LA REFORMA PROTESTANTE
–
Pbro. Luigi Villa
«Trastornar
las opiniones de un pueblo es un juego diabólico de un año; reordenarlo, pide a
gritos un siglo».
Martín Lutero con la Biblia.
«De
todos los deberes inherentes al Cristianismo, el primero y más sagrado es el de
mantener la pureza de su mensaje, que no es el del hombre para el hombre, sino
el de la salvación que viene de Dios».
(Etienne
Gilson)
PREMISA
En
estas breves páginas, ofrezco a los lectores una visión de conjunto, con luces
y sombras, enfatizando sobre todo la figura del Fundador de la Reforma
protestante, Martín Lutero, a fin de favorecer el conocimiento, aunque parcial,
del conjunto de la “Reforma” en las principales ramas luteranas, acaecida
incluso mediante campañas más o menos militares, circunscriptas en el tiempo.
En el
“Apéndice” he creído oportuno reportar la Bula “Exurge Domine” del Papa León X,
en la cual son condenadas cuarenta y una proposiciones de Lutero.
Espero,
con esto, haber aportado una humilde contribución a la comprensión de aquellos
eventos del siglo XVI que incendiaron Europa con la peste Luterana, Calviniana
y Zwingliana, en el contexto religioso y político de entonces hasta nuestros
tiempos.
«La mayor caridad es la de hacer conocer y
amar la Verdad».
(Card.
Charles Journat)
«La
Iglesia es un yunque que ha debilitado todos los martillos».
(Luis
Veuillot)
LA
REFORMA PROTESTANTE
Es
verdaderamente ensalzado por todo el mundo protestante el evento por el que, 30
millones de Alemanes y otros tantos millones de cristianos de otras Naciones,
han compuesto una religión sin sacerdotes, sin sacrificios, sin gracia y sin
ritos; una religión, en suma, puramente espiritual.
Para
comprender plenamente la “Reforma” luterana, se estudian las causas que
hicieron encontrar a Lutero el ambiente en el cual él podría colaborar al
colapso de las instituciones entonces existentes, arrojando su tizón en una
materia que desde hacía tiempo se había vuelto inflamable.
Mientras
los antiguos humanistas permanecieron fieles a la Iglesia, los jóvenes
humanistas, en cambio, se volvieron hacia su líder Erasmo de Rotterdam, llamado
“el Voltaire del siglo XVI”, que, durante una entera generación dominó los
espíritus con toda su fuerza.
Salido de su convento (era un monje agustino),
peregrinó por casi toda Europa, requerido por Soberanos, Príncipes, Prelados y
estudiosos. De carácter débil, sin embargo, se dejó dominar siempre por
intereses que explican las ambigüedades y capitulaciones en su conducta. Él
mismo dijo: «Que otros busquen la corona del martirio, ¡yo no encuentro ningún
gusto en tal dignidad»!
Esto lo
veremos en su actitud hacia la Reforma y su ministerio, pero no podemos olvidar
que sus escritos, especialmente “El Elogio de la Locura”, conocen las
condiciones sociales y religiosas de la época, el ataque a los abusos de la
Iglesia y la corrupción de la Curia Romana, y contienen, en germen, los
elementos de los cuales Lutero se valdrá eficazmente, más tarde.
Por
esto, los adversarios de Lutero dijeron que en las obras de Erasmo fueron
puestos los huevos que Lutero ha hecho abrir. Él intentaba no sólo introducir,
en el lenguaje científico de la Iglesia, una forma nueva y humanística, sino
también hacer de la misma Teología un contenido de esta naturaleza, con el
peligro de evaporar los dogmas en la imperfección del lenguaje.
Llegados
a este punto, debemos mirar hacia el Alto Clero. El Card. Nicolò Cusano (1461),
benemérito en la reforma del Clero, había enumerado las causas principales de
la decadencia de la Iglesia en Alemania: la entrada de muchos indignos en el
estado eclesiástico; el concubinato de los sacerdotes; el cúmulo de beneficios
y la simonía.
La
Iglesia tedesca era, entonces, la más rica de la cristiandad: poseía casi un
tercio de las tierras, y por ello los nobles se habían apropiado de los mejores
beneficios y los más altos cargos. Los nobles estaban, entonces, a la caza de
pingües beneficios. Los Canónicos vestían elegantemente a la moda y
participaban en los torneos. Su moralidad era vergonzosa y, por las noches,
infestaban las calles para ir tras las mujeres.
Se
comprende, por ello, cómo apostataron en masa durante la Reforma. Los Obispos
celebraban sólo una vez y, muchas veces, por dinero, permitían el concubinato a
sus sacerdotes.
El Bajo
Clero era numeroso, porque las familias numerosas enviaban al estado
eclesiástico a sus hijos sin que tuvieran un mínimo de vocación. Se había
formado, así, un verdadero
“proletariado
eclesiástico” que adhería a cualquier Movimiento para salir de la miseria.
Naturalmente, su ignorancia iba pareja con la frivolidad de sus costumbres, que
los hacía frecuentar tabernas, banquetes y teatros. El alejamiento de la Fe, en
este estado de ánimo, no sorprendía ya a nadie.
Aún
entre los “Religiosos”, algunos Conventos conservaban todavía la disciplina y
el fervor religioso, mientras en muchos otros Conventos habían penetrado graves
errores, una vida fácil y mundana. En estos conventos, cada religioso tenía su
casa y ninguno se negaba el gozo de la danza y de los hermosos vestidos.
Incluso
después del gran cisma de Occidente, se intentó una reforma, pero graves
obstáculos fueron puestos justamente por esos Religiosos que no querían cambiar
de vida. Natural, entonces, que estos indignos Religiosos hicieran en seguida
causa común con Lutero.
Preocupante,
después, era la aversión profunda de muchos en el clero hacia el Papa y la
Curia Romana.
Las
teorías “conciliares” se habían ya difundido en Alemania. El primero en
exponerla fue el doctor alemán Corrado di Gelnhausen con su Tratado “Epistola
Concordiae”, y el otro alemán, representante de las mismas ideas, Enrico di
Langenstetr.
No fue,
ciertamente, casual, que la explosión de la rebelión contra Roma se conectara
con una cuestión financiera, porque, en Alemania, ésta era fuertemente sentida
por los graves abusos que le eran conexos.
En
tiempos de Lutero, en toda Alemania, se hablaba de abusos y se pedían reformas.
Por ello, Carlos V pidió a la “Dieta de Worms” que presentara, por escrito, sus
quejas.
En
cuanto a las quejas contra Roma, las principales eran: en el otorgamiento de
beneficios, no se observaba cuanto se había establecido en los Concordatos; se
percibían los “annate” bajo el pretexto de la guerra contra los Turcos, pero,
en realidad, el Papa conservaba para Sí este dinero. Las tasas habían sido
exageradamente aumentadas; las “Indulgencias” se habían vuelto un medio para
hacer dinero; los “beneficios” de la Alemania eran dados a los extraños.
¡Fueron
quejas más que justificadas!
El
radicalismo hussita, en Alemania, enseñado por Juan Huss, establecía que quienes
se sirvieran de su propiedad contrariamente a la ley de Dios, debían perder sus
derechos a la misma propiedad.
Ahora,
de los bienes eclesiásticos se había hecho tan pésimo uso que se pedía su
restitución a los laicos. Las propiedades eclesiásticas habían provocado la
esclavitud de los campesinos y la ruina de la nobleza. Sólo los verdaderos
creyentes tenían el derecho de poseer, pero estos perniciosos principios
provocaron la guerra en Bohemia. Trabajadores y campesinos querían la
venganza... El fermento hussita, provocó insurrecciones, queriendo que todo
Príncipe, eclesiástico, Obispo, y el mismo emperador, se sujetara a vivir
trabajando. Las febriles expectativas llevaron el espíritu de revuelta a los
campesinos, tanto que, en la insurrección religiosa, desencadenada por Lutero,
el primer escrito revolucionario, “La riforma dell’imperatore Sigismondo”, se
difundió por todas partes. Fue el principio de la Reforma.
No
tolerar más a ninguno, sacerdote o laico, que quisiera elevarse por encima de
los otros; abolir las tasas y los diezmos; confiscar los bienes de la Iglesia.
La voz de Lutero fue inmediatamente acogida con simpatía por las masas.
Diversos juristas enseñaban que los Príncipes debían y podían regular todo, aún
las cosas religiosas, elegir y deponer incluso a los Obispos.
Todo
caballero estaba siempre pronto a la revuelta contra un ordenamiento social que
se traducía, cada día, en una ruina para ellos. Había, entonces, en Alemania,
muchas causas favorables al desarrollo de la Reforma.
Como en
toda revolución se busca siempre un chivo expiatorio, en ésta, el Papa fue
señalado como el gran culpable.
Bastaba
sólo que se levantase un hombre como Lutero, que se hiciera el portavoz de las
quejas de todos, que protestara contra los abusos y deplorase la miseria del
pueblo, para que se lo siguiera incluso en sus exageraciones y en sus errores.
Y así fue con el comienzo de las predicaciones sobre las indulgencias.
Lutero,
a estas alturas, se había empeñado en difundir sus “95 tesis”, y en defenderlas
contra cualquiera que las impugnara. En sus “tesis”, Lutero afirmaba que las
indulgencias no tenían ningún valor delante de Dios, aunque admitiendo la
necesidad de las obras externas para alcanzar la salvación.
Injuriosa,
sin embargo, era la tesis contra el Papa, porque «no construía la Basílica de
San Pedro con su dinero, sino con el de los pobres fieles, aunque fuera más
rico que el riquísimo Crasso».
Y así,
Lutero emprendió su lucha contra Roma.
LUTERO
Nació
en Eisleben, en Turingia, hacia la medianoche del 10 de noviembre de 1483. Pero
él, luego, preferirá declararse sajón: «Ego sum rusticus et durus Saxo».
Bautizado al día siguiente, le fue impuesto el nombre de Martín.
Sus
padres, sin embargo, prefirieron trasladarse a Mansfeld, donde había mayores
posibilidades de ganancia. Como de hecho sucedió. En pocos años, el padre
Giuseppe, de minero que era, se trasformó en contratista y se convirtió en uno
de los cuatro representantes ciudadanos que tutelaban los derechos civiles ante
los magistrados, tanto que el hijo lo amonestaba a no exagerar.
