Argentina –
Guaminí: 1500 hectáreas agroecológicas, libres de transgénicos y químicos
Mayo 3, 2017
Ecología y Medio Ambiente
Agricultores
de Guaminí (en el oeste bonaerense) comenzaron con 100 hectáreas de cultivos
libres de transgénicos. Mantuvieron producción y redujeron costos. Ampliaron la
superficie: 1500 hectáreas agroecológicas y van por más.
Guaminí
significa en idioma mapuche “isla adentro” (de la gran laguna que existe en la
zona). Está ubicada en el extremo oeste de Buenos Aires, casi en el límite con
La Pampa. 2800 habitantes, calles anchas, casas bajas y tranquilidad que no se
consigue en la ciudades. Las bicicletas duermen en la vereda sin cadenas ni
candados. Incluso los autos quedan abiertos y nunca falta nada.
Pero lo más
trascendente es una política pública local que desafía a un modelo global: el
municipio reunió, y apoyó, a ocho productores para realizar una transición
hacia la agroecología, producir alimentos sanos, libre de transgénicos y
agrotóxicos.Comenzaron con 100 hectáreas y, en solo tres años, bajaron costos,
mantuvieron buenos niveles productivos y ya cultivan 1500 hectáreas de
alimentos sanos, libre de venenos.
A la defensiva:
El
disparador fue el mismo padecer de cientos de pueblos del país. Las
fumigaciones con agroquímicos rodeaban a viviendas e incluso a barrios enteros
de Guaminí. En 2012 comenzó a gestarse la iniciativa para regular las
distancias. Marcelo Schwerdt, director de Medio Ambienta del Municipio, estuvo
entre los impulsores. Relevaron las escuelas rurales y confirmaron que el 80
por ciento estaba sufriendo la lluvia de agroquímicos, incluso con los niños en
horario escolar.
En la
localidad comenzó a darse a la conocida polarización entre quienes exigen el
cuidado de la salud y el ambiente, y quienes remarcan la necesidad de producir.
Se conformó
una mesa con distintos actores y surgió la idea de charlas-debates para avanzar
en una ordenanza de regulación. Así llegaron hasta Guaminí referentes del
agronegocios, que afirmaron que “no se puede producir sin químicos”,
investigadores que alertaron sobre los efectos en la salud y sectores de
productores.
Marcelo
Schwerdt observó un video en youtube de Eduardo Cerdá, ingeniero agrónomo,
impulsor de agroecología extensiva (producción sin químicos ni transgénicos a
mediana y gran escala, no sólo pequeñas superficies). Sin mucha expectativa de
éxito, se contactó vía Facebook y lo invitó a una charla abierta en Guaminí.
Cerdá
respondió a las pocas horas. La respuesta era afirmativa y proponía el 14 de
abril.
“Fue
impresionante”, resume Marcelo Schwerdt, sin ocultar la admiración.
Cerdá hizo
un repaso sobre las experiencias agroecológicas y detalló la experiencia de La
Aurora (ver aquí), emprendimiento bonaerense que produce sin químicos desde
hace veinte años.
Un grupo de
productores quedó entusiasmado y propuso a Cerdá realizar una experiencia
piloto. Lo pensó y sólo pidió que el Municipio se involucre. Y marcó sus
límites: solo podría visitar los campos cada dos meses.
Comenzaba la
experiencia agroecológica en el oeste bonaerense.
Voces:
“Fue un
despertar. Ver algo distinto, con todo un abanico de posibilidades”, recuerda
Rafael Bilotta, en su casa centenaria del centro de Guaminí. Fue la vivienda de
sus abuelos, de su madre y desde la década del 80 él vive allí. Comparte con
sus hermanos un campo de 700 hectáreas, y siempre produjo como se hace en la
zona, con químicos y más químicos.
Fabián
Soracio estaba el día de la charla de Cerdá y también forma parte del grupo.
Fue quien hizo la pregunta más incómoda aquel día: “¿Y qué hacés con el gramón
(una maleza que tiene a maltraer a agrónomos y resiste a los litros y litros de
herbicidas)?”.
