LA GRAN BRECHA
Por Alejandro Drucaroff Aguiar
El
título del último libro de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía y ex
Economista Jefe del Banco Mundial, entre otros antecedentes por demás conocidos
y destacados, resume de modo contundente una de las cuestiones más decisivas de
la agenda económica y política mundial: la desmesurada y creciente desigualdad
existente en casi todos los países del globo, con algunas excepciones más que
interesantes. La Argentina no escapa a ese grave problema que estructuralmente
no se ha modificado en las últimas décadas.
Las
cifras son demoledoras: el último informe internacional de la Oxfam,
confederación de 17 ONG de sólido prestigio, establece que el 1% más rico de la
población mundial ya posée el 50% de todo lo que se considera riqueza. Un dato
paralelo es aún más impactante: las 62 personas más ricas del planeta –53 de
ellas hombres- poseen la misma riqueza que la mitad más pobre (3600 millones de
personas). En los últimos años la brecha no deja de crecer; en 2014 los
potentados de esa ecuación eran 85 y en 2015 80; ahora basta con 62.
Los
datos de los organismos internacionales y las consultoras internacionales son
básicamente concordantes.
Stiglitz
–quien recoge los aportes de otros grandes pensadores como los también premios
Nobel Krugman y Amartya Sen y el francés Thomas Piketty, autor de la más
detallada investigación sobre desigualdad titulada “El Capital en el Siglo
XXI”- plantea en los ensayos compilados en su obra varias conclusiones
importantes:
*
LA DESIGUALDAD NO ES INEVITABLE NI ES CONSECUENCIA DE LEYES INEXORABLES DE LA
ECONOMÍA SINO CONSECUENCIA DIRECTA DE LAS POLÍTICAS Y ESTRATEGIAS SEGUIDAS
DESDE EL PODER.
*
Niveles tan extremos de desigualdad como los que hoy padecemos impiden un
crecimiento económico sostenido y sustentable y ponen en riesgo el sistema
democrático.
*
Hay un círculo vicioso: el aumento de las desigualdades económicas se traduce
en desigualdades políticas –más aún en sistemas como el de EEUU cuyo sistema
político otorga poder ilimitado al dinero-. Las desigualdades políticas, a su
vez, aumentan las económicas. El acceso a la justicia se ve también limitado en
proporción a los recursos.
*
La gran crisis financiera iniciada en 2008 no fue un hecho fortuito ni
inevitable. Las desigualdades económicas y políticas contribuyeron
decisivamente a causarla y el modo en que se la encauzó agudizó incluso las
desigualdades. Baste recordar los cientos de miles de millones de dólares
dedicados a salvar a los bancos “demasiado grandes para caer” y la paralela
desprotección de los sectores más vulnerables, librados a su propia suerte.
Dentro
del limitado espacio de una columna de opinión, cabe agregar un par de
condimentos desde el punto de vista jurídico.
En
primer lugar –y como varias veces lo destacamos- la existencia de un sistema
financiero paralelo por el que circula un tercio de los dineros del mundo es
clave para incrementar la desigualdad. Los paraísos fiscales posibilitan la
circulación de los fondos provenientes de las más abyectas actividades
(corrupción, narcotráfico, terrorismo, crimen organizado) pero a la vez brindan
un esmerado servicio al gran capital concentrado y, en general, al “1%”. La
evasión fiscal se canaliza a través de ellos privando a los Estados de recursos
gigantescos (Oxfam los estima en 190 mil millones de dólares al año) que serían
cruciales para cumplir los fines estatales y proveer al efectivo goce de los
derechos y garantías que los Tratados Internacionales, las constituciones y las
leyes aseguran a todas las personas y a los que una proporción alarmante –y
también creciente- no accede.
En
segundo término, los mismos paraísos permiten el abuso –delictuoso por lo
general- de la mal llamada planificación fiscal. Mencionemos sólo dos ejemplos:
varias de las grandes compañías estadounidenses declararon en 2012 ganancias en
las islas Bermudas por 80.000 millones de euros, equivalentes al 3,3 por ciento
de sus réditos globales aunque en esas islas realizan el 0,3 por ciento de sus
ventas globales y el 0,01 por ciento del costo laboral global. Un pequeño
edificio de tres plantas en Luxemburgo –país con una tasa de impuestos
absurdamente baja- es la supuesta sede de…1.600 grandes empresas
multinacionales (!) que usufructúan esa ventaja para derivar sus ganancias al
pequeño país de medio millón de personas donde casi no realizan actividad.
Por
último, los sistemas fiscales suelen ser regresivos. Los impuestos a las
grandes fortunas y a los muy altos ingresos han decrecido en la mayoría de los
casos para llegar a absurdos como el de Italia, donde la alícuota que paga
quien gana 80.000 euros al año es la misma que la de quien gana 8 millones es
la misma. Como recordó tiempo atrás Warren Buffet, dueño de una de las mayores
fortunas del mundo, él pagaba en concepto de ganancias un porcentaje mucho
menor que su secretaria. El escandaloso atraso en las escalas de ese impuesto
en la Argentina es otra muestra del mismo problema.
Interesa
resaltar que las sociedades más avanzadas de la Tierra, en cuanto al nivel de
vida y al nivel de felicidad que sus miembros perciben sentir –por caso, los
países escandinavos, Canadá o Nueva Zelanda, entre otros- tienen sistemas
fiscales más progresivos, desigualdades sensiblemente menores, y un rol estatal
por demás activo y eficiente, sobre todo en el contralor de cualquier desborde
o abuso del poder económico. Sin duda otro modelo es posible y en un marco
democrático de calidad superior.
LA
OBRA DE STIGLITZ –CONTINUADORA DEL APORTE MÁS SISTEMATIZADO Y DESARROLLADO EN
LA ANTERIOR, “EL PRECIO DE LA DESIGUALDAD”- ALERTA SOBRE UN FENÓMENO QUE AFECTA
FUERTEMENTE LAS CONDICIONES DE VIDA DE LA GRAN MAYORÍA DE LA POBLACIÓN Y, LO
QUE ES MÁS GRAVE, PONE EN TELA DE JUICIO LA LEGITIMIDAD DEL ESTADO DE DERECHO
DEMOCRÁTICO.
Es
que, al cabo, niveles tan extremos de desigualdad reducen a la nada la igualdad
de oportunidades y determinan, exclusivamente en función del lugar de su
nacimiento, la suerte de las personas.