Los
primeros años de escuela de Lutero fueron tristes y amargos, por lo cual fueron
ásperas sus invectivas contra el régimen escolástico de ese tiempo.
Después
de haber proseguido sus estudios en Magisburgo y en Eisennach, Lutero fue
alumno, en la facultad de artes, en la Universidad de Erfurt. La cultura
humanística, más bien superficial, no tuvo ninguna influencia en él, aunque
había sido promovido “Magister artium”, y obligado a permanecer, durante dos
años, como profesor de teoría y práctica en las artes liberales.
Pero su
padre, orgulloso de su Martín, soñaba para él una carrera más honorable y,
sobre todo, más lucrativa que la de profesor.
Por
esto, Lutero se inscribió en la facultad de leyes.
Desde
la muerte de Lutero hasta hoy, la Historia del protestantismo ha hecho creer a
todo el mundo esta mentira: que él fue empujado a entrar en el Convento
agustino de Erfurt. La fábula obligada sería ésta: el 2 de julio de 1507,
volviendo de Mansfeld, donde había ido a saludar a sus padres, Lutero fue
sorprendido por un violento temporal. Un rayo, que cayó cerca de él, lo llenó
de temor. Martín, se vio perdido, rogó ardientemente a Santa Ana, e hizo este
voto: «Ayúdame, Santa Ana, y yo me haré monje».
Aquí,
sin embargo, seguimos los pasos del jurista Dietrich Emme que, en 1983, publicó
su libro titulado: “Martin Luther, Seine Jugend und Studienzeit 1483-1505. Eine
dokumentarische Darstelleng” (= Martín Lutero: Juventud y años de estudio desde
1483 a 1505. Bonn 1983, Dm 69)1.
MARTIN
LUTERO “HOMICIDA”
Y bien,
en su libro, el dr. Dietrich Emme afirma que Lutero entró en el convento sólo
por no caer bajo graves sanciones jurídicas, en las que habría incurrido luego
de haber matado, en un duelo, a un compañero de estudios.
1 Los
dos historiadores más competentes, en Alemania, sobre la vida de Lutero y los
tiempos de la Reforma, es decir el Dr. Theobald Beer y el Prof. Remigius
Baumer, han valorado tanto el material, como los documentos nuevos del Dr.
Dietrich Emme, recomendando aún su publicación.
El
Autor del libro arriba indicado, describe así el “hecho” que nosotros, aquí,
sintetizamos: Lutero – escribe – no se hirió él solo, sino que se había batido
en duelo con dicho compañero. Entonces, Lutero era “Bachiller” de la facultad
de Filosofía. Después de este duelo, sin embargo, debía abandonar la célebre
“Burse PortaCoeli” de Erfurt (del colegio “Amplonianum”) e ir a refugiarse en
la poco estimada “Burse” de San Giorgio.
Legados
aquí, hay que saber que los estudiantes ya graduados
– a partir
del “Bachillerato” – tenían derecho a llevar la espada, pero no podían hacer
uso de ella, so pena de un grave castigo. Todos los universitarios, por ello,
debían jurar someterse a esta orden. No obstante, los litigios entre ellos,
incluso a mano armada, eran muy frecuentes. Aún las disputas en los exámenes, a
menudo se continuaban con la espada. Por esto, los examinandos, antes del
examen, ¡debían jurar no vengarse por las “notas” recibidas! Pero en los libros
de los Decanatos de las Universidades medioevales, figuran muchos decesos de
universitarios luego de los exámenes, ¡justamente por el uso de las armas!
Ahora,
inmediatamente después que Lutero hubo dado su examen de “Magister” de la
facultad filosófica, ocurrió una muerte misteriosa; la de un cierto Jérôme
Buntz, que había dado también él, con resultado positivo, su examen de
“Magíster”, junto a Lutero y a otros 15 candidatos. Y bien, él murió justamente
tras el examen y la promoción a “Magíster”!
El
Autor arriba citado escribe que Lutero y Buntz se encontraron en duelo, ¡y que
Lutero hirió mortalmente a su compañero! (¿Necesidad de defensa?.. ¿acción
pasional?..).
Hay que
tener presente que Lutero ya se había batido en otro duelo cerca de Erfurt, del
cual había salido malherido; pero, con este segundo duelo, en el cual mató a su
compañero de estudios, Jérôme Buntz, la situación se precipitó. Lutero, para
escapar de la condena a muerte, fue a su protector y amigo Johannes Braun,
vicario colegial en Eisenach, para pedirle consejo. Fue en junio de 1505. Braun
lo instó a entrar en una Orden religiosa, ¡para evitar un proceso judicial!
Y así
Lutero, el 17 de julio de 1505, ingresó en el convento de los “Eremitas
Agustinos”, entonces cubierto por el “derecho de asilo”!
Aquí,
quisiera recordar al famoso “Ludovico” de manzoniana memoria, que ingresó
también él en un convento – luego de haber hecho un agujero en el vientre a ese
“señorito”! – de donde, sin embargo, arrepentido y renovado en el espíritu,
salió con el nombre de “Fray Cristóforo” de santa memoria!
Lutero,
en cambio, se hará también él, sí, “fraile”, pero, aunque reo confeso de su
delito, permaneció siempre un fraile inquieto y turbado! Lo dirá él mismo en
una de sus prédicas del año 1529: «Ego fui, ego monachus, der mit
Ernst
fromm wollt sein. Sed je tieffer ich hin ein gangen bin, yhe ein grosser bub et
homicida fui» (= Yo fui, de monje, uno que quería ser seriamente piadoso. En
cambio, me hundí aún más: fui un gran malvado y homicida WA W 29,50,18).
Y en
otra distendida conversación de Lutero, transcripta por
Veit
Dietrich, se lee: «Singulari Dei consilio factum sum monachus, ne me coperent.
Alioqui, essem facillime captus. Sic autem non poterant, quiaes nahm sich der
ganze orden mein an» (= Por un singular consejo de Dios me he
Con el
nombre de “Asilo”, desde tiempos remotos, se ha designado a un lugar al cual
está conectado el privilegio de poner a cubierto de toda persecución a
quienquiera se haya refugiado en él; ordinariamente un lugar sacro,
considerado, entonces, bajo la particular potestad, tutela y venganza de la
divinidad. Se llama, “Derecho de Asilo” a la inmunidad misma de la cual gozan
esos lugares o edificios y, por lo tanto, la inmunidad así participada a la
persona que allí se refugia. De ello se seguía que un lugar sacro estaba sustraído
a la jurisdicción del Estado y caía bajo la jurisdicción eclesiástica (can.
1160). Esta institución jurídica es antiquísima (Cfr. “Enciclopedia del
Cristianismo”, Casa Editrice Tariff-Roma).
Hecho monje a fin de que no me arrestaran. De
otro modo, habría sido fácilmente arrestado! Pero así no pudieron, porque toda
la Orden se ocupaba de mí – WA Tr 1,134,32).
La
edición (de las obras de Lutero) de Weimar, se abre con su primer Tratado,
redactado por él mismo, que comienza así:
«Tractatulus doctoris Martini Lutherii, Ordinari
Universitatis Wittembergensis. De
his qui ad ecclesias confugiunt tam indicibus secularibus quar Ecclesiae
Rectoribus et Monasteriorum Prelatis perutilis» (= Un breve Tratado del dr.
Martín Lutero, ordinario de la universidad de Wittenberg, sobre aquellos que
huyen en las iglesias; muy útil tanto para los jueces seculares, como para los
rectores eclesiásticos y prelados de los monasterios).
Este
tratadillo anónimo, vio la luz en 1517, mientras la edición de 1520 apareció
con el nombre de Lutero. Ahora, todo hace pensar que ese Breve Tratado fuera
impreso, por primera vez, en el mismo año que Lutero expuso sus 95 tesis, con
el objetivo de una justificación personal. De hecho, en el mismo se hace
mención de que, según la ley de Moisés, quien mata a un hombre sin que hubiera
sido su enemigo, por error y sin premeditación, no es reo de muerte!
Y así
Lutero entró con los Agustinos. En abril de 1507, fue ordenado Sacerdote.
Transferido a Wittenberg, en cuya Universidad la enseñanza de Teología era
confiada a los agustinos, en marzo de 1509 obtuvo el grado de bachiller
bíblico. Transferido, luego, a Erfurt, siempre por la Orden, durante dos
semestres tuvo la cátedra sobre las “Sentencias de Pedro Lombardo”. Fue enviado
a Roma para la protesta de los conventos de los Observantes contra el Vicario
Giovanni Stupitz, el cual quería unirlos con los no Observantes. A este viaje
de Lutero, diversos biógrafos dieron una importancia decisiva a causa de la
indignación que habría sugerido a Lutero la necesidad de una radical reforma de
la Iglesia.
3Cfr.
WA W 1,3; 4 Moisés XXXV, 5 – Moisés XIX, 4 – Josué XX.
A su retorno de Roma – que Lutero llamará “la
nueva Babilonia” – fue mandado a Wittenberg, donde conseguirá la “licenciatura”
y el doctorado en Teología.
A
través de dramáticos contrastes, Lutero sufrió una crisis de conciencia. Su
vocación monástica, llena ya de entusiasmo y anhelando la perfección, salió,
ahora, clamorosamente, para arrogarse el juicio de la Iglesia y arrancarle
millones de fieles. En la rebelión, Lutero no se avergonzará de confesar las
manchas de su vida interior, sino, más bien, tendrá una extraña complacencia en
desnudar las vergüenzas de su conciencia, para tener motivo de exaltar más
eficazmente la virtud reparadora de la justicia de Cristo. Su vida interior, en
Erfurt y en Wittenberg, estaba siempre llena de una turbación profunda: la
tristeza y la angustia turbaban siempre su alma, hasta casi sumergirla. El
pensamiento de la eterna predestinación y de la severidad del juicio divino,
del perdón de sus pecados, lo perseguía de continuo para abandonar a Dios. La
conciencia de sus miserias morales volvía más agudo su tormento, más lacerantes
sus dudas, más sombría sus angustias.