Cerdá fue
sincero: “Aún no me ha pasado. Cuando me toque, te digo cómo lo hacemos”.
Fueron ocho
productores, con una pequeña porción de parcelas cada uno. En total era unas
100 hectáreas, en las que dejaron de echar venenos y sembraron avena, vicia, trébol
rojo, sorgo, trigo, entre otros.
Miedo:
Fabián
Soracio gráfica uno de los pilares del agronegocios. “No quería aplicar tanto
(herbicidas), pero cuando veía algunas malezas llamaba al agrónomo, que es ‘el
que sabe’, y me decía que aplique más. Y yo lo hacía por algo muy básica, tenía
miedo de no sacar buen rinde, y si no produzco lo pensado no puedo pagar las
deudas, y me endeudo, y pierdo todo. El miedo estaba en toda esa cadena“.
Mauricio
Bleynat es tambero y productor agropecuario. Campo de 75 hectáreas que trabaja
con su padre y su hija de 14 años. “Te meten en la cabeza que sin aplicación no
producís. Y si no producís… perdés el campo”.
Marcelo
Schwerdt, que además de director de Ambiente es doctor en Biología, asiente con
la cabeza. Es hijo de productor agropecuario y lo vivió desde chico. “Comenzás
aplicando dos litros por hectárea, luego tres. Aparecen más malezas y ya te
dicen que un poco más. Y así terminás echando más de diez litros. Es una
agricultura de bidones (de químicos)”, grafica.
Cambios:
Lo primero
que hicieron fue hacer diagnósticos colectivos de los campos. Sucedió con la
primera recorrida con Eduardo Cerdá. Iban todos juntos a los campos,
escuchaban, miraban, proponían. Cambios concretos estaban en marcha: ya no
estaba cada uno solo en su campo, sino con pares. Segundo: no era el agrónomo
el que decidía qué hacer. Cerdá no tenía la verdad revelada, sólo sugería y,
sobre todo, preguntaba. ¿Cuántos años cultivás lo mismo? ¿Tenés animales
(vacunos)? ¿Cuántos? ¿Cuándo entran a comer a este lote? ¿Por qué aplicás? E
infinidad de preguntas más.
Surgen
anécdotas con otros “asesores” (como muchas veces se dice a los agrónomos).
Todos tiene experiencia de casos en el que “el profesional” (otra forma de
llamarlos/se) ni siquiera bajaba de la camioneta. Decía qué (y cuánto) químico
había que aplicar sin siquiera detener el vehículo.
Fabián
Soracio va más allá: “Es común que ni visitan el campo. Te dicen cuánto aplicar
por teléfono”.
Mauricio
Bleynat es más duro: “Es un modelo que se maneja desde un escritorio. Ni
siquiera viven en el campo. Es más, nos quieren echar a los que si vivimos y
trabajamos en el campo”.
Inicios:
Dejar de
aplicar químicos y vuelta a rotación de cultivos (incluso algunos que hacía
años no sembraban). Avena, vicia, trébol rojo, sorgo, trigo, cebada, maíz.
Hacer trigo, aunque haya malezas en el medio y les parezca un pecado. Llamaban
a Cerdá y le transmitían el temor de las malezas en el trigo. Del otro lado del
teléfono, Cerdá los calmaba. Les decía que esperen dos semanas (hasta la
próxima reunión), insistía en que no apliquen. Cuando tocaba la recorrida, la
maleza ya había cedido. Una de las claves es que la maleza (en realidad es una
planta no deseada) tenga competencia, y eso la hace ceder, perder fuerza,
incluso desaparecer.
“Y se
cosechó bien. Quizá el que manejaba la máquina puteaba un poco por algún cardo
que había, pero daba muy buena producción”, sonríe Rafael Bilotta.
También fue
fundamental aprovechar los animales, que entren, coman, y bosteen en el mismo
lugar (fertiliza el suelo, enriquece, conserva los nutrientes). Otra clave:
dejar de desparasitar a todos los vacunos según calendario. La mirada
veterinaria dominante es suministrar la conocida ivermectina (potente droga
para ganados). La consecuencia no deseada es que afecta la bosta, y está no
sirve para fertilizar los suelos.
