Dicen que cayó la venta,
pero esconden libros "molestos"
Por qué una conocida librería de la avenida Corrientes no exhibe
"Salvo que me muera antes"
Por un lado, lagrimean por la caída en el consumo
de libros; por el otro, no se ocupan de vender ciertos títulos, a los que no
exhiben ni en la vidriera ni en las mesas de sus locales. Los venden, pero solo
si el lector los pide especialmente; entonces, el empleado busca detrás del
mostrador o llama al depósito. Y aparece el ejemplar.
No es censura, aunque tiene un parecido de familia en el respeto más
bien escaso por el pluralismo y la tolerancia.
Es como si un kiosco de diarios exhibiera el domingo solo Clarín,
La Nación y Perfil y escondiera Página 12 y Tiempo
Argentino, o al revés.
O como si los locales de Cúspide —que pertenecen al Grupo Clarín—
escondieran los libros de Víctor Hugo Morales.
Seguramente, a esos libreros tan selectivos les gustaría que solo se
leyera a ciertos autores; uno podría pensar que vivirían mejor en los regímenes
autoritarios que destruyen ese tipo de libros y apalean a los indeseables que
osan escribirlos.
Me ocurrió esta semana, el martes al mediodía.
"Tenemos el libro, pero es un libro que se pide en la caja",
me informó la vendedora del local de Librería Hernández ubicado en la avenida
Corrientes 1311. "¿Por qué?", le pregunté. "Porque es de los
libros que se piden en la caja, detrás del mostrador", señaló.
Andaba a la búsqueda de otro libro cuando entré a ese local, muy grato
para mí en otra época, en los ochenta, cuando allí funcionaba una de las
librerías Fausto; yo trabajaba justo en el local de enfrente.
Me sorprendió que mi último libro, Salvo que me muera antes, recién
salido y al tope en el ranking de ventas, no estuviera en ninguna mesa.
Así que fui a pedírselo a la cajera, que me pareció la encargada del
local. Por lo menos, hablaba como tal. Buscó detrás de unas bolsas y encontró
un ejemplar. Le pregunté por qué no lo ponía a la vista, como al resto de los
libros: "Exhibo los libros que quiero, pero si vienen y me lo piden, lo
vendo", me contestó.
No hizo falta que le dijera que yo era el autor:
"No voy a discutir con usted", se atajó. "No quiero discutir;
solo me interesa entender por qué no quiere vender un libro si su negocio es
vender libros", le dije. "Pero, yo no voy a discutir", me cortó.
Ni siquiera varió su módica línea discursiva cuando le dije: "Ojo
que yo no estoy a favor de la grieta". Ya me había catalogado como un
enemigo, parada delante de carteles que recordaban a "los 30 mil
desaparecidos" de la dictadura.
Como hago siempre cuando ando por esa zona, crucé la avenida, y entré al
local de Cúspide, en Corrientes 1316. Allí funcionaba el local de Fausto donde
yo trabajaba, junto con notables y generosos libreros como Pedro, Carlitos,
Horacio; todos nombres que en el sector no necesitan apellidos.
Obviamente, mi nuevo libro estaba en la mesa de novedades, junto con
muchos otros, como el de Víctor Hugo sobre Papel Prensa. ¿Podía ser de otra
manera?
Caminé una cuadra y entré al otro local de Hernández. Salvo que
me muera antes tampoco estaba allí a la vista. Busqué al vendedor que
me pareció el más experimentado y se lo pedí; llamó al depósito y al rato
apareció un empleado con una decena de ejemplares.
—¿Por qué no lo exhibe en una mesa —quise saber.
—¿Lo va a llevar o no?
—Es que soy el autor y me gustaría saber por qué no le interesa venderlo.
—Yo no voy a discutir con usted.
—Mire, mejor le aviso a la editorial, así ellos no pierden el tiempo enviándole el libro ni usted pierde su tiempo recibiéndolo.
—Si me lo piden, lo busco y lo vendo —me contestó repitiendo el discurso de su colega de Corrientes 1311.
Es curioso: fue alguien de Librería Hernández, Ezequiel Lederkremer, quien el 17 de marzo de este año, horas antes del evento llamado "La noche de las librerías", lamentó la caída en las ventas.
—¿Lo va a llevar o no?
—Es que soy el autor y me gustaría saber por qué no le interesa venderlo.
—Yo no voy a discutir con usted.
—Mire, mejor le aviso a la editorial, así ellos no pierden el tiempo enviándole el libro ni usted pierde su tiempo recibiéndolo.
—Si me lo piden, lo busco y lo vendo —me contestó repitiendo el discurso de su colega de Corrientes 1311.
Es curioso: fue alguien de Librería Hernández, Ezequiel Lederkremer, quien el 17 de marzo de este año, horas antes del evento llamado "La noche de las librerías", lamentó la caída en las ventas.
"Las ventas bajaron casi un 20% el último año y medio. Cuando merma
el poder adquisitivo, el libro, que no es un consumo prioritario, se deja de
comprar", señaló Lederkremer al diario El Cronista hace apenas cinco
meses.
A veces, la intolerancia desafía hasta el bolsillo.