Pero,
entonces, preguntémonos: qué Autores y qué doctrinas han influido en la
formación del sistema luterano? Ciertamente, en la Universidad de Erfurt, sus
profesores pertenecían a la corriente de G. Occam, que sostenía que la
existencia de Dios, la libertad de la voluntad e incluso la espiritualidad del
alma, no pueden demostrarse con la razón, sino sólo con la Fe. Además, Occam
admitía la teoría de la doble verdad, es decir: lo que es verdadero en
filosofía, podría ser falso en teología y viceversa. La sola Voluntad divina es
la razón primera de la ley eterna y de la diferencia entre el bien y el mal.
Ahora, es fácil encontrar, en la doctrina de Lutero, el eco de estas
enseñanzas; mejor dicho, superó los límites de la misma, hasta llegar a
rechazar del todo la Gracia santificante.
Es
cierto, sin embargo, cuanto afirma Lutero acerca de que todos los teólogos
habían comprendido el pasaje paulino en torno a la justicia de Dios únicamente
como “iustitia activa” por la cual Dios es justo y castiga a los pecadores.
Lutero,
entre tanto, envió sus “tesis” al arzobispo Alberto de Maguncia, el cual
impresionado por su difusión, mandó a Roma el texto del cual León I pidió su
parecer al cardenal Gaetano. Falso es que el Papa, engañado acerca de la
gravedad de la actitud de Lutero, hubiera llamado a aquella lucha una simple
“batalla de monjes”.
En
Alemania, la polémica tuvo, al principio, un carácter puramente académico.
Lutero dio a la prensa el sermón en torno a la Gracia y a las indulgencias,
pronunciado el 31 de octubre de 1517 en la Capilla de los agustinos. Dicho sermón
tuvo, en dos años, hasta 21 ediciones. La opinión pública comenzaba a
apasionarse y seguía con simpatía al Reformador.
Pero
León I encargó al general de los Agustinos hacer severas admoniciones a Lutero
a fin de que abandonara sus perversas opiniones. Si Lutero se hubiera negado a
someterse, hubiera sido juzgado por el Capítulo de la Orden. En vista de la
discusión, convocada para el 25 de Abril de 1518, el
Reformador
preparó 40 nuevas tesis y desafió a sus contradictores. Seguro del consenso de
sus cohermanos, proclamaba, explícitamente, los principios constitutivos de su
doctrina. El Capítulo representó para él un gran éxito y Lutero fue encargado
de dirigir la gran disputa, en la cual gritó: «¡Si los campesinos os
escucharan, os lapidarían».
Pero
para diferir un epílogo peligroso de la disputa, Lutero preparó una serie de
justificaciones teológicas (Resolutiones) a las 95 tesis que hizo transmitir a
Roma.
Citado
a comparecer en Roma dentro de los 60 días, se preocupó de tener el apoyo de
Federico de Sajonia, haciéndolo aparecer astutamente su personal controversia
come un conflicto que comprometía el decoro mismo de su posición.
Un
“Breve” del 23 de agosto de 1518, ordenaba al cardenal Gaetano, legado
pontificio en la “Dieta” de Augusta, reconciliar a Lutero si se hubiera
sometido, pero excomulgarlo, si persistía contumaz. Lutero se presentó al
Cardenal en Augusta. En tres coloquios, Gaetano, con benevolencia, le cuestionó
los errores en torno al tesoro de la Iglesia y al Sacramento de la Penitencia. El
monje presentó, por escrito, una declaración con la cual intentaba una sumaria
réplica a los argumentos del Cardenal, pero que estaba muy lejos de satisfacer
al juez. Lutero, entonces, ante un Notario y dos testigos, apeló, solemnemente,
a un Concilio canónico.
Pocos
días después, en una carta, llamó a la Corte Romana hospicio del anticristo y
tiranía más oprobiosa que la de los turcos.
LA
EXCOMUNIÓN
En
aquel tiempo, se produjeron las polémicas entre Lutero y G. Eck, que culminaron
en julio de 1519, en Lipsia. Asistieron humanistas, profesores y nobles. Entre
las tesis que Lutero preparó, una (la 13) fue contra el primado papal, que “se
demuestra solamente mediante las lamentables Decretales de los Pontífices
Romanos”. Eck reprochó a Lutero los errores de Huss, ya condenados en
Constanza. Lutero, no obstante, negó, pero luego dijo abiertamente que entre
los artículos de Huss había muchos muy cristianos y evangélicos, mientras
agravaba que incluso el Concilio Ecuménico está sujeto al error, haciendo
concesiones arriesgadas y comprometedoras.
A
continuación de una alarmante relación de la disputa di Lipsia, transmitida a
Roma por Eck, éste fue invitado a Roma, donde las discusiones en el proceso
contra Lutero fueron laboriosas, que tuvo para sí no pocos partidarios,
mientras que la Bulla papal tuvo no pocas protestas, rechazos y dilaciones.
Lutero, sintiéndose respaldado, el 10 de diciembre de 1520, quemó la Bulla
papal, junto a textos del Derecho Canónico y a obras polémicas de sus
adversarios. Luego de este insulto a la autoridad pontificia, la rebelión
pareció consumada.
Lutero
se volvió hacia las distintas clases sociales, especialmente a la Nobleza, para
empujarla a castigar los pecados de la Curia Romana. Los Sacramentos fueron
presentados como reservas de caza del Obispo de Roma e instrumentos de tiranía.
Sólo tres Sacramentos fueron aceptados a
partir de la Divina Escritura: el Bautismo, la Penitencia, la Eucaristía.
En
efecto, sería más conforme con el testimonio de las Sagradas Escrituras
reconocer un solo Sacramento y “tres signos sacramentales”.
La
Iglesia Romana – escribe Lutero – ha deformado la límpida visión primitiva del
“Sacramentum panis” con tres errores esenciales: la llamada teoría de la
“Transubstanciación”, la supresión de la “Comunión bajo las tres especies” la
sustitución de la práctica del banquete fraterno por el concepto “sacrificial”.
Sobre la Misa, Lutero agrega: es un error más grave aún el asistir a la Misa
como sacrificio, porque ni siquiera es una obra meritoria.
Todavía:
del rito bautismal, Lutero dejó sin cambios la forma y las condiciones, pero
rechazó admitir que cancele el “pecado original”, y que deje abierta la
posibilidad de nuevas caídas. Para Él, el Bautismo es la regeneración del alma,
eficaz para toda la vida. Ahora, si el Bautismo suprime cualquier capacidad de
pecado, ni las obras, ni el arrepentimiento hacen desaparecer la conciencia del
pecado.
De este
modo, niega toda la concepción católica del Sacramento de la Penitencia. Para
Lutero, la fe sola, no la contrición, procura la remisión de los pecados, y el
“sacerdote” no absuelve, sino sólo es testigo de la absolución.
El
despliegue lógico de estas posiciones está en el “de Liberate”, que se abre con
una larga carta al Papa León X: «Esta Iglesia Romana, santísima entre todas,
está ahora reducida a ruinas... y a una cueva de ladrones, prostíbulo inmundo
entre todos, dominio del pecado, de la puerta del infierno, donde ya no es
posible figurarse qué otra cosa podría agregarse más que el anticristo en
persona, su advenimiento...
Y Tú,
oh León, eres como un cordero en medio de lobos, como Daniel en la fosa de los
leones... Habitas como Ezequiel, entre escorpiones. ¿Qué puedes hacer tú solo
frente a tales monstruos?.. Ha llegado el fin para la Curia Romana. ¡Ha caído
sobre Ella la ira de Dios para siempre!».
El
Tratado comienza con afirmaciones contrastantes: «El cristiano, señor de todo,
es perfectamente libre, no sujeto a nadie; el cristiano, siervo de todos, está
perfectamente atado, sujeto a todos. Aquí, está la libertad cristiana: “no
tener necesidad de ninguna obra para llegar a la piedad”».
Pero
Lutero, después, trata del cristiano en cuanto obligado a servir y sometido a
todos: todas las obras se realizan por un altísimo y purísimo amor hacia Dios.
Domina en el cristiano, en compañía de tales obras, “una voluntad pura, una
vida feliz”. “Sin embargo, las obras no hacen todavía al hombre pío, sino que
un hombre pío hace buenas obras”.
LA
“DIETA” DE WORMS (1521)
León X
creyó oportuno mandar a Alemania un enviado extraordinario, para inducir al
emperador Carlos V a aceptar la “Bulla” “Exurge, Domine”, y quemar los escritos
del rebelde y consignarlo a la Autoridad eclesiástica. Eligió a Girolamo
Alessandro, Prefecto de la biblioteca vaticana. Hombre de vastísima cultura y
hábil diplomático, pero no de pareja moralidad.
En la
“Dieta” de Worms se encontró rodeado de diplomáticos, políticos, llenos de
rencor antirromano, hasta temer por su seguridad. No obstante, cumplió
inteligentemente su encargo, pidiendo que se diera ejecución a la “Bulla” de
excomunión; demostró que en la doctrina luterana revivieron los errores de
Wyclif y de Huss.
Pero
Lutero contaba un conjunto de fuertes partidarios que le garantizaron su
seguridad personal. Cuando hizo su ingreso en Worms había una multitud inmensa
de gente que lo abarrotaba, tanto como para hacer decir a Lutero: “¡Deus erit
pro me”!
Durante
dos días compareció ante la “Dieta”. A la tarde del día siguiente, en medio de
la más viva atención, advirtió que no podía tratar en bloque sus obras,
proponiendo una triple repartición.
En el primer grupo, expuso sus escritos
morales, teológicos y religiosos.
En el
segundo grupo, presentó sus escritos contra el Papado y su Curia de la cual son
bien conocidos los abusos, la corrupción y el daño que acarrea a los fieles.
Por esto, Lutero rechazó ser cómplice de estos males y de la tiranía papal.
En el
tercer grupo, presentó sus escritos polémicos, hechos sólo per defender la
enseñanza de Cristo.
Reiterándosele
la invitación a retractarse, pidió refutarla con pasajes de la Sagrada
Escritura y con argumentaciones perentorias; rechazó toda decisión pontifical y
conciliar, porque aún los Concilios pueden errar. Fracasada una última
tentativa del arzobispo Treveri, para reducirlo al arrepentimiento, se le
ordenó retornar a Wittenberg con la obligación de no hacer más propaganda.
Pero, concluida la “Dieta”, que había prometido sostener al emperador en la
defensa de la Fe tradicional, de no haberse Lutero retractado de sus errores,
desafortunadamente, no se implementó lo pactado.
