Nueve formas de ganar una discusión con
argumentos filosóficos
Saber filosofía generalmente es considerado como un pasatiempo intelectual del que nadie ni nada puede sacar provecho; una persona que conoce de filosofía sólo puede ser visto, la mayoría de las ocasiones, como alguien capaz de hablar cosas o interesantes o incomprensibles. Eso por no decir que son cosas que a nadie le importan, que sería la opción más fatídica de todas. Afortunadamente, de algún tiempo a la fecha, se ha dado la oportunidad de revisar con ojo crítico varias de las funciones que puede tener un filósofo y sus provechos.
Saber filosofía generalmente es considerado como un pasatiempo intelectual del que nadie ni nada puede sacar provecho; una persona que conoce de filosofía sólo puede ser visto, la mayoría de las ocasiones, como alguien capaz de hablar cosas o interesantes o incomprensibles. Eso por no decir que son cosas que a nadie le importan, que sería la opción más fatídica de todas. Afortunadamente, de algún tiempo a la fecha, se ha dado la oportunidad de revisar con ojo crítico varias de las funciones que puede tener un filósofo y sus provechos.
Por ejemplo, los campos de la abogacía y la medicina cada día están más abiertos a recibir consejos de ética (que de hecho es una disciplina filosófica) o en el terreno de la neurociencia a contar con un equipo de filósofos dentro de sus proyectos de investigación. Además de sus desempeños laborales ya bien establecidos como es el de la docencia, la escritura y la curaduría.
Lo anterior como una muestra del ámbito profesional, pero en general, la filosofía y su estudio pueden dotar a cualquier interesado de herramientas analíticas en torno a la vida. Tampoco nos vamos a plantar en ese discurso de que la filosofía lo puede todo, pero podríamos sí afirmar que su conocimiento conlleva más utilidad diaria que lo que se cree. Por mencionar alguna: la capacidad de sostener un debate, una plática, y poder dirigir tus argumentos a una posición de mayor beneficio.
Podríamos pensar en cómo contestarían a una discusión distintos filósofos; nos imaginamos a un Platón respondiendo a su rival que siempre le gustaría estar con él dialogando, otorgándose un nivel de sabiduría tanto a él como al otro, o a Locke aceptando frente a su contrincante que ambos han aprendido algo nuevo y han formado algo diferente. Pero de entre todas esas respuestas que pareciera pretenden llegar a un final amistoso o al reconocimiento de que las ideas del otro difícilmente podrán ser cambiadas en una charla, está la figura siempre obscura y enigmática de un filósofo fascinante: Arthur Schopenhauer.
Este alemán, en su ejercicio
tan intenso de la filosofía, inclusive formuló estrategias y punto a seguir
para tener siempre la razón. O por lo menos que eso parezca. En el siguiente
listado podemos hallar entonces algunos de esos aspectos primordiales para algo
que él llamó Erística, término que formó a partir del griego y significa el
arte del conflicto.
1. Toma tu afirmación, que ha sido formulada en modo relativo, como si fuera la formulación más general de todas. Es decir, muestra una confianza absoluta en lo que acabas de decir como si fuera la verdad absoluta de las cosas y nunca te fueras a retractar de ello.
2. Provoca la irritación del adversario con tus argumentos y hazle montar en cólera para que pierda el piso. Por ejemplo, si el tema de discusión es muy controversial y éste exalta a tu interlocutor, no abandones esa línea; mientras más enojado se encuentre, mejor te verás tú mientras te mantengas confiado y tranquilo con lo que dices.
3. Siempre pregunta al adversario todo lo posible para poder deducir de sus respuestas la verdad de nuestra afirmación. Trata de sacar sus pensamientos más profundos antes de que él se de cuenta de qué es lo que estás haciendo, y puedas usar sus argumentos a tu favor.
4. No establezcas las preguntas en el orden requerido por la conclusión a la que se desea llegar con ellas, sino desordenadamente; así el adversario no sabrá a dónde quieres ir. Confunde con respuestas inesperadas o planteamientos con los que parezca vuelvas a un punto inicial.
5. Si inesperadamente el adversario se muestra irritado ante un argumento, debe utilizarse tal argumento con insistencia. Irrítalo tanto que sus argumentos comiencen a trastabillar por el enojo.
6. Comienza repentinamente a hablar de otra cosa totalmente distinta como si tuviese que ver con el asunto en cuestión y fuera un nuevo argumento en contra del adversario. Es otra forma de hacerle perder el hilo de lo que tenía preparado para atacarte y se enfoque en cosas innecesarias.
7. Declararse fina e irónicamente incompetente puede funcionar para que el adversario se sienta inútil. Siempre impacta más el anunciar desconocimiento sobre el tema con una cara de interés, y así posicionarte como una persona abierta, que ser evidenciado por alguien más.
8. Responder que lo que el adversario propone puede ser verdad en la teoría, pero en la práctica es falso. Sobre todo esto puede funcionar con temas sobre sentimientos y creencias políticas.
9. Desconcertar y aturdir al adversario con absurda y excesiva locuacidad nunca falla; es decir, asombrar con nuevos términos o incluso referirse a conceptos utilizados de manera extraña. Un término rimbombante o un neologismo siempre detienen un poco a los argumentos contrarios.
1. Toma tu afirmación, que ha sido formulada en modo relativo, como si fuera la formulación más general de todas. Es decir, muestra una confianza absoluta en lo que acabas de decir como si fuera la verdad absoluta de las cosas y nunca te fueras a retractar de ello.
2. Provoca la irritación del adversario con tus argumentos y hazle montar en cólera para que pierda el piso. Por ejemplo, si el tema de discusión es muy controversial y éste exalta a tu interlocutor, no abandones esa línea; mientras más enojado se encuentre, mejor te verás tú mientras te mantengas confiado y tranquilo con lo que dices.
3. Siempre pregunta al adversario todo lo posible para poder deducir de sus respuestas la verdad de nuestra afirmación. Trata de sacar sus pensamientos más profundos antes de que él se de cuenta de qué es lo que estás haciendo, y puedas usar sus argumentos a tu favor.
4. No establezcas las preguntas en el orden requerido por la conclusión a la que se desea llegar con ellas, sino desordenadamente; así el adversario no sabrá a dónde quieres ir. Confunde con respuestas inesperadas o planteamientos con los que parezca vuelvas a un punto inicial.
5. Si inesperadamente el adversario se muestra irritado ante un argumento, debe utilizarse tal argumento con insistencia. Irrítalo tanto que sus argumentos comiencen a trastabillar por el enojo.
6. Comienza repentinamente a hablar de otra cosa totalmente distinta como si tuviese que ver con el asunto en cuestión y fuera un nuevo argumento en contra del adversario. Es otra forma de hacerle perder el hilo de lo que tenía preparado para atacarte y se enfoque en cosas innecesarias.
7. Declararse fina e irónicamente incompetente puede funcionar para que el adversario se sienta inútil. Siempre impacta más el anunciar desconocimiento sobre el tema con una cara de interés, y así posicionarte como una persona abierta, que ser evidenciado por alguien más.
8. Responder que lo que el adversario propone puede ser verdad en la teoría, pero en la práctica es falso. Sobre todo esto puede funcionar con temas sobre sentimientos y creencias políticas.
9. Desconcertar y aturdir al adversario con absurda y excesiva locuacidad nunca falla; es decir, asombrar con nuevos términos o incluso referirse a conceptos utilizados de manera extraña. Un término rimbombante o un neologismo siempre detienen un poco a los argumentos contrarios.