ex-reportero de AP de Nueva York, con la esperanza que él atraerá la
atención de aquellos de quienes deberían estar enterados de ella. Se lo estoy
transmitiendo a él en forma de un sueño, pero, sin embargo, representa los
sentimientos de muchas víctimas de su Iglesia ladrona.—Pinch
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