EL PROBLEMA ARGENTINO
R. P. Leonardo Castellani
R. P. Leonardo Castellani
246. El problema argentino es tan difícil
de resolver como fácil de plantear. Inveterado viene de muchos años. La
Argentina se independizó de España, de quien era provincia. Y se convirtió a
poco andar, en factoría de otra nación muy maula. Esto tuvo muchos vericuetos;
pero hablando breve, es eso.
247. La Argentina era rica en recursos.
Los tiempos eran tranquilos. La Nación Metrópoli (Inglaterra) dejaba un décimo
de lo que se llevaba, a la clase dirigente a su servicio (cipayos), que vivía
opulenta y gobernaba después de haber eliminado a sangre y fuego a sus enemigos
(fuego, literalmente a veces); a los soldados del Chacho que tomó prisioneros
Sandes, en la batalla de las playas, los quemaron vivos. (Ver GREGORIO MADERO:
La degollación del Chacho', Theoría, 1966.)
248. El país parecía marchar espléndido,
e incluso tuvo sus borracheras de euforia progresista en 1880 y 1910.
249. De repente estallaron dos guerras
mundiales. La testa de la dúplice revolución se irguió en el mundo; y el
metropolasgo de la Argentina pasó a otra nación diferente de la misma raza
(Estados Unidos). “Iíic fletus, hic dolor."
250. La nueva metrópoli no podía
explotarnos con los métodos simples de la otra. Había habido dos tentativas de
rotas cadenas frustradas. Mucha gente había abierto los ojos. Y en vez de
comenzar aquí la prosperidad del país, misteriosamente cayó en insoluble crisis
económica.
251. Los hermanos del Norte tenían sus
propios enredos. De una democracia habían bajado a una plutocracia; y empezaron
a ser gobernados invisiblemente (no mucho) por el Poder del Gran Dinero; y
grupos secretos como la Masonería, el Pentágono, el Sionismo. Estos poderes
invisibles se encargaron del cipayaje y la explotación por medios sutiles. Para
eso necesitaban mantenernos en estado colonial (subdesarrollados). Nos
“ayudaban al desarrollo'' por medio de siniestros préstamos y bancos usurarios
—con tipo Cant anglosajón; o sea, tartufismo.
252. Eso está condicionado al
mantenimiento de la democracia, o sea, de gobiernos débiles, amedrentables y
aun sobornables, si viene a mano. Poco importa que esa democracia se llame
Radical del Pueblo, Radical Intransigente, Revolución Libertadora o Revolución
No-Libertadora. Es el liberalismo ya podrido, galvanizado por toda clase de
trucos raros: golpes de estado, fraudes electorales y dictaduras fallutas.
253. Los partidos no los suprimió la
República Argentina. Hace tiempo no existían partidos, sino el Ejército y los
gremios. Los partidos eran cháchara pura, fomentadora de la disolución.
254. La dúplice revolución mundial está
en marcha desde hace más de un siglo. La revolución blanca es el alzamiento
general de los bolches; no escuetamente contra el capitalismo (entidad
semimítica, más o menos forjada por Marx y demás teorizantes de la demagogia),
sino contra todo lo que en la cristiandad es autoridad, orden, jerarquía,
cultura, tradición; en suma, Superioridad.
255. Es el resentimiento de los
inferiores: quieren nivelarlo todo por abajo. No son los obreros, no. Aunque a
muchos de ellos los han despistado con el endiosamiento del trabajo manual. Los
buenos obreros, los obreros peritos y laboriosos, no son proletarios: y se
ofenden si los llaman así.
256. La revolución blanca quiere decir
tabla rasa de todo lo existente; y a crear de la nada un universo nuevo, como
Sarmiento y Mitre: siniestra utopía. Hay en ella hasta sacerdotes. Sabiéndolo o
no, todos los desjerarquizados trabajan para ella. Hay desjerarquizados,
incluso la misma jerarquía —con perdón de la paradoja. Es así. Yo no tengo la
culpa. Con su venia y guardando todo respeto, Ilustrísima.
257. No hablamos de los bolches de
Rusia, no. De los argentinos. No hablamos tampoco de los inscritos en las
listas de Codovilla. Hablamos de todos los desjerarquizados, de todos los
rebelados o hastiados del Orden Romano, de todos los democráticos, sinceros o
fingidos; de todos los idiotas útiles; de todos los que se han salido o quieren
salirse de su propio puesto.
258. Los ordinarios dominan. ¿Cuántos
son? Contarlos quiero. Por cada dos mil espurios no hay ni un noble verdadero.
259. Pero en nuestros treinta millones
hay por lo bajo unos tres mil nobles. Estamos en Pentecostés: esos tres mil
nobles se vuelven hacia el sermón del Espíritu Santo; y, como los judíos a San
Pedro, preguntan: —Varones, hermanos, ¿qué haremos? —Arrepentirse y bautizarse
cada uno en el nombre del Señor Jesús. Es decir, en este caso rebautizarse; pero
en el bautismo del fuego y del Ventarrón divino, que dijo Cristo.
260. Sólo Jesucristo puede salvar a la
Argentina. O sea, los que se hagan capaces de hablar y obrar “en el nombre de
Nuestro Señor Jesucristo”. Yo no lo veré, porque mis días “corren disparados a
su fin”, como dice el Profeta.
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