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TRUMP NO LIDERARÁ EL MUNDO LIBRE

TRUMP NO LIDERARÁ EL MUNDO LIBRE

Su primer viaje confirma el cambio de valores en la política exterior de EE.UU.

JORDI BARBETA -  WASHINGTON – La Vanguardia -29/05/2017

Lo primero que hizo Donald Trump en cuanto regresó a Washington de su primer viaje al extranjero como presidente fue reemprender su frenética actividad en Twitter. A primerísima hora de la mañana de ayer escribió: “Acabo de regresar de Europa. El viaje ha sido un gran éxito para Estados Unidos. ¡Trabajo duro, pero grandes resultados!”.

De ilusión también se vive, porque después de nueve días en los que Trump ha visitado Oriente Medio y Europa, su imagen en el mundo ha empeorado y no ha mejorado en absoluto en Estados Unidos, donde se ha encontrado con que los problemas que dejó pendientes se han complicado considerablemente hasta alimentar más que nunca las dudas sobre su propia continuidad en la presidencia.


Trump debía estrenarse como el nuevo líder del mundo libre, pero ha renunciado deliberadamente a ello y lo ha demostrado en el fondo y en las formas groseras adoptadas. Se conforma Trump con ser el mero representante de un país que, eso sí, es la primera potencia mundial, pero que no va más allá de la defensa de tangibles intereses nacionales. De hecho, en esto ha sido coherente con su reiterada promesa de ser “presidente de Estados Unidos y no presidente del mundo”.

El único hecho que se ha concretado en los nueve días de gira es el contrato de venta de armas a Arabia Saudí por valor de centenares de miles de millones de dólares
Así que nada volverá a ser como antes. La propia canciller alemana, Angela Merkel, lo ha visto claro: “Lo que he experimentado en los últimos días es que los tiempos en los que podíamos confiar completamente en otros han cambiado, y nosotros, los europeos, debemos asumir que nuestro destino está en nuestras manos”.

Trump ha proclamado el éxito de su primer viaje a Oriente Medio y Europa, pero el único hecho que se ha concretado en los nueve días de gira es el contrato de venta de armas a Arabia Saudí por valor de centenares de miles de millones de dólares, que según algunos analistas añadirá más leña al fuego de los conflictos que asuelan la región.

“Donald Trump acepta Arabia Saudí como un bastión estratégico, y ya hemos visto cómo el régimen de Riad se siente facultado para pasar a la ofensiva”, señalaba al Washington Post Fawaz Gerges, profesor de Estudios de Oriente Medio en la London School of Economics.

Tras la visita de Trump a Riad, las tensiones y los movimientos represivos han crecido en la propia Arabia Saudí, en Qatar, en Bahréin y en Egipto con disidentes políticos muertos y centenares de detenidos.

La siguiente etapa del viaje de Trump fue a Israel

Al mismo tiempo, Irán, señalado por Trump como el enemigo común, denunció una incursión de Bahréin contra disidentes chiíes y no tuvo más remedio que sacar pecho mostrando su tercera instalación subterránea de misiles balísticos. Gerges prevé la intensificación de guerras de poder en Yemen y Siria, donde Arabia Saudí e Irán han apoyado bandos opuestos y entre Israel y Hizbulah. “Todas las partes se están preparando para la siguiente ronda”, señala Gerges.

De lo concreto a lo ambiguo, la siguiente etapa del viaje de Trump fue a Israel, donde no acabó de satisfacer a nadie. Evitó la solución de dos estados como concepto, para alivio israelí y decepción palestina, pero olvidó su promesa de trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén, y aunque se refirió con vehemencia a propiciar un acuerdo paz en la región, redujo el papel de Estados Unidos al de mero observador que los palestinos no ven neutral y los israelíes demasiado sensible a las posiciones saudíes.

Con todo, donde Trump demostró el cambio de paradigma en la política exterior estadounidense fue en la etapa europea de su viaje: frialdad con el papa Francisco, discursos impertinentes y formas groseras con los aliados de la OTAN y una actitud displicente con los líderes del G-7, a los que ninguneó anunciando que lo que tenga que decir sobre el Acuerdo del Clima de París lo dirá la semana que viene. “Brutalidad verbal y física”, denunció Le Monde, que criticó que Trump se dirigió a los líderes de la Alianza como el que imparte “una lección a los niños”.

Aunque Trump consiga que los europeos paguen más por su defensa, comportándose de tal manera está claro que no se puede liderar nada, porque más allá de las formas y de las diferencias, lo que Trump está cambiando son los valores que inspiran la cooperación y la política exterior de Estados Unidos.

La defensa de la democracia y los derechos humanos ha dejado de ser la divisa que daba un aura de legitimidad al liderazgo de la primera potencia. Trump dejó claro en Riad que no sólo no va a molestar a las monarquías del Golfo exigiéndoles respeto a los derechos humanos, sino que además apoyará (y armará) a estos regímenes represivos mientras se plieguen a sus intereses. Es cierto es que, en realidad, es lo que han venido haciendo, aunque fuera vergonzosamente las anteriores administraciones. La diferencia es que Trump lo tiene teorizado. El propio secretario de Estado, Rex Tillerson, ha afirmado: “Muy a menudo, nuestros valores son un obstáculo al impulso de nuestros intereses”, así que “tenemos que entender cuáles son nuestros intereses, y luego, en la medida en que podamos promocionar y avanzar nuestros valores, deberíamos hacerlo…”.

Obviamente, el interés de Trump es que con su consigna “America first” mantendrá la aprobación de su clientela doméstica, pero de momento las cosas no son así. En los nueve días que ha estado ausente del país, su actividad se ha visto relegada mediáticamente por las revelaciones del Rusiagate, que le comprometen cada vez más y que impiden a los republicanos imponer su agenda política.

La prueba es que Trump se ha puesto de nuevo a la defensiva con su estilo habitual. Después de proclamar que su viaje ha sido un éxito, los cuatro siguientes tuits que escribió a las 8 de la mañana eran nuevos ataques a los diarios acusándoles de inventarse noticias falsas. La aprobación del presidente sigue por debajo del 40%, y la sensación de crisis está tan instalada en la Casa Blanca que todas las expectativas se centran en el golpe de timón que se espera que dará Trump para evitar el hundimiento.

Pillado por la mano

Donald Trump, cuyos apretones de manos suelen adoptar un cariz autoritario –a menudo arrastra violentamente a su interlocutor hacia sí–, se encontró en la cumbre de la OTAN en Bruselas con la horma de su zapato. Advertido del estilo del presidente de Estados Unidos, en el momento del saludo oficial, su homólogo francés, el novicio Emmanuel Macron, no sólo estrechó firmemente la mano de Trump, sino que la retuvo con fuerza, impidiendo que el otro se zafara del apretón.

El nuevo inquilino del Elíseo explicó ayer en el Journal du Dimanche que actuó de este modo para expresar firmeza. “No fue algo inocente, tampoco la clave de una política, pero sí un momento de sinceridad (...) Era una forma de mostrar que no vamos a hacer pequeñas concesiones, aunque sean simbólicas”, afirmó Macron, quien añadió: “En mis diálogos bilaterales, no dejo pasar nada, es así como uno se hace respetar”.