Tea Party ó
la resistencia a las imposiciones
por el Dr.
Omar López Mato
El 16 de
diciembre de 1773 un grupo de colonos americanos disfrazados de indio arrojaron
a la bahía de Massachusetts 342 cajas de té importados por la British East
India Company. Fue la primera manifestación independentista de los súbditos de
Gran Bretaña en América reclamándole a la Corona la imposición de cualquier
gravamen sin la debida representación de los colonos en el Parlamento. Como nos
enseña la historia, los impuestos son la causa más frecuente de conflictos y
rebeliones.
El llamado
The Boston Tea Party era la culminación de un clima de enrarecimiento en las
relaciones entre colonos y la metrópoli por la aplicación de impuestos que solo
beneficiaban a las empresas inglesas, encareciendo la vida de los colonos que
obtenían los mismos productos más baratos gracias al contrabando que floreció
en América (tanto del norte como del sur y especialmente en el Caribe).
Los
acaudalados contrabandistas de las colonias promovieron una serie de protestas
con el objeto de intimidar a los miembros de las empresas monopólicas y al
gobierno británico.
Cuando en
noviembre de 1773 llegó el Dartmouth, Samuel Adams (un rico comerciante
beneficiado por el contrabando) encendió los ánimos de la población local.
Proclamaba que el nuevo impuesto al té era otra maniobra del Parlamento
británico para apabullar los derechos de los colonos.
La noche del
16 de diciembre 8.000 personas se dieron cita en los muelles de Boston. En esas
circunstancias, un centenar de individuos disfrazados de indios (muchos de
ellos perteneciente al grupo conocido como Hijos de la Libertad) a fin de
permanecer en el anonimato subieron al barco y arrojaron 45 toneladas de té
valuadas en £ 10.000.
Si bien no
todos los norteamericanos coincidían con la validez de estos actos vandálicos,
la violencia se desató con la quema de otras diez naves (curiosamente, los
barcos agredidos habían sido construidas y tripuladas por americanos).
El tono del
conflicto fue en aumento, los británicos cerraron el puerto de Boston y los
colonos juraron no tomar té en señal de protesta (de hecho, aún hoy, el consumo
de café en USA sigue siendo muy superior al de té).
La violencia
entre las partes se incrementó y en poco tiempo las facciones dirimieron sus
diferencias en un conflicto armado que culminó con la independencia de las
trece colonias y la determinación de cobrar impuestos sobre lo que ellos creían
justo y en la proporción que les conviniesen. Los contrabandistas se
convirtieron en respetables comerciante que pagaban tasas más accesibles
(bueno, no siempre) a la aduana local, impidiendo que ese dinero beneficiase a
la metrópoli o empresas asociadas como lo era The East India Company.
El impuesto
británico casi no variaba el precio del té, pero favorecía a una empresa
inglesa dejando de lado los intereses de empresarios locales (contrabandistas,
sí, pero locales). El paralelismo con el proceso libertario argentino es
indiscutible. Los impuestos han sido desde ¿siempre? un poderoso detonante de
revueltas violentas que después se disfrazan de reclamos altisonantes con
profusión de palabras abstractas que solo ocultan la natural intención de
lucro.
Ya lo había
declarado sir Francis Bacon en su doble función de político y científico:
“Ningún pueblo abrumado de impuestos es fácil de dominar” y, sin embargo, todos
los gobiernos lo hacen una y otra vez: apabullan a sus habitantes con
impuestos. “Lo maravilloso de la historia -dice William Borah-, es la paciencia
con que hombres y mujeres se someten a las cargas innecesarias con que sus
gobiernos los abruman”. Y como dijo el presidente Calvin Coolidge “recaudar más
impuestos de lo estrictamente necesario, es lo mismo que legalizar el robo”.
El problema
está en saber que es “estrictamente necesario”, un concepto muy elástico que
tiene una dimensión mientras el político está en campaña y otra cuando asume
una función ejecutiva o legislativa; entonces cualquier excusa es buena para
incrementar imposiciones en número y proporción.
Existe un
vínculo estrecho entre tiranía y aumento de la presión impositiva, en algunos
momentos de la historia han sido casi sinónimos. En una democracia como la
norteamericana la rebelión civil y la desobediencia fiscal son parte del mismo
proceso que implica el juego de poderes. Tocqueville y Thoreau dieron sustento
ideológico a esta desobediencia.
Es menester
entender que el gobierno en una democracia republicana no es dueño del
patrimonio de una nación y su única tarea es administrarlo para que ésta
prospere. A fin de lograr la correcta administración deben existir sistemas de
control y división de poderes y los funcionarios no deben disponer de los
medios públicos para perpetuarse en el poder. La alternancia es la esencia de
la democracia. Cuando a George Washington le ofrecieron una tercera
presidencia, la rechazó diciendo "He pasado la vida peleando contra la
monarquía, permanecer en el poder es aceptar una corona"... pero a muchos
políticos le cuesta entenderlo así y aspiran a una corona para salvaguardar su
impunidad.
El control
sobre los gastos públicos y su correcta administración es la principal
responsabilidad del ciudadano, que también peca de pensamiento, palabra, obra y
omisión. ¿Es tan importante pagar un impuesto como protestar cuando estos son
excesivos? ¿Acaso no es nuestro derecho y nuestro deber reclamar cuando el
Estado se excede en sus atribuciones? Si no existe una justicia independiente
es imposible cumplir con este ejercicio de los derechos.
Sería muy
bueno poder asistir al cumplimiento de esa vieja fórmula con la que juran
nuestros funcionarios “Que Dios y la patria se lo demanden"