Fabián
Soracio explica que hay que mirar los animales y desparasitar según cada caso,
viendo si es necesario, no por calendario y de manera general a todos.
Pasó el año,
la media docena de visitas de Cerdá y los resultados fueron positivos: buena
producción (igual o apenas por debajo de los campos con químicos), pero mucho
menor costo de producción.
Aclaración
(ellos mismos la realizan): hubo lotes particulares donde los resultados no
fueron los esperados, donde aún deben probar opciones, pero en general fueron
buenos de producción y rentabilidad positiva.
Otro hecho
fundamental fue la visita a la charca La Aurora, en Benito Juárez. Allí
conocieron las 650 hectáreas de Erna Bloti y Juan Kiehr, su trabajo de veinte
años en agroecología. Los impactó.
“Me llamó la
atención el suelo, nunca lo había visto con esas consistencia y olor. Era pura
fertilidad. También los animales (vacas), el estado físico maravilloso, hasta
en el pelaje se notaba”, recuerda Rafael Bilotta y enumera una lista de hechos
positivos, pero intenta resumirlos en dos puntos: “Se respira otro aire, y
quiero que mi campo vaya en ese camino. Segundo, en La Aurora vi que era
posible algo distinto, no era sólo teoría, lo vivimos recorriendo el campo. Es
una fiesta”.
Campos:
Camino de
tierra ancho. Viviendas cercanas al alambrado. Perros que se arriman enojados.
Recibe Mauricio Bleynat, apretón de manos fuerte e invita a conocer el pequeño
tambo. Seis bajadas en línea, entre 20 y 30 vacas para ordeñe. El precio de la
leche está muy bajo, 3,10 pesos el litro (piden al menos 5 pesos). Explica que
los tambos pequeños, como el suyo, sobreviven (no tiene trabajadores a cargo y
menores cargas impositivas), pero los medianos están en problemas (de más de
150 vacas y hasta 1000).
Como en
otros ramos de la producción, los grandes dominan el mercado y fijan precios
bajos para el productor. En lechería dos compañías son las que definen el
mercado (y los precios): La Serenísima y Sáncor.
Mauricio
Bleynat sabe que cambiará la suerte con algo de capital: no vender más leche,
sino procesarla y comercializar los quesos. El margen de ganancia será mayor.
Está en ese camino.
Arriba del
auto y unas cuadras hasta un lote cultivado. Muestras avances, cuenta que tuvo
pasto para animales como hacía años no producía (incluso su tío le cosechó y se
convenció tanto que él también comenzó a hacer hectáreas sin químicos).
Cuenta con
el apoyo de su padre (que desde hace años tiene su huerta libre de químicos) y
de su hija, que estudia en una agrotécnica y donde también combate al
agronegocios: “Le discute a los profes porque casi todos tienen el casete de
producir con transgénicos y venenos. Y ella le dice que hay otra forma, que
muchos producimos de otra manera”. Bleynat le aconseja que no discuta mucho,
que tampoco se enoje, y al mismo tiempo (sin decirlo) el orgullo está a flor de
piel.
Cinco
minutos de auto, tranquera abierta, y bajo un árbol espera Rafael Bilotta en su
camioneta. Muestra unas parcelas. Avena, vicia, trigo. En una parcela se deja
ver la famosa “rama negra” (una “maleza” que tiene a maltraer al agronegocios).
No hay mucho, pero se observan algunas. Bilotta sonríe: “Antes me volvió loco
cuando aparecían. Ya no”. Y explica que lo sembrado le irá compitiendo espacio
a las plantas no deseadas. En estos dos años ha tenido buenas experiencias.
Su hijo
estudiaba agronomía. Dejó la carrera, en buena medida asqueado porque solo le
mostraban la opción de agricultura-química. “Un día me dijo ‘papá vos sabés lo
que estás echando’”, recuerda.
Se quedó sin
respuesta. Sabía lo que estaba haciendo y sus consecuencias. Aquella charla de
abril de 2014 de Eduardo Cerdá fue la salida que no veía.
Probó con
unas pocas hectáreas, mientras seguía utilizando químicos en la mayor parte del
campo. El segundo año amplió las hectáreas agroecológicas y va camino a dejar
los químicos por completo. Planea hacer tres años de agricultura, que los
vacunos coman, dejen bosta y orina en la tierra, enriquecer suelos.
“Es un
cambio productivo, pero también un cambio en la forma de ver el suelo, los
alimentos, la naturaleza y la vida. Se transforma en una filosofía de vida,
estamos en ese proceso y muy felices”, afirma Bilotta.
Trabaja las
partes del campo que le corresponde a tres hermanos. Lo apoyan, pero también
sabe que le tienen que dar los números. Y no duda: “Estoy seguro que va a dar.
Es más, ya está dando y será mejor en los próximos años”. Y explica que bajó
los costos entre 30 y 40 por ciento.
Puede ser
por ideología, por opción de vida, por cuidar el ambiente y privilegiar la
salud. Y la agroecología también es una opción para obtener mayor rentabilidad.
Otra vez el
auto. Marcelo Schwerdt al volante. Toma por caminos internos, luego la ruta,
una rotonda y otra ruta más angosta, de asfalto. Mano derecha, tranquera
abierta y una casa a lo lejos, rodeada de árboles. Imagen de postal.
Fabián
Soracio trabaja el campo con su padre, quién le planteó dudas sobre el cambio
de modelo. Aún hoy, cuando observa algún yuyo, le pregunta por qué no echar un
poco de herbicidas. Recorrida por el campo, los distintos estadíos de lotes y
un momento de charla en el corral de vacas. También resalta la importancia de
la ganadería, que contribuye a recuperar la fertilidad de suelos.
Y aclara: no
se considera productor agroecológico. “Yo soy productor agropecuario. Los que
tienen que cambiarse el nombre son los otros… son productores agro-oncológicos.
Es fuerte, lo sé, pero los químicos tienen sus consecuencias y tienen que
hacerse cargo”.
Reconoce que
tenía sus dudas, pero a poco de andar se convenció. También fue muy importante
conocer La Aurora.
Combate los
prejuicios de otros productores, que aún creen que dejar los químicos es volver
a la azada y carpir la tierra. Su clave: “Dejar de mirar el campo desde lo
químico. Y verlo como un sistema, no cosas aisladas. Recuperar cosas del
pasado, pero también tecnología apropiada y moderna. Y, sobre todo, no creen en
la recetas mágicas que te venden las empresas”.
Estado:
“Fundamental”.
Así definen los productores el rol del Estado. En la experiencia de Guaminí fue
el Municipio. Motorizado por Marcelo Schwerdt, pero con el respaldo del
intendente Néstor Alvarez (Frente para la Victoria).
Por si
hubieras dudas, Fabián Soracio remarca: “Tiene que ser el Estado, no una ONG
que ocupe su lugar. No. El Estado tiene que ocupar el rol central”.
El gobierno
de Buenos Aires no impulsa proyectos de agroecología. Al contrario, el Senado
bonaerense, con apoyo del gobierno de María Eugenia Vidal, dio media sanción a
un proyecto de ley que permite fumigar hasta sólo diez metros de las viviendas.
Sería (de aprobarse), la más favorable (a los químicos) del país.
¿Y Nación?
Mauricio
Bleynat resume: “Me parece que el gobierno nacional está más preocupado por
Monsanto que por otra cosa”.
Los demás
productores sonríen en aprobación.
Molino:
“La Clara”,
se llamaba el molino harinero emblema de Guaminí. Daba trabajo a cientos de
personas y marcó la historia de la ciudad. Su incendio, en la década del 50,
fue un golpe que marcó un quiebre en la población. En todas las familias
existen integrantes que tengan recuerdos y anécdotas de La Clara.
El grupo de
productores acopió trigo agroecológico. Y, con el impulso de Schwerdt desde el
municipio, nació la idea de un pequeño molino. Buscaron financiamiento con
Nación y embajadas. No tuvieron suerte. Se lo plantearon al Intendente. Y confirmó
que el Municipio realizaría la inversión. 36 mil pesos. Un molino realizado en
Río Negro, artesanal, construcción a medida y un proceso que llevó largos
meses. En paralelo, acondicionaron un salón municipal, de unos diez metros de
ancho por otro tanto de largo.
