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FÁTIMA, RECALIFICADA
Recalificar
un terreno, se convirtió hace años en una ocasión estupenda para
enriquecimiento de políticos de todo pelaje. Una zona que estaba teniendo un
uso rural, se recalificaba convenientemente para tener uso turístico, subía el
precio de la tierra y en ese trayecto, nada por aquí, nada por allá… salían
algunos milloncejos a distribuir entre los pillastres de turno, comisionistas,
alcaldes o mediadores varios. Eso pasó en España durante todo el tiempo del
boom turístico, aunque hay que reconocer que hoy en día este tipo de acciones
se hacen con más descaro, más estilo y resultados de más volumen. En todo caso,
la recalificación permitía dar un uso distinto al que se estaba dando hasta el
momento, para lucrarse todo quisque.
Hoy día, en
la Iglesia de Francisco (parece que es el propietario), se está recalificando
todo, sin prisa pero sin pausa. Siguiendo el calendario bergogliano y los
estatutos de la mafia de Saint Gall que es la que parece ser que montó el
negocio, probablemente con capital judío y otras aquiescencias multicolores. El
caso es que la desmitologización propuesta por Bultmann fue un juego de
niños, comparado con esto. El protestante Bultmann encandiló a todos los
teólogos y jerarcas católicos de la época, al proponer desmitologizar los milagros
y todo el contenido del Evangelio que se presumiera mito, o sea, no exactamente
histórico. Con este método, se cargó los evangelios en su totalidad, pues se
comprobó científicamente que todo era mito. Gracias a Bultmann y sus
católicos monaguillos, babosos y corifeos varios, pudimos interpretar
existencialmente lo que no era mas que una pura creencia mitológica, exagerada
por el panolismo intelectual de la época y mantenida por los centro de poder
interesados.
Ahora
estamos en otros tiempos. Pasado el viejo Bultmann, hay que desmitificar de
otra manera. Hay que recalificar, redefinir, redirigir, reordenar… eso que un
post-moderno llamaría cambiar de paradigma. Sólo de esta forma se
puede despertar al pueblo fiel de su sueño dogmático y hacerle ver que las
cosas no son como se las habían contado antes del Concilio. Y como todavía
quedan ciertos resquicios, atavismos y creencias en el tintero, pues se
recalifican, se reinterpretan y se destruyen.
Hay que
tener en cuenta que las apariciones de Fátima tuvieron lugar hace cien años,
nada menos. En aquella época, la Iglesia era más bien madrastra. Todavía no se
había determinado la Iglesia a poner la venda de la misericordia antes que el
castigo de la intolerancia, y por eso no es de extrañar que estos niños hablaran
de visiones del infierno, de almas que iban cayendo al abismo de fuego, o de
castigos a este mundo ateo y descreído. Eran unos niños buenos, sin duda. Y por
eso los canonizamos aprovechando el viaje. Pero habían estudiado el catecismo
en el Astete seguramente y no habían conocido los Catecismos de las
Conferencias Episcopales de ahora. Seguro que la catequesis de la Primera
Comunión la hicieron con algún cura reaccionario que sólo pensaba en el castigo
por el pecado y no en la misericordia. Y además, seguro que les enseñaron a ser
rígidos a estos pobres niños. De hecho, parece que sí que lo eran, a juzgar por
sus obsesiones por el infierno, por salvarse y por rezar por la conversión de
los pecadores. Vamos a canonizarlos, pero nada de pensar que la Virgen vino a
traer mensajes de castiguitos y llamaradas de fuego del infierno o de guerras
para este mundo. Y mucho menos de que en la cúspide de la Iglesia se perdiera
la fe.
El mensaje
de Fátima, ha sido sistemáticamente olvidado y despreciado por los Papas, de
una u otra forma. Así, Juan XXIII no hizo caso de la Virgen y se negó a
publicar el tercer secreto en la fecha que Ella había mandado a los niños
videntes. Roncalli comprendió que la Virgen no estaba el tanto de los problemas
de nuestro Mundo y que no se había percatado de que era altamente conveniente
no publicarlo. La pobrecita de la Virgen exageraba un poco y era conveniente
esperar.