WARTBURG
No
obstante, el Reformador ya estaba a salvo. Mientras volvía entrar en
Wittenberg, fue atacado por un grupo de caballeros, y conducido a un remoto
castillo de Turingia, en Wartburg, que luego llamó su “Fátima”. El rapto, sin
embargo, fue ciertamente preparado por Lutero mismo, seguro de que la condena
imperial no sería ejecutada. Lutero permaneció cerca de 10 meses en el
solitario castillo, donde escribió el “De votis monasticis iudicium” y la “De
abroganda Missa privata”, en la que niega la distinción entre clero y laicado,
porque existe sólo un ministerio de la palabra, abriéndose el camino para el
ataque al carácter de sacrificio de la Misa.
Las
repercusiones de la propaganda luterana fueron de una gravedad perniciosa. Después
de diez meses exactos, Lutero volvió a Wittenberg, donde se puso en
comunicación con el pueblo, afirmando haberse puesto contra todos los papistas,
y constituido opositor del Papa y de las indulgencias.
Lutero,
no obstante, confesaba que la corrupción era desenfrenada por todas partes,
como antes, pero despues pensaba que era obra de Satanás. Más luego, este
espectáculo de corrupción, lo indujo a sistematizar el culto. Por esta su
necesidad de educar al pueblo, nacerán los primeros folletos de instrucción
popular.
El
monje rebelde a la autoridad de la Iglesia, se mostró partidario de la
autoridad política. Al mismo tiempo, Lutero publicó su traducción del Nuevo
Testamento, para luego emprender la del Antiguo Testamento. La Obra tuvo gran
importancia para el desarrollo de la lengua tedesca.
Por
otra parte, al no reconocer el Canon de la Sagrada Escritura, Lutero quitó toda
base a la autoridad de la Biblia.
LA
POLÉMICA CON ERASMO
–
LA REVUELTA DE LOS CAMPESINOS –
Entre
tanto, se verificaron hechos internos que pesaron en la vida de Lutero. Su
propaganda antimonástica vaciaba los Conventos. El Reformador había escrito:
«El hombre está destinado, necesitado, obligado por Dios mismo al matrimonio.
Es terrible llegar al momento de la muerte sin haber tenido mujer».
No
obstante, todas las tentativas, para detener la marcha de la Reforma, fueron
ineficaces. Adriano II (1522-1523), sucesor de León X, había mandado a la
“Dieta” de Nuremberg, a
Francesco
Chieregati, el cual había prometido, en nombre del Papa, la ejecución de la
Reforma eclesiástica, por ser aquélla sospechosa de herejía. Pero la “Dieta”
respondió que era imposible, a esas alturas, hacer aplicar el Edicto de Worms.
Pero todavía Clemente VII, envió a Lorenzo Campeggio para pedir a la “Dieta” la
aplicación de las deliberaciones de Worms, y pidió la convocación a un Concilio
universal; Carlos V, indignado, ordenó en cambio, la aplicación sin reservas
del Edicto de Worms. Lutero, en tanto, animado por el éxito de su propaganda,
enfrentaba a los adversarios con una desafiante seguridad, e dirigía una
violenta diatriba contra “Henricum regem Angliae”, centrando el ataque sobre la
validez de la Tradición como fuente de revelación. A su sedienta voluntad de
reafirmarse sobre la palabra de Cristo, Lutero pregunta, qué contraponen los
papistas? «Glosas patrísticas, laboriosos y elaborados ritos depositados por
los siglos... Yo indago las causas y hasta ellas me remonto; ellos contraponen
la dura obra de la historia. Yo discuto los derechos; ellos apelan a los
hechos».
De muy
otra importancia fue la polémica con Erasmo. La ocasión de la polémica fue
ofrecida a Erasmo por Ulrich Von Hutten que, habiendo ido a Basilea, fue
rechazado por el humanista. Entonces, se desahogó públicamente con una violenta
invectiva que acusaba Erasmo de incoherencia y de cobardía. El humanista no
pudo callar y publicó una áspera respuesta. El injurioso contrataque de Erasmo
salió cuando Hutten ya había muerto, pero la polémica tuvo come epílogo el
duelo literario entre Erasmo y Lutero. Erasmo, en aquel tiempo, publicó la “De
Libero arbitrio collatio”, en la cual toca verdaderamente un punto central de
la teología de Lutero, no obstante no se mostró como un gran teólogo. Sin
embargo, ese escrito suyo, en los ambientes cultos, causó la más grande
impresión.
El
Reformador, entonces, con la ayuda de Melantone, escribió el Tratado “De servo
arbitrio”. Este fue fundamental para la determinación del pensamiento de Lutero
y para el desarrollo pastoral del protestantismo. Pero para comprender el “De
servo arbitrio”, hay que comprender el drama del claustro de Erfurt, donde
ingresó al inicio de la vida monástica que terminó en un fracaso. Ahora, Lutero
sentía en sí una fuerza que lo hacía incapaz de someterse a la disciplina, que
lo hacía incapaz de realizar el ideal ascético, por lo cual elaboró su doctrina
de la “concupiscencia invencible” y de la “justificación imputada”.
El
hombre – escribió – no tiene ninguna libertad; no es sino una mísera bestia de
carga sobre la cual cabalgan Dios y Satanás.
Pero
fueron muchos los adversarios de Lutero, católicos y no católicos.
Los
campesinos se alzaron en rebelión con Tomás Munzer a la cabeza. Aparecieron,
luego, los doce artículos de los campesinos que reivindicaba aquéllos que
precisaban reivindicación. En el primer artículo, fijaban la doctrina de la
libertad religiosa que conducía a una visión integral de las convenciones y de
las costumbres sociales, y exigía aplicaciones concretas aún en el área de las
relaciones económicas.
Lutero
no podía, ciertamente, mantenerse a parte sin ser acusado de complicidad. Él,
en efecto, había ya querido la destrucción de las iglesias y de los obispados
del Anticristo. Y esto lo quería efectuado por la Autoridad constituida, pero
aún los campesinos, sin embargo, se estimaban también ellos una autoridad. Por
esto, Lutero publicó una exhortación a la paz, porque, repetidamente, les había
hablado de una inevitable sublevación de las masas populares, pero los
campesinos habían comprendido que el tiempo para este hecho inevitable había
expirado.
A los
campesinos Lutero inculcó la calma y la obediencia. Reconoció como justas
algunas de sus reivindicaciones, pero condenó la violencia. Pero cuando la
revuelta estaba a punto de ser sofocada por las fuerzas preponderantes de los
Príncipes, Lutero publicó el feroz e inhumano libelo “Contra la banda
depredadora y asesina de los campesinos”. Millares de campesinos fueron
masacrados por la venganza de los señores, y la invocación del feroz libelo de
Lutero fue desastrosa. El Reformador fue paragonado a Pilato, que se lavó las
manos después de haber entregado a Cristo a los judíos. La tarde del 13 de
junio, invitó a varios amigos a celebrar, en su casa, el matrimonio con
Caterina von Bora, diciendo, bufonescamente, que lo hacía para fastidiar a
Satanás y a los papistas y hacer reír a los Ángeles.
Muchos, sin embargo, temían que estos actos de
debilidad de Lutero, le costaran caro; pero la revolución religiosa estaba ya
ligada a demasiados intereses, para que pudiera ser obstaculizada por eventuales
errores de los iniciadores.
No
obstante, era necesario salvar a las comunidades de la desenfrenada corrupción.
En una carta al elector Juan de Sajonia, Lutero se lamenta «de la ingratitud de
la gente hacia la santa Palabra de Dios... viven como cerdos...». Por ello,
Lutero difundió por toda Alemania el rito de la Misa como era celebrada en
Wittenberg, y para instruir al pueblo escribió dos Catecismos; uno, para los
“simples”, el otro, como guía para los “párrocos” en sus predicaciones. Gran
importancia dio a la obligación de obedecer a las Autoridades civiles, e
insistió en la importancia de la presencia real en la Eucaristía, defendida por
Lutero contra Zwinglio.
El
Movimiento Zwingliano se había iniciado contemporáneamente al luterano,
emanando a partir de ocasiones históricas similares, aunque teniendo dos
fisonomías opuestas. Sin embargo, pronto hubo desacuerdos. Mientras Lutero,
alemán, fue el corifeo de las clases burguesas y nobles, el Reformador de
Zurich fue el exponente religioso de la democrática Suiza, representando a los
campesinos rebeldes, denunciando a Lutero como reaccionario y cómplice de los
señores. El punto de mayor contraste, sin embargo, para Zwinglio no era más que
un recuerdo, como el anillo que el esposo, partiendo, deja a la esposa.
Los dos
Reformadores se encontraron en Marburgo, para llegar a un acuerdo sobre los
puntos más discutidos; pero sobre el tema de la “Presencia real”, hubo un
verdadero desacuerdo. Se comprende, entonces, la preocupación de Felipe de
Hesse, de constituir “un frente único” de la Reforma, pero el emperador se
preocupaba de la situación religiosa germánica, y antes de recurrir a medidas
extremas, intentaba, una vez más, la vía del mutuo acuerdo, indicando, para
ello, una “Dieta” en Augusta, Baviera.
Inmediatamente
después de la sesión inaugural, Carlos V invitó a los teólogos protestantes a
tener conversaciones con los teólogos católicos, para extender una profesión de
Fe, que fuera una base de concordia.
Melantone
presentó su “Confessio augustana”, dividida en dos partes.
La
refutación de la “Confessio augustana” pareció demasiado ofensiva al emperador,
el cual se mostró dispuesto a deponer la “Dieta” incluso con las armas.
Melantone, entonces, para evitar otra ruptura, hizo nuevas propuestas, pero Felipe
de Hesse, en protesta abandonó la “Dieta”. Carlos V promulgó un Decreto en el
cual reconocía que los luteranos habían sido refutados, les daba tiempo para
volver a la fe católica, y les prohibía hacer controversias y propaganda. Y
cerró la “Dieta”, renovando el Edicto de Worms.
A la
obra de los tedescos de la Liga, que seguían las ideas de Lutero, se dio el
significado de una Cruzada. El Reformador, en su lenguaje, no tuvo ya más
límites. Habló del deber de tomar las armas para proteger el Evangelio: «Yo,
Martín, quiero cooperar a ello con mi oración, pero también con el puño. Todo
sentimiento de caridad ha desaparecido de mi corazón. Cuando me vuelvo
suplicante a Dios, no se siquiera rezar sin maldecir».
En esos
años, ocurrieron los episodios más importantes del Movimiento anabaptista. Los
sobrevivientes a las masacres, encontraron refugio en Frigia y en Brabante.
En
Westfalia, en Munster, en primer lugar, hubo una pacífica propaganda de las
líneas luteranas, pero luego el contraste con el Obispo de la ciudad provocó
una revuelta que llegó a proclamar el “Reino de Dios” con la instauración de un
régimen comunista y con la autorización de la poligamia. Lutero, con su
lenguaje violento, exhortó a las Autoridades a sofocar en sangre la rebelión
anabaptista.
Con
Pablo III, sucesor de Clemente VII, el problema del Concilio fue puesto en
primer plano y el Obispo de Capodistria, Pier Paolo Vergerio, fue mandado a
Alemania para agilizar los trabajos preparatorios, fijar una eventual sede y
establecer su carácter ecuménico, en lugar de nacional. El Obispo tuvo también
un encuentro con Lutero, y en su relación a Roma, describió la actitud audaz
del Reformador obeso, tosco, violento y pagado de “sí”.
Interrogado
sobre sus disposiciones hacia el próximo Concilio, Lutero respondió: «No
tenemos ninguna necesidad de un Concilio; de todos modos, se convocará,
participaré y sabré bien defenderme contra el universo entero».
No
obstante, católicos y luteranos retomaron las tratativas con los zwinglianos,
para formar el ya querido “frente único”. Durante cinco años, aproximadamente,
hubo un continuo intercambio de cartas entre Melantone y Martín Butzer, para un
pacífico acuerdo. Pero todas las tentativas fallaron, a causa de la
intransigencia de Lutero. Cuando fue divulgada, en Alemania, la “Bulla
pontificia” de convocación del Concilio, Felipe de Hesse, y el elector de
Sajonia lograron encontrarlo en
Wittenberg.
Martín
Butzer, el principal teólogo de los reformadores suizos, tuvo un coloquio con
Lutero, en el cual se logró acordar sobre el punto más crucial: el dogma de la
“Presencia Real”, declarando, sin embargo, que la “Presencia Real” estaba
circunscripta al momento del rito sacramental.
Pero
Lutero, luego, formuló una nueva profesión de fe, contra Roma, que fue llamada
el “Testamento de Lutero”, subdividido en 23 artículos y escrito en un estilo
duro y vulgar. «Así como sería blasfemo adorar al diablo como Señor y Dios, así
también sería monstruoso el tolerar, como cabeza y señor, al apóstol de
Satanás, el papa, que es el anticristo» La Misa, después, es definida como «la
cola del pestífero dragón, la cual ha generado toda una turba de la más variada
idolatría».
Entre
tanto, los Príncipes, reunidos en Straloalda, decidieron no participar en el
Concilio que el papa Pablo III había convocado en Mantova, para mayo de 1537.
Pero
Lutero no desistió de su propaganda; lanzó una invectiva contra el culto
católico que Él consideraba basado en la mentira, y escribió la obra más
importante, de este período, titulada: “De los Concilios y de la Iglesia”, en
la cual afirma no creer en la sinceridad del Papa en la convocación del
Concilio, porque lo considera no infalible, no pudiendo establecer novedades
con respecto a la Fe y a la Moral, sino pudiendo sólo condenar errores.
Mientras
en los primeros tiempos, Lutero apelaba a un Concilio, lanzando acusaciones
contra el Papa que se negaba a convocarlo en breve lapso de tiempo, ahora, en
cambio, que la Iglesia romana quería anunciarlo, Lutero despreciaba su
importancia y su misión; misión que él atribuía sólo a laicos y juristas
elegidos por la comunidad.
En
diciembre, llegó a Wittenberg un mensajero para pedir a Lutero la autorización
para que el landgrave Felipe de Hesse contrajera un segundo matrimonio. Lutero
se encontró en un grave embarazo.
Era
sabido que pocos años antes, la Iglesia de Roma no había concedido el divorcio
a Enrique VIII. No obstante, el embarazo de Lutero no duró demasiado; en
efecto, con el arribo de Butzer, junto a Melantone, suscribió el acto que
autorizaba la bigamia de Felipe de Hesse, En el documento, se afirmaba que la
“monogamia” era la regla, la “poligamia”, en cambio, era admitida sólo en los
casos de necesidad. De este modo, Felipe de Hesse, en 1540, celebraba sus
segundas nupcias con la diecisieteañera Margherita von der Sale. Naturalmente,
el secreto se volvió de dominio público. Para sofocar el escándalo, Lutero
aconsejó el fraude de presentar a Margherita von der Sale como una concubina y
no como su mujer.
En el
entretiempo, el emperador Carlos V quería arribar a un segundo acuerdo con los
protestantes. Hubo en seguida una intensa actividad diplomática teológica.
Carlos V hizo presentar el escudo de la discusión, sobre el cual discutieron
tres teólogos católicos (Eck, Fider, Gropper) y tres protestantes (Melantone,
Butzer, Giovanni Pistorius).
Acerca
del apasionante problema de la “justificación” se llegó a una fórmula, con la
cual se admitía que la justificación es conseguida mediante “la fe coherente a
través del amor”. La justicia imputada, que se manifiesta en obras buenas,
confiere al hombre la conciencia de la justicia inherente, distinta de la
conferida mediante el bautismo.
Mientras
tanto, la convocación del Concilio fue impedida por la gravedad de la situación
política.
En este
período, Lutero estaba en camino de un rápido declive. Sus últimos años fueron
tristes, atormentados por sufrimientos físicos y por angustiosos desalientos,
pero su religión conquistaba aún terreno en gran parte de Alemania, y Lutero
continuaba, sin embargo con su propaganda.
Su escrito
más violento y vulgar fue aquél contra la “Bulla” con la cual Pablo III había
convocado el Concilio de Trento.
Pero su
salud empeoraba por un grave defecto cardíaco, y Lutero era siempre más
debilitado por las fatigas de tantas luchas afrontadas y por un trabajo
agotador. Los síntomas de la gravedad de su enfermedad del corazón aparecieron
en él el 17 de febrero de 1546. Por la noche, fue aquejado de un grave
malestar, y todos los remedios fueron ineficaces.
En la presencia
de todos sus amigos, le fue pedida una profesión de fidelidad a sus enseñanzas.
Oyeron
un “sí”.
Lutero
moría el 18 de febrero de 1546.
Martín
Lutero, con sus 95 tesis, intentó
derrocar al Triregno papal!
La
“Batalla de Lutero”.
Representación
de la “Digna merces Papae satanissimi et Cardinalium suorum”.
APPENDICE
Papa
León X autor de la Bulla “Exsurge Domine” con la cual censuró 41 proposiciones
de Martín Lutero.
La Bulla “Exsurge Domine” de condenación de
Martín Lutero.
«Esta es la victoria que vence al mundo:
¡nuestra
Fe!».
(1 Jo,
5-4)
«Todo
cristiano es un soldado».
(C.
Pèguy)
«Yo he
sido un gran bribón y un homicida».
(Martín
Lutero, WA WW 29,50,18)
APÉNDICE
LA
BULLA
“EXSURGE
DOMINE”
El 15
de junio de 1520 fue publicada por parte del Papa León X la Bulla “Exsurge Domine”
con la cual se censuraba cuarenta y una proposiciones de Martín Lutero. No
todas las proposiciones tienen el mismo grado de censura, pero algunas, sin
precisarlas, son consideradas heréticas; otras escandalosas, otras falsas,
otras capaces de ofender los piadosos oídos y de seducir las almas de los
simples.
A
continuación las proposiciones con un breve comentario explicativo para hacer
comprender mejor el sentido de la condena papal.
1) «Es
sentencia herética, pero ampliamente seguida, que los sacramentos de la Nueva
Alianza dan la gracia justificante a aquéllos que no le oponen obstáculo».
La
doctrina católica, que luego será solemnemente proclamada por el Concilio de
Trento, afirmaba y afirma que los sacramentos dan la gracia “ex opere operato”,
esto es por el hecho mismo en que son correctamente administrados, en cuanto en
ellos actúa Jesucristo a través de su ministro. Quien recibe los sacramentos,
es entonces, un sujeto substancialmente pasivo; solamente se le pide que no
ponga obstáculos a la gracia (¿qué sentido tendría, per ejemplo, que uno
recibiera el perdón en el sacramento de la Penitencia teniendo el corazón atado
al pecado? ¿Cómo podría actuar en él la gracia del sacramento?). Apena mucho
que Lutero no haya acogido la racionalidad y la belleza de esta doctrina. En
efecto, ella destaca el primado de la gracia (que justamente estaba tan en el
corazón de Lutero), y reduce al mínimo indispensable el aporte del hombre. Pero
Lutero, en esta tesis católica, veía afirmada la importancia decisiva de la
jerarquía eclesiástica (a la cual compete administrar los sacramentos),
jerarquía que él había ya rechazado. Además, y por encima de todo, en el hecho
de que el sujeto del sacramento no deba poner obstáculo, Lutero veía
comprometida la necesidad de absoluta certeza: en efecto, uno podría dudar si
para la recepción del sacramento está verdadera y suficientemente dispuesto, es
decir si pone o no pone un obstáculo a la gracia. Luego, Lutero pide como
disposición para recibir la gracia solamente la fe, de la cual, a su parecer,
uno puede estar perfectamente cierto.
2) «Negar que el pecado permanece en el
niño después del bautismo significa pisotear juntos a S. Pablo y a Cristo».
Según
Lutero el pecado original consiste en la concupiscencia, la cual permanece en
el niño aún después del bautismo. De aquí nace la sorprendente tesis luterana.
El Concilio de Trento afirmará, en cambio, que el pecado original no consiste
en la concupiscencia, la cual no es un pecado, sino solamente una consecuencia
del pecado y un incentivo para el mismo. El bautismo, entonces, cancela
completamente el pecado original en los niños, y aún todos los pecados actuales
en los adultos.
3) «El
fomes pecati se mantiene en el alma que sale del cuerpo al ingreso en el cielo,
aún si no hay ningúnpecado actual».
El
fomes pecati es la concupiscencia, que, como hemos visto, según Lutero es un
pecado. De tal manera, impide el ingreso en el cielo, no obstante el perdón de
los pecados actuales y las indulgencias. La tesis luterana, en efecto, fue
provocada a partir del asunto de las indulgencias.
4) «La
no perfecta caridad de quien está para morir lleva necesariamente consigo un
gran temor, que de por sí es suficiente para obtener la pena del purgatorio, e
impide el ingreso en el reino».
El
punto focal de esta tesis está en la idea de que el temor es un pecado. En
efecto, según Lutero, nace de motivos interesados y entonces, a su parecer,
egoístas y pecaminosos. Como veremos mejor en las tesis siguientes, para Lutero
tanto la esperanza de la vida eterna como el temor del infierno son en realidad
pecados.
5) «Que las partes de la confesión sean
tres: contrición, confesión y satisfacción, no está fundado en la Sagrada
Escritura, ni en los antiguos santos doctores cristianos».
El
sacramento de la penitencia está, por su misma naturaleza, compuesto de tres
partes: la contrición del corazón, la confesión oral, la satisfacción de la
obra, y así, salvo variaciones en la forma, ha sido siempre celebrado en la
Iglesia. Decir, como hace Lutero, que esto no encuentra fundamento ni en la
Escritura, ni en los Santos Padres, significa decir que no pertenece a la
Revelación divina, mientras la Iglesia Católica ha siempre profesado que el
sacramento de la penitencia, como todos los otros sacramentos, han sido
instituidos por Jesucristo, y esto se halla tanto en la Escritura como en la
Tradición.
6) «La contrición que se obtiene con el
examen, la recapitulación y la detestación de los pecados, y con la cual se
reflexiona sobre la propia vida en la amargura de la propia alma (cf. Is 38,
15), sopesando la gravedad, la multitud, la torpeza de los pecados, la pérdida
de la beatitud eterna y el cumplimiento de la eterna condenación, esta
contrición hace hipócrita, e incluso, pecadores».
La tesis es muy indicativa del pensamiento de
Lutero. A su parecer el arrepentimiento consiguiente a la meditación acerca de
la pérdida de la beatitud eterna y sobre el temor de la eterna condenación,
hace hipócritas, e incluso pecadores. ¿Por qué Lutero dice ésto? Porque, como
hemos ya mencionado (ver tesis 4), toda motivación de algún modo interesada es
a su parecer inmoral. Así resultan inmorales la esperanza del paraíso y el
temor del infierno. Tal estado de ánimo hace hipócritas, porque el ánimo
permanece adherido al pecado y, entonces, uno piensa ser justo mientras no lo
es, y hace pecadores en cuanto estamos viciados de egoísmo.
La
doctrina católica es diversa. La esperanza del paraíso y el temor del infierno
son cosas en sí mismas buenas, porque desear el propio bien y temer el propio
mal son tendencias naturales que derivan de Dios mismo, creador de la
naturaleza. Sería sin embargo inmoral, puede concederse, hacer el bien o evitar
el pecado, exclusivamente por ganar el paraíso y evitar el infierno. Tales
motivaciones se subordinan a aquélla más noble de hacer el bien y evitar el
mal, en primer lugar por amor de Dios. En otras palabras, la esperanza (a la
cual está ligado el temor) es una virtud, pero debe estar subordinada a la
caridad.
7) «Lo más verdadero y perfecto en toda la
doctrina propuesta hasta este momento acerca de la contrición es la máxima: “No
hacerlo más es la mejor penitencia; una vida nueva es la óptima penitencia”».
Con
estas palabras, Lutero niega el valor de la satisfacción sacramental. En toda
su historia, la Iglesia ha siempre impuesto a los pecadores penitentes obras
expiatorias en reparación de los pecados cometidos. Esto es entendido como
inútil e innecesario por parte de Lutero, coherentemente con su doctrina de que
las obras buenas (y por lo tanto también las penitenciales) no tienen ningún
valor delante de Dios.
8) «No considerar en modo alguno el
confesar los pecados veniales, pero ni siquiera todos los mortales, porque es
imposible que tú conozcas todos los pecados mortales. Por este motivo en la
Iglesia primitiva se confesaban sólo los pecados mortales manifiestos».
Aquí,
Lutero deja entrever su impaciencia por la confesión particularizada de los
pecados, que se había vuelto, para él, solamente un peso y un tormento. Su
escrupulosidad hacía que el examen de conciencia, en el cual el penitente
indaga cuáles y cuántos pecados ha cometido, fuera para él una fuente de dudas
angustiosas. En cuanto a la última afirmación, aun admitiendo que en la Iglesia
primitiva se confesaran sólo los pecados mortales manifiestos, el motivo non
era el indicado por Lutero.
9) «Cuando queremos confesar todo de modo
completo no hacemos más que esto: no queremos dejar nada para perdonar a la
misericordia de Dios».
Vale
también para esta tesis cuanto fue dicho respecto de la tesis precedente: se
ve, en efecto, claro que Lutero quiere encontrar motivos para eliminar la
confesión particularizada de los pecados. Pero el motivo que aporta no
convence; en efecto, cuando uno confiesa sus pecados, sabe muy bien que ellos
son perdonados por la misericordia de Dios.
10) «A ninguno le son remitidos los pecados si
no cree que les son remitidos por el sacerdote que absuelve; así, el pecado
permanece si él no lo cree remitido: no son suficientes en efecto la remisión
de los pecados y el don de la gracia, pero es necesario aún creer que [el
pecado] ha sido remitido».
Esta
tesis nos lleva al corazón de la doctrina luterana. Ella afirma que la fe es la
condición necesaria y suficiente para obtener la justificación. De este modo,
Lutero, que quería tener a toda costa la absoluta certeza de la salvación del
alma, la obtiene volviendo obligatoria tal certeza: quien no está cierto de ser
perdonado, no está perdonado; y por otra parte basta estar ciertos de ser
perdonados para estar perdonados. El hombre, entonces, no sólo puede tener la
paz de la conciencia, sino aúnestá obligado a tenerla. Lutero piensa haber
resuelto de tal modo su angustioso drama interior.
11) «No confiar de ningún modo en ser absuelto
con motivo de tu contrición, sino por la palabra de Cristo: “Todo lo que
desatáreis,” etc. (Mt 16, 19). En esto confía, digo: si has obtenido la
absolución del sacerdote, y crees firmemente que has sido absuelto, habrás sido
absuelto verdaderamente, sea lo que fuere respecto de la contrición».
Esta
tesis es muy similar a la precedente, por lo que renvío a las consideraciones
hechas arriba. En ella, no obstante, hay una particular insistencia sobre la
contrición, por lo cual pareciera deberse deducir que la angustia de Lutero con
respecto al sacramento de la confesión, además de las preocupaciones acerca de
la integridad de la acusación (cf. tesis 8), nacería también del temor en
cuanto a la suficiencia de la propia contrición. Es verdadera en cambio la
primera parte de la tesis, porque nosotros no somos absueltos con motivo de
nuestra contrición (que es sólo una disposición necesaria), sino con motivo de
la absolución del sacerdote.
12) «Si, por un absurdo, quien se confiesa no
estuviese contrito, o el sacerdote absolviese no con intención, sino por juego,
si no obstante él se creyera absuelto, está absuelto con absoluta certeza».
Para
comprender esta tesis revéase cuanto se ha dicho respecto de las dos tesis
precedentes.
13) «En el sacramento de la penitencia y en la
remisión de la culpa, el Papa o el obispo no hacen nada más que lo que un
simple sacerdote: de este modo, donde no hay un sacerdote basta un simple
cristiano, aún si fuese una mujer o un niño».
La
primera parte de la tesis es exacta, porque la absolución de un sacerdote que
tiene la debida jurisdicción vale tanto como la del Papa o de un Obispo. La
segunda parte de la tesis en cambio, se basa sobre la concepción propia de
Lutero de que el perdón de los pecados no depende de la eficacia del
sacramento, sino sólo de la fe del penitente.
14) «Nadie debe responder al sacerdote acerca
de si está contrito, y el sacerdote no lo debe preguntar».
También
para esta tesis vale cuanto se ha dicho para las tesis 10, 11, 12.
15) «Es grande el error de aquéllos que se
acercan al sacramento de la Eucaristía fiándose del hecho de haberse confesado,
de no ser conscientes de ningún pecado mortal, de haber realizado plegarias
personales y preparatorias: todos estos, comen y beben la propia condenación.
Pero si creen y confían que aquí conseguirán la gracia, esta fe sola los vuelve
puros y dignos».
Con
esta tesis, Lutero afirma que para hacer una buena comunión basta la sola fe,
por más graves que sean los pecados que uno tenga en la consciencia. La tesis
por lo menos revolucionaria respecto de la doctrina y la praxis de la Iglesia Católica,
pero es del todo coherente con la convicción firmemente radicada en Lutero de
que sólo la fe justifica.
16) «La Iglesia decidió establecer en un
concilio universal que los laicos deben comulgar bajo las dos especies; y los
Bohemios que comulgan bajo las dos especies no son heréticos, sino cismáticos».
El
error condenado en esta tesis está en la afirmación de que los laicos “deben”
comulgar bajo las dos especies: lo que, de hecho, parece entender entre líneas
que la comunión hecha bajo una sola especie no estaría completa, lo que es
contra la fe católica. Sin embargo esta proposición de Lutero, probablemente ha
sido censurada no tanto como herética, sino simplemente como «seductora de las
almas de los simples». En efecto, compromete a los ojos del pueblo cristiano la
autoridad del Papa y de la Iglesia universal.
17) «Los
tesoros de la Iglesia de los cuales el Papa saca las indulgencias no son los
méritos de Cristo y de los Santos».
Esta
tesis niega abiertamente la doctrina de las indulgencias.
18) «Las indulgencias son piadosos engaños a
los fieles, y dispensa de las obras buenas; y pertenecen al número de las cosas
que son permitidas, no al número de las que son útiles».
También
en esta tesis, Lutero niega el valor de las indulgencias, para las cuales ya no
habrá más un puesto en su sistema teológico.
19) «Las indulgencia, para aquellos que
verdaderamente las adquieren, no tienen valor para la remisión de las penas
debidas a la justicia divina por los pecados actuales».
Estamos
frente a otra abierta negación de la doctrina de las indulgencias.
20) «Se engañan aquellos que creen que las
indulgencias son saludables e útiles para el bien del espíritu».
Ver
supra.
21) «Las indulgencias son necesarias sólo para
las culpas públicas, y son propiamente concedidas sólo a los duros de corazón y
a los insensibles».
Aquí,
Lutero parece querer salvar algún aspecto de la doctrina de las indulgencias,
aun cuando su afirmación no es según la enseñanza de la Iglesia.
22) «Para seis categorías de hombres las
indulgencias no son ni necesarias ni útiles, esto es para los muertos o para
los que están para morir, para los enfermos, para los legítimamente impedidos,
para los que no han cometido pecado, para los que han cometido pecado, pero non
público, para los que efectúan cosas mejores».
Esta
tesis es menos radical que las otras, pero contiene afirmaciones erróneas, o
por lo menos inexactas, y capaces de crear confusión en el pueblo cristiano.
Por esto, ha sido censurada.
23) «Las excomuniones son solamente penas
exteriores, y no privan al hombre de los comunes frutos espirituales de la
Iglesia».
La
doctrina católica enseña, en cambio, que la excomunión priva también de los
frutos espirituales, y sobre todo por esto es temida.
24) «Hay que enseñar a los cristianos más a
amar la excomunión que a temerla».
Esta
tesis no necesita comentario: permite ver la abierta rebelión de Lutero a la
autoridad eclesiástica.
25) «EI Pontífice Romano, sucesor de Pedro, no
es el Vicario de Cristo sobre todas las iglesias del mundo entero, por el mismo
Cristo constituido en el beato Pedro».
Aquí,
Lutero desafía abiertamente el primado del Romano Pontífice.
26) «La palabra de Cristo a Pedro: “Todo lo
que atareis sobre la tierra”, etc. (Mt 16, 19), se extiende solamente a las
cosas ligadas por el mismo Pedro».
Esta
tesis, limita indebidamente el primado de Pedro; en efecto, las palabras de
Jesús incluyen, entre otros, el poder de desatar los pecados; ahora, el
“ligamen” de los pecados no ha ciertamente sido puesto por S. Pedro.
27) «Es cierto que no está en manos de la
Iglesia o del Papa el establecer los artículos de fe, y ni siquiera las leyes
morales o las obras buenas».
Tenemos,
aquí, una abierta negación del poder de magisterio confiado por Jesucristo a la
Iglesia y al Papa.
28) «Si el Papa, con una gran parte de la
Iglesia, pensara de un modo ú otro, y además no se equivocara, no es todavía
pecado o herejía pensar lo contrario, sobre todo en cosas no necesarias para la
salvación, hasta que mediante un concilio universal una cosa no haya sido rechazada
y la otra aprobada».
En esta
tesis, Lutero afirma la superioridad del Concilio sobre el Papa
(conciliarismo), y por esto incurre en la censura. No obstante, admite aún la
autoridad del Concilio universal, cosa que no hará en las dos tesis siguientes.
29) «Ha sido abierto el camino para vaciar la
autoridad de los concilios y para contradecir libremente lo que han realizado,
para juzgar sus decretos y para confesar con confianza lo que parece verdadero,
ya sea que se hubiera aprobado o que se hubiera rechazado por algún Concilio».
Con
esta tesis verdaderamente revolucionaria, Lutero niega cualquier autoridad a
los Concilios, aún ecuménicos. Cuál será, entonces, el criterio de verdad?
Lutero en esta tesis, no lo dice, pero sabemos cuál es su respuesta: la única
autoridad es la Sagrada Escritura (“Sola Scriptura”).
30) «Algunos artículos de Juan Huss,
condenados en el
Concilio
de Constanza, son cristianísimos, certísimos y evangélicos, y ni siquiera la
Iglesia universal podría condenarlos».
Tenemos,
aquí, una aplicación de la tesis precedente: si los Concilios no tienen valor,
cualquiera puede desafiar las decisiones del Concilio de Constanza, y aprobar
lo que allí ha sido condenado.
31) «En toda obra buena, el justo peca».
Esta
afirmación, desconcertante e incomprensible para nosotros los católicos,
expresa perfectamente el pensamiento de Lutero. El mismo se basa en dos
presupuestos. El primero es que todo hombre, aún el llamado “justo”, tiene la
concupiscencia, es decir la tendencia desordenada al egoísmo y a la
sensualidad, que es inextinguible en esta vita. Ahora, según Lutero, la
concupiscencia es pecado, por lo cual todo hombre es incurablemente pecador.
Luego, el justo no es en realidad justo, sino pecador.
El
segundo presupuesto es que si uno es pecador, cada acción suya será pecado,
porque, como dice Lutero citando Mt 7, 17, «todo árbol malo no puede dar sino
frutos malos».
La
consecuencia es por tanto clara: el justo (que en realidad no es justo) puede
hacer sólo acciones malas, e incluso sus acciones aparentemente buenas serán
pecado.
La
doctrina católica afirma, en cambio, que la concupiscencia no es un pecado,
sino sólo una consecuencia del pecado y un incentivo al mismo, como dirá el
Concilio de Trento y, entonces, un hombre puede ser verdaderamente justo,
incluso si permanece en él la concupiscencia. Lo importante es no consentir a
los movimientos de la concupiscencia.
En
cuanto al segundo presupuesto, que el malo puede sólo realizar acciones malas,
es necesario tener en cuenta que entre el hombre y sus acciones se coloca la
libertad. Luego, un hombre malo puede realizar, si quiere, acciones buenas, y
un hombre bueno, viceversa, acciones malas.
¿Cómo
se dice, en efecto, por ejemplo, que un pecador el cual, movido a compasión por
un pobre, le hace una generosa oferta, comete un pecado? Y viceversa, vemos,
desafortunadamente, que a menudo aún quien es bueno puede cometer pecados.
¿Cómo se interpreta entonces la afirmación evangélica de que un árbol malo no
puede dar frutos buenos, y un árbol bueno frutos malos? Se interpreta así: un
hombre malo, si sigue las tendencias malas, no puede dar frutos buenos, y un
hombre bueno, si sigue las tendencias buenas, no puede dar frutos malos. En
efecto, el hombre, gracias a su libertad (que el árbol no posee), puede ir
contra las propias tendencias.
32) «La obra buena realizada de la mejor manera
es pecado venial».
Esta
tesis es muy similar a la precedente, y valen substancialmente las
consideraciones ya hechas. Uno se puede preguntar cómo Lutero afirma que estas
obras buenas son pecados veniales y no, como parecería más lógico desde su
punto de vista, mortal. El hecho es que, según Lutero, tales obras buenas
hechas del modo mejor serían pecados mortales, pero en vista de los méritos de
Cristo, Dios los considera como pecados veniales.
33) «Que los herejes sean condenados a la hoguera
es contra la voluntad del Espíritu».
Pienso
que muchos de nosotros, leyendo esta afirmación de Lutero, son llevados a
decir: pero aquí, parece que Lutero tiene razón! En efecto, el simple hecho de
hablar de hoguera suscita en nosotros una reacción emotiva vivísima, y tal pena
nos parece demasiado cruel, por más graves que sean los crímenes que uno pueda
haber cometido. Por este motivo, pido disculpas al lector si dedico al análisis
de esta tesis luterana más espacio del habitual.
Preguntémonos
ante todo: Lutero hace esta afirmación con motivo de la crueldad de la pena?
Parece que no, y esto por varios motivos.
En
primer lugar, en esos tiempos, las penas que se infligían a los culpables eran
con frecuencia extremadamente crueles. La tortura estaba a la orden del día. En
la opinión común, aún la pena de la hoguera no causaba la impresión que causa
hoy. Lutero, además, conocía bien la Biblia. Ahora, en la Biblia, Dios mismo
había prescripto para ciertos crímenes la pena de la hoguera. Leemos, en
efecto, en el libro del Levítico (21, 9): «Si la hija de un sacerdote se
deshonra prostituyéndose, deshonra también a su padre; sea quemada en el
fuego». Ahora, el crimen de herejía, teológicamente hablando es aún por sus
consecuencias sociales, más grave que la prostitución. Luego, Lutero no podía
decir que la pena de la hoguera era contra la voluntad del Espíritu Santo con
motivo de su crueldad.
¿Por
qué, entonces? Porque a su parecer no había que castigar a los herejes, sino
dejarlos crecer como la cizaña de la parábola evangélica. Ahora, esta tesis iba
contra todo el ordenamiento jurídico de la civilización medieval, en la cual la
herejía era considerada un delito contra el Estado. Para convencerse de ello,
basta, entre otras, considerar que la pena de muerte para los herejes (y en
particular la pena de la hoguera) fue introducida no por iniciativa de un Papa,
sino por iniciativa de un Emperador no ciertamente sospechoso de excesiva
simpatía hacia la Iglesia, y precisamente del secularísimo Federico II, un poco
antes del año 1250. Era, por tanto, la autoridad estatal la que consideraba la
herejía un crimen punible con la muerte. La tarea de la Iglesia era sólo la de
establecer si había o no herejía, y entregar al eventual hereje al brazo
secular, es decir al poder civil.
Se debe
luego recordar que Lutero mismo cambió de parecer sobre este punto, afirmando
que los herejes – especialmente los anabaptistas – eran castigados con la
muerte, también cuando no eran sediciosos; y nótese que el derecho sajón
preveía contra ellos la pena de la hoguera, precedida de la tortura para
arrancar la denuncia de sus cómplices4.
Una
última observación. ¿Qué juicio teológico merece esta tesis de Lutero? No
ciertamente el de ser una tesis herética, sino probablemente sólo seductora de
las almas de los simples o escandalosa. Y por este motivo es condenada por la
Bula papal.
34) «Combatir contra los Turcos es oponerse a
Dios, que visita nuestras iniquidades por su medio».
Esta
tesis tiene mucha analogía con la precedente (aún si suena a nuestros oídos más
paradojal que otras). Allí, en efecto, se trataba de enemigos internos, y aquí
se trata de enemigos externos. En ambos casos, Lutero afirma que no hay que
combatirlos. Pero también aquí, como en el otro, él cambiará muy pronto de
idea.
Vale
entonces la misma observación hecha arriba. La tesis luterana no es herética,
sino sólo temeraria o escandalosa.
4 Cf. C. Journet, “L’Èglise su Verbe Incarné”, I,
Bruges 1962, p. 363.
35) «Ninguno está cierto de no pecar
mortalmente, con motivo del ocultísimo vicio de la soberbia».