El kilo de
harina integral (y libre de químicos) comenzó a un precio de diez pesos (más
económica que las marcas comerciales de grandes empresas). La mitad del valor
era para productores y gastos de empaquetado. El otro 50 por ciento para tres
instituciones de bien público: hospital, Escuela de Educación Especial 502 y el
Centro de Educación Agraria. El último año el precio aumentó unos pesos, y el
reparto se mantuvo igual. Además, alumnos de la escuela hacen sus prácticas
laborales en el molino.
Precio justo
para los productores, agregado de valor, alimento sano para el consumidor, y
beneficios para las instituciones locales.
En Guaminí
no se consumía harina integral. Ahora se venden más de 500 kilos por mes y
tiene pedidos de Trenque Lauquen, Chacabuco y Bahía Blanca. Planifican aumentar
la producción (sólo necesitan la inversión para adquirir un molino más grande).
En nombre
del emprendimiento (y de la harina libre de químicos): “La Clarita”.
“Pasaron 70
años desde el incendio del gran molino. Nunca se pudo retomar un proyecto de
agregado de valor agropecuario. En sólo dos años, este grupo lo hizo posible”,
explicó Schwerdt, que ya dejó el cargo en el municipio (asumió en un Centro de
Educación Agraria), pero sigue acompaña al grupo de productores.
Resultados:
En todos los
campos redujeron el uso de agroquímicos, minimizaron costos y mantuvieron la
producción sin grandes cambios. También comenzaron un proceso de recuperación
de suelos. Rafael Bilotta se adelantó con estudios y le dieron mejores
indicadores de fósforo, nutrientes y materia orgánica.
Muestra de
la mejora es la sumatoria de tierras. De las 100 iniciales (2014), pasaron a
970 (2015) y 1500 en las actualidad. Un aumento geométrico en solo tres años.
Pero no fue
sólo el aumento de hectáreas. También se aprobó una ordenanza en beneficio de
la agricultura familiar. Impulsa ferias de comercialización de productos
agroecológicos y, en su artículo dos, promueve “el acceso a la tierra
(fiscales) o a los recursos naturales requeridos, para emprendedores familiares
que realicen proyectos productivos”.
Dentro de la
producción de alimentos sin químicos y transgénicos funcionan “certificadoras”,
que son grandes empresas que cobran altos honorarios por entregar un sello de
calidad (funciona mucho en los productos orgánicos). Dentro del mundo de la
agroecología se cuestiona mucho el rol de esas empresas.
La ordenanza
de Guaminí toma partido en favor de los productores locales y constituye un
sistema de “certificación participativa del mercado agroecológico”. Con la
participación de agricultores, profesionales, municipio, cámara de comercio,
bromatología y consumidores, entre otros, impulsa que la certificación que
garantice la salubridad y calidad sea gratuita y con múltiples actores. La certificación
participativa da cuenta de una forma de producción de alimentos que “promueve
el compromiso con la salud, la ecología, la equidad y la certidumbre
ambiental”.
Es la
segunda ciudad de Argentina que tiene certificación participativa (luego de
Goya, Corrientes).
La
experiencia de Guaminí fue presentada en mayo pasado en la localidad de Rojas,
cuando se conformó la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la
Agroecología (Renama), donde concurrieron una veintena de municipios y más de 200
productores agropecuarios, algunos ya producen de manera agroecológica, muchos
otros quieran iniciar el camino de producir sin venenos y miran al oeste
bonaerense. En octubre, fue sede del segundo encuentro de Renama. Los
productores agroecologicos fueron los protagonistas: Guaminí ya se inscribe en
las experiencias concretas que muestran que es posible otra agricultura.
Fuente y
foto: Greenpeace
Fuente:http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Noticias/Argentina_-_Guamini_1500_hectareas_agroecologicas_libres_de_transgenicos_y_quimicos