Lo mismo
hicieron sus sucesores. Aunque se dio un paso más al hacer público el tercer
mensaje que como han demostrado suficientes expertos en el tema, ha sido una
especie de timo de la estampita. Un mensaje amañado, recortado, sesgado y
censurado. Porque una vez más, había que reinterpretar a la Virgen, que no
podía comprender que resultaba inadecuado, inconveniente y altamente
desaconsejable publicarlo tal cual. Así, Juan Pablo II, con la ayuda de
Bertone, Ratzinger y otros, elaboraron esta peculiar desdramatización,
haciendo creer que todo se centraba en la persona de Juan Pablo II y su
atentado. Mucho habría que hablar de todo esto, pero internet está poblado de
informaciones sobre el tema.
Francisco,
dando un paso más y en su más puro estilo destructor, ha recalificado y
cambiado el paradigma de todo lo que Fátima representa. No sólo se mantiene en
la línea de sus predecesores -¿a quién le interesa el tercer secreto, o
si la segunda sor Lucía era auténtica o falsa?-, sino que además, ha
reinterpretado y recalificado el resto de mensajes de Fátima. Incluso los que
no son secreto. La Virgen María, -dice Francisco-, no puede venir a darnos
mensajes de avisos de castigos o de peligros, porque Ella es una Madre que nos
ama.
Peregrinos
con María… ¿Qué María? ¿Una maestra de vida espiritual, la primera que siguió a
Cristo por el «camino estrecho» de la cruz dándonos ejemplo, o más bien una
Señora «inalcanzable» y por tanto inimitable? ¿La «Bienaventurada porque ha
creído» siempre y en todo momento en la palabra divina, o más bien una
«santita», a la que se acude para conseguir gracias baratas? ¿La Virgen María
del Evangelio, venerada por la Iglesia orante, o más bien una María retratada
por sensibilidades subjetivas, como deteniendo el brazo justiciero de Dios
listo para castigar: una María mejor que Cristo, considerado como juez
implacable; más misericordiosa que el Cordero que se ha inmolado por nosotros?
Véase con
cuidado las expresiones disyuntivas. Nada de una María retratada por sensibilidades
subjetivas. Pobres pastorcillos de Fátima, que contaron los mensajes de la
Virgen bajo su propia sensibilidad subjetiva de infierno, castigo y penitencia.
Yo creía que
una verdadera Madre, también da avisos de peligros a sus hijos. Incluso a
veces los castiga en directo y sin intermediarios. Cuanto mayor es el peligro,
mayor es el aviso. Cuanto más insistente es el aviso, debe ser porque es mayor
el peligro. No me imagino a una madre dándole palmaditas en la mejilla a su
hijito mientras ve que se está hundiendo en una ciénaga. Pero bueno, ya se sabe
que las comparaciones de Bergoglio no son exactamente las de un intelectual de
altura. Pero sí que llevan su carga destructora. Se trata en este caso de que
las visiones del infierno de los niños videntes estarían provocadas por un
catolicismo que hoy día está superado. Nada de infiernos, nada de castigos.
Si acaso, el
infierno estaría poblado de los hipocritas rígidos, de los que se niegan a la
inmigración, de los que venden armas, de los que no creen en el cambio
climático, de los que desean el poder a cualquier precio, de los que promueven
la cultura del descarte. Y un largo etcétera.
Por cierto,
ahora que lo pienso, la Virgen de Fátima también practicó la cultura del
descarte. Mientras que permitió que Lucía y Jacinta escucharan sus mensajes,
descartó a Francisco, a quien solamente le permitió verla, pero no escucharla.
Como eso fue en 1917, se puede perdonar. Hoy día no haría eso la Virgen. Se
habría aparecido a un niño blanco portugués de Lisboa, una niña negra
portuguesa de Mozambique y un@ inmigrant@ musulmán@. Al fin y al cabo, Fátima
es un nombre muy mahometano.
La imagen de
Francisco recalificando Fátima, y la imagen del altar masónico (dentro de un
templo masónico) con una custodia que más bien parece sacada de algún Gugenhein
masónico, ha sido suficiente para celebrar con un nuevo paradigma este
centenario. Por eso mismo quiso estar allí Francisco.