EL GRANO DEL SISTEMA ESPECIAL: DEL TELEGRAFO AL 5G

EL ARCO IRIS INVISIBLE – DEL TELEGRAFO AL 5G - Arthur Firstenberg

     El 1746 vio los primeros descubrimientos relacionados con la electricidad en Europa. El experimento de Leyden consistió en revelar el fluido eléctrico frotando la mano sobre un globo de vidrio que giraba rápidamente sobre su eje. La electricidad estática así producida causó una gran impresión en las escuelas, ferias y en personas privadas que tenían los medios finan-cieros para adquirir este dispositivo, con algunos produciendo arcos eléctricos y otros breves descargas eléctricas. El fenómeno fue tan popular que no era socialmente aceptable sugerir que la electricidad podría ser peligrosa, a pesar de que las descargas causaron dolores de cabeza, hemorragias nasales y fatiga en algunos experimentadores y en los animales utilizados en las pruebas.

      La electro manía se apoderó de la sociedad y los exponentes más fervientes de ser electro-cutados en buena compañía entre dos copas de champán comenzaron a percibir síntomas dañinos. A pesar de esto, los establecimientos médicos se equiparon con la botella de Leyden (el precursor del condensador), con el fin de llevar a cabo experimentos médicos para abortos u otras aplicaciones. De esta manera, surgió un campo de conocimiento completamente nuevo con respecto a los efectos biológicos de la electricidad sobre las personas, plantas y animales, un conocimiento que era mucho más extenso que el de nuestros médicos contemporáneos, que diariamente ven a pacientes que sufren los efectos de la electricidad sin reconocerlos por lo que son, y que generalmente ignoran la existencia misma de este conocimiento.

     Al observar los efectos, raramente positivos y mucho más a menudo negativos, de la aplica-ción de voltaje eléctrico en los organismos vivos, los investigadores y los médicos concluyeron que los organismos vivos funcionan en conjunción con la electricidad. Se produjeron algunas curaciones utilizando electricidad, como por ejemplo en 1851, cuando el neurólogo francés Guillaume-Benjamin Duchenne trató la sordera en docenas de pacientes mediante impulsos eléctricos aplicados localmente.

     Se llevaron a cabo experimentos, en particular por Alessandro Volta en Italia, así como por otros investigadores en el mundo occidental, que encontraron evidencia de que los sistemas nervioso, cardíaco, cardiovascular, gustativo, sudorífico, y otros, podrían ser estimulados uti-lizando la electricidad producida por pares galvánicos (p. ej., cobre/zinc).

     Se descubrió que la cantidad de efectos curativos era significativamente menor que los efectos nocivos enumerados, que incluyen los síntomas de la electro sensibilidad conocidos hoy en día, como: dolores de cabeza, mareos, náuseas, confusión mental, fatiga, depresión, insomnio, etc.

     El botánico francés Thomas-François Dalibard, quien realizó experimentos eléctricos con organismos vivos, confió a Benjamin Franklin, en una carta fechada en 1762, que no podía con-tinuar su trabajo ya que su propio organismo había desarrollado una intolerancia a la electri-cidad. Fue una de las primeras personas en ser oficialmente declarada electro-hipersensible.

Al leer ese relato, está claro que este botánico debe haber sido gravemente afectado. Otros profesores e investigadores tuvieron la misma experiencia desafortunada y, por lo tanto, se vieron obligados a detener su trabajo. Incluso el famoso Benjamin Franklin se vio afectado por una enfermedad neurológica durante sus investigaciones sobre la electricidad desde 1753 en adelante, y los síntomas recuerdan en gran medida a la electro-hipersensibilidad.

     Tanto es así que, a fines del siglo XVIII, era generalmente aceptado que la electricidad podía enfermar a las personas, dependiendo del sexo, la morfología y la condición física del individuo en cuestión. De manera similar, se observó que ciertos individuos reaccionaban fuertemente a los cambios meteorológicos, que a menudo se correlacionaban con los cambios eléctricos en la atmósfera.

      Durante la década de 1790, la ciencia se enfrentó a una crisis de identidad con respecto a la interpretación y la unificación de los cuatro fluidos diferentes: electricidad, luz, magnetismo y calor. En cuanto a la electricidad, por un lado estaba Luigi Galvani, quien consideraba la elec-tricidad como una parte integral del organismo vivo, y por otro lado, la teoría de Volta de que la electricidad era sólo un efecto secundario de las reacciones químicas internas en el organismo vivo. Volta, el inventor de la batería eléctrica extremadamente útil, que tenía el potencial de convertirse en una gran mina de oro, logró ganar el argumento contra la visión más global de la interacción entre la electricidad y el organismo vivo.