Vuelve
la idea luterana de siempre, que es la de la concupiscencia, de la que la
soberbia es un aspecto, que hace viciosas todas las acciones del hombre. En
particular, esta tesis hace prácticamente imposible la vida del católico común,
porque no podría jamás acercase a la comunión, no teniendo nunca la certeza
moral de estar en gracia de Dios.
36) «El libre arbitrio después del pecado es
una realidad puramente nominal, y cuando realiza su ejercicio propio, peca
mortalmente».
Aquí,
con la expresión “libre arbitrio”, Lutero no se refiere a la libertad de
elección, sino a la capacidad de realizar acciones moralmente buenas. Tal
capacidad, a su parecer, no existe, porque, con motivo de la concupiscencia,
todas las acciones realizadas por el hombre son pecaminosas.
37) «El purgatorio no puede ser probado
mediante las Sagradas Escrituras que se encuentran en el Canon».
La
prueba más clara de la existencia del purgatorio se halla en el Segundo Libro
de los Macabeos (12, 45 ss.), donde se habla de la colecta hecha para ofrecer
un sacrificio en sufragio de los difuntos muertos en batalla. La referencia al
Canon, en la tesis de Lutero, muestra claramente que a su parecer tal libro no
pertenece al Canon de las Sagradas Escrituras (tal idea, en efecto, será
retomada por sus secuaces y es sostenida hasta hoy por los protestantes).
Este es
ciertamente el motivo principal de la censura papal, aunque se podría agregar
el hecho de que, en el Nuevo Testamento, aceptado por Lutero, no faltan textos
sobre los cuales se puede fundar la doctrina del purgatorio (ej. 1 Cor 3, 15).
38) «Las almas del purgatorio no están seguras
de la propia salvación, al menos no todas; y no está probado por ningún
argumento racional ni por la Escritura que se encuentren fuera de la condición
de merecer o de acrecentar la caridad».
Esta
tesis no es ciertamente conforme a la doctrina católica tradicional, sobre todo
en cuanto a la primera afirmación y, aún si no aparece abiertamente herética,
es sin duda «capaz de ofender los piadosos oídos y de seducir las almas de los
sencillos». Y como tal es reprobada.
39) «Las almas del purgatorio pecan
continuamente, hasta buscar el reposo y tienen horror de las penas».
Retorna
la idea luterana, inaceptable según la doctrina católica, según la cual todo
sentimiento en cualquier modo interesado, como, por ejemplo, la esperanza o el
temor, es inmoral. Hay, sin embargo, un sentido en el que la presente tesis
sería aceptable, si se le diese este significado: las almas del purgatorio
pecarían si quisieran alcanzar la salvación sin descontar la pena. Pero
nosotros sabemos que no es así, porque las almas del purgatorio, aun deseando
(¡lícitamente!) el reposo, sin embargo afrontan voluntariamente la pena para
expiar, según justicia, sus pecados.
40) «Las almas liberadas del purgatorio por
los sufragios de aquellos que están vivos gozan de menor beatitud que si
hubieran satisfecho por sí mismas».
Tenemos
aquí una idea personal de Lutero que va contra el sentir común y comporta
consecuencias muy graves. Los fieles estarían, en efecto, inducidos, si la
tesis fuera verdadera, a no hacer ningún sufragio por los difuntos, para no
disminuir su beatitud.
41) «Los Prelados eclesiásticos y los
príncipes seculares no harían mal si eliminaran toda forma de mendicidad».
Para
comprender la censura de esta tesis, que sin embargo no ha sido ciertamente
reprobada como herética, hay que tener presente que, para que una proposición
sea censurable, basta que contenga un sólo aspecto negativo. Ahora, el aspecto
negativo de la tesis está en el hecho de que quisiera ver eliminada, entre las
variadas formas de mendicidad, aún la mendicidad voluntaria. Querría así
suprimir las Órdenes religiosas mendicantes, como los Franciscanos y los
Dominicos, que, al menos en los primeros tiempos, practicaban la mendicidad en
el sentido más riguroso. Y, en el curso de la historia de la Iglesia,
muchísimos eligieron también personalmente la mendicidad (¿cómo no recordar, a
este propósito, los Relatos de un peregrino ruso?), la cual hace sí que el
mendicante practique una total pobreza y esté obligado a poner toda su
confianza en la divina Providencia (haciendo en el sentido más auténtico el
pedido del Padre Nuestro: “Danos hoy nuestro pan cotidiano”). Por otra parte,
la mendicidad da a muchos la ocasión de ejercitar la limosna y la solidaridad
hacia el prójimo.
La Dieta de Worms del 1521 fue, como toda otra
Dieta, una asamblea de príncipes del Sacro Imperio Romano. Se reunió en Worms,
Alemania, del 28 de enero al 25 de mayo
de 1521. La Dieta fue presidida por el emperador Carlos V.
Felipe
Melantone, el teólogo de Martín Lutero.
Lutero
(primero a la izquierda), Bugenhagen, Erasmo, Jonas, Creuziger, Melantone. A la
derecha de Lutero, con el birrete, Spalatino.
«Antes
que yo, no hubo nadie que haya sabido qué es el Evangelio, Cristo, el Bautismo,
la Penitencia, qué es un Sacramento, la Fe, el Espíritu, las buenas obras, los
10 Mandamientos, el Pater Noster, la oración, el sufrimiento, el matrimonio, la
consolación, la autoridad civil, los progenitores, los hijos, el señor, el
siervo, la mujer, la sierva, el diablo, el Ángel, el mundo, la vida, la muerte,
el pecado, el derecho, la remisión de los pecados; quién es Dios, qué es un
obispo, un párroco, la Iglesia, la Cruz. (...).
Pero,
ahora, gracias a Dios, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, saben el
catecismo, es decir el “Deutsch Catechismus”, a saber “el gran Catechismus”
escrito por mí, Martinus Luther».
(Martín
Lutero)
Erasmo de Rotterdam, llamado “el Voltaire del
siglo XVI”, y que durante una generación dominó los espíritus, “escribió las
obras en las cuales fue puesto el huevo que Lutero hizo abrir”.
EL ESCUDO DE LUTERO
El
símbolo del cual se adornaban los RosaCruz era el escudo Rosacruciano de Martín
Lutero (una rosa roja en cuyo centro estaba superpuesta una cruz), del cual
compartían el odio fanático hacia la Misa Católica. Ninguna maravilla, por
ello, el conocer que Lutero pertenecía también a la secta masónica de los
RosaCruces, cuyos círculos pululaban en la Alemania de su tiempo. He aquí un
extracto de un discurso, en el Consejo Supremo de la Alta Masonería Hebraica de
los B’nai B’-rith, en una reunión de 1936, en París:
«Nosotros
somos los padres de todas las revoluciones (...) ¡Nosotros podemos jactarnos de
ser los creadores de la Reforma! Calvino era uno de nuestros hijos; era de
origen hebreo y animado por las finanzas hebraicas a redactar su proyecto de
Reforma. Martín Lutero cedió a la influencia de sus amigos hebreos y, gracias
todavía a la autoridad hebraica y a la finanza hebraica, su complot contra la
Iglesia ha triunfado...».
«Cuando la Misa haya sido invertida, estoy
convencido de que habremos invertido con ella al papismo. (...). Yo declaro que
todos los burdeles, los homicidios, los robos, los asesinos y los adúlteros
¡son menos malvados que esa abominación que es la Misa de los papas!».
(Martín
Lutero)
EL
CABALLERO ROSA-CRUZ
Emblema
heráldico del 18° grado
El
“Caballero RosaCruz” de la Masonería de Rito Escocés Antiguo y Aceptado
La
esencia del pensamiento rosacruciano está condensado en la aserción:
«El
hombre es Dios, hijo de Dios y no hay otro Dios que el hombre».
No es
sino retomar antiguas herejías gnósticas de los primeros siglos, reelaboradas
sucesivamente por los talmudistas y los cabalistas. La fuerza de la secta de
los RosaCruces está en este punto: ¡camuflar esta esencia pagana con una
apariencia cristiana!
En las
Constituciones de Anderson de 1723, que siguieron el nacimiento de la moderna
Masonería en la cual las 4 Logias operativas de Londres aceptaron la propuesta
de permitir a los RosaCruces resguardar su búsqueda alquimista y sus ideas
gnósticas y racionalistas, detrás de la fachada respetable de la Fraternidad,
se lee: «La idea de la Masonería es la de reunir todas las religiones y crear
una religión universal: religión en la cual todos los hombres estén de
acuerdo», mientras la esencia del depósito doctrinal es: «El deber del
Caballero RosaCruz es el de combatir el gnosticismo bastardo incluido en el
catolicismo, que hace de la fe un enceguecimiento, de la esperanza, un
pedestal, y, de la caridad, un egoísmo...». La tarea del Caballero RosaCruz es
el de «¡Eliminar el Sacrificio de Cristo en la Cruz de la faz de la tierra»!..
Esto es, usando la palabra de Lutero: «... derrumbar esa abominación que es la
Misa de los Papas y, con ella, también el Papado»!
«Al día siguiente, volvimos junto a nuestro
maestro para ayudarlo a vestirse, come de costumbre. Entonces ¡oh, qué dolor! vimos a nuestro maestro
Martín colgando del lecho y estrangulado míseramente! Tenía la boca retorcida,
la parte derecha de la cara negra, el cuello rojo y deforme. Ante este horrendo
espectáculo, ¡todos fuimos presa de un gran temor!».
de la
deposición de Ambrosio Kuntzell, siervo personal de Martín Lutero)
Lutero muerto - Diseño de Furttenagel.
Presentación 7
La
Reforma Protestante 9
1. Lutero13
2. Martín Lutero “homicida”14
3. La excomunión 20
4. La “Dieta” de Worms (1521 ) 22
5. Wartburg 23
6. La polémica con Erasmo
– La revuelta de los campesinos –24
Apéndice
36
La Bulla “Exsurge Domine”-39
«En
verdad, Jesucristo, hablando de este místico edificio, no menciona más que “una
Iglesia”, a la que Él llama Suya: “Edificaré Mi Iglesia”. Cualquier otra, fuera
de ésta que ha sido ideada, no siendo fundada por Jesucristo, ¡no puede ser la
verdadera Iglesia de Cristo!».
(León
XIII, en “Satis Cognitum”- 1896)
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