     Desde finales del siglo XIX en adelante, los paisajes urbanos se transformaron mediante la instalación de líneas telegráficas en todos los países industrializados. Esta tecnología utilizaba voltajes del orden de 80 voltios en un solo conductor, con la corriente de retorno conectada a tierra. Ese período vio la aparición de las primeras corrientes parásitas a las que los seres vivos estuvieron expuestos. Fue entonces cuando se vio la aparición de enfermedades de la civilización como la neurastenia, que afligieron a Frank Lloyd Wright y Theodore Roosevelt, en-tre otras figuras conocidas. Cabe señalar, de paso, que la neurastenia es muy similar a la elec-tro hipersensibilidad, que es el término más moderno para la misma sensibilidad a la electri-cidad.

      Alrededor de la mitad de los telegrafistas que fueron empleados para manipular la corriente eléctrica enviada a través de las líneas y, por lo tanto, expuestos a campos electromagnéticos muy fuertes, sufrieron la enfermedad del telegrafista. Una vez más, los síntomas fueron los mismos que los de EHS. Más tarde, alrededor de 1915, fueron los operadores telefónicos los que experimentaron los mismos síntomas, ya que estuvieron expuestos a los campos electromagnéticos de las comunicaciones durante horas en sus escritorios. En 1989, se observó que en Winnipeg el 47% de los operadores telefónicos sufrían los mismos síntomas.

     Sin embargo, en 1894, el destacado psiquiatra vienés Sigmund Freud escribió un artículo cuyo efecto fue desastroso para todos los desafortunados que sufrían la enfermedad del tele-grafista, neurastenia, síndrome de microondas o EHS. En lugar de ver la causa externa, que era la contaminación electromagnética, atribuyó estos síntomas a pensamientos desordenados o emociones mal controladas. Como resultado, hoy millones de ciudadanos afectados por el smog electrónico están siendo medicados en lugar de reducir su exposición a este conta-minante. Sigmund Freud renombró la neurastenia, que se sabía que era causada por la elec-tricidad, como ansiedad por neurosis, ataque de ansiedad o ataque de pánico. Esto abrió el camino para el despliegue insensato de la electrificación continúe sin obstáculos. Cabe señalar que en Rusia, la neurastenia figura como una enfermedad ambiental, ya que la redefinición perjudicial de Freud fue rechazada allí.

     El científico indio Sir Jagadish Chandra Bose, y otros investigadores, realizaron numerosos experimentos eléctricos en plantas y otros organismos vivos, cuyos resultados mostraron efectos definidos. Descubrió que los nervios de plantas o animales muestran un comporta-miento variable y que su resistividad puede variar considerablemente, dependiendo de la co-rriente aplicada y su polaridad. También señaló que la intensidad de corriente necesaria para modificar la conductividad de los nervios es infinitesimal respecto al voltaje aplicado, algo del orden de 0,3 microamperios (0,3x10-6 A). Esa corriente es significativamente menor que la corriente que se induce a través de una conversación telefónica usando un teléfono celular. Bose también descubrió que el umbral de la bioactividad de una corriente es ¡1 femtoamperio (1x10-15 A)!

     Como este investigador también estaba familiarizado con las transmisiones de radio fre-cuencia, realizó un experimento en el que una planta fue expuesta a una señal de radio de 30 MHz a una distancia de aproximadamente 200 metros y descubrió que el crecimiento de la planta se retrasó durante el período de emisión. Asimismo, demostró que la circulación de la savia en la planta se ralentizó cuando fue irradiada por la misma señal de radio.

      Durante la década de 1880, Londres fue alimentada con corriente continua, pero algunos físicos descubrieron que la distribución de corriente alterna generaba menos pérdidas óhmi-cas (por resistencia eléctrica) en los cables.

     Siguió una Batalla de las Corrientes, aunque muchos científicos, incluido Edison, criticaron fuertemente los efectos más peligrosos de la corriente alterna. Irónicamente, es precisamente porque la corriente alterna es más dañina que es la que se usa en la silla eléctrica. Y como to-dos saben, la corriente eléctrica de la red eléctrica es ... ¡alterna!

     En 1889, se llevó a cabo la electrificación a gran escala en los EE.UU. y poco después, en Europa. Ese mismo año, como por casualidad, los médicos fueron inundados con casos de gripe, que sólo habían aparecido hasta entonces con poca frecuencia. Los síntomas de las víctimas eran mucho más de naturaleza neurológica, se asemejaban a la neurastenia y no incluían trastornos respiratorios. La pandemia duró cuatro años y mató al menos a un millón de personas.

     En 2001, el astrónomo canadiense Ken Tapping demostró que las pandemias de gripe en los últimos tres siglos se correlacionaron con picos en la actividad magnética solar, en un ciclo de 11 años. También se ha descubierto que algunos brotes de influenza se propagan en áreas enormes en sólo unos días, un hecho que es difícil de explicar por contagio de una persona a otra. Además, numerosos experimentos que buscan probar el contagio directo a través del contacto cercano, gotas de moco u otros procesos han resultado infructuosos.

     Desde 1933 hasta la actualidad, los virólogos no han podido presentar ningún estudio experimental que pruebe que la gripe se propaga a través del contacto normal entre las per-sonas. Todos los intentos de hacerlo se han encontrado con el fracaso.

     En 1904, las abejas comenzaron a morir en la Isla de Wight tras la instalación de trans-misores de radio por parte de Marconi. Estos transmisores funcionaban a frecuencias cer-canas al nivel del megahercio.

     Al otro lado del Canal de la Mancha, Jacques-Arsène d'Arsonval demostró que las señales electromagnéticas puntiagudas y ganchudas (irregulares) son mucho más tóxicas que las señales sinusoidales. La verdad es que, después de un año y medio de experimentar con transmisores de radio en plena salud a la edad de 22 años, Marconi comenzó a desarrollar fiebres. Estos ataques continuaron por el resto de su vida.

     En 1904, mientras trabajaba en la instalación de un transmisor lo suficientemente potente como para las comunicaciones transatlánticas, estas fiebres se volvieron tan intensas que se pensó que era malaria. En 1905, se casó con Beatrice O'Brien y después de su luna de miel, se establecieron en la isla cerca de un transmisor. Tan pronto como Beatrice se instaló, comenzó a quejarse de tinnitus. Después de tres meses, cayó enferma con ictericia severa. Tuvo que regresar a Londres para dar a luz a un bebé que sólo vivió unas pocas semanas y murió por causas desconocidas.

    Durante el mismo período, Marconi pasó varios meses con fiebre y delirio. Entre 1918 y 1921, sufrió depresión suicida mientras trabajaba en un transmisor de onda corta. En 1927, durante su luna de miel de su segundo matrimonio, se desplomó con dolor en el pecho y fue diagnos-ticado con trastornos cardíacos graves. Entre 1934 y 1937, mientras desarrollaba tecnología de microondas, tuvo nueve ataques cardíacos, el último lo mató a los 63 años.

     En la misma isla, en Osborne House, la reina Victoria sufrió hemorragias cerebrales y murió en la noche del 22 de enero de 1901, justo cuando Marconi estaba poniendo un nuevo trans-misor en funcionamiento a menos de 20 km de distancia.

     En 1901 había sólo dos transmisores, mientras que en 1904 había cuatro, lo que hacía de esta isla el lugar más irradiado del planeta, dejando a las abejas sin espacio para la super-vivencia. En 1906, una investigación reveló que el 90% de las abejas habían desaparecido por completo sin razón aparente. Se trajeron nuevas colonias a la isla, pero estas también murie-ron en una semana. Esta epidemia se extendió por Inglaterra y luego por el mundo occidental, y luego se estabilizó gradualmente, hasta que los ejércitos se equiparon con varios transmisores de radio de alta potencia hacia el final de la Primera Guerra Mundial, lo que provocó (como hemos visto) la pandemia de gripe española en 1918, que en realidad comenzó en los Estados Unidos, en la Escuela Naval de Radio de Cambridge, Massachusetts, con 400 casos iniciales. Esta epidemia se extendió rápidamente a 1.127 soldados en Funston Camp (Kansas), donde se habían instalado conexiones inalámbricas. Lo que intrigó a los médicos fue que mientras el 15% de la población civil sufría hemorragias nasales, el 40% (del personal) de la Marina sufría de ellas. También se produjeron otros sangrados, y un tercio de los que murieron lo hicieron debi-do a una hemorragia interna de los pulmones o el cerebro. De hecho, fue la composición de la sangre la que se alteró, ya que el tiempo de coagulación medido fue más del doble de lo normal. Estos síntomas son incompatibles con los efectos de los virus respiratorios de la gripe, pero son totalmente compatibles con los efectos devastadores de la electricidad. Otra incon-gruencia fue que dos tercios de las víctimas eran jóvenes sanos. Otro síntoma atípico de la gripe fue que el pulso se desaceleró a frecuencias entre 36 y 48 lpm (latidos por minuto), mientras que este es un resultado común de la exposición a campos electromagnéticos. Ade-más, fue posible tratar con éxito a algunos pacientes con dosis masivas de calcio.

     El médico militar Dr. George A. Soper testificó que el virus se estaba propagando más rápido que la velocidad de movimiento de las personas. Se realizaron varios experimentos tratando de infectar a los sujetos, ya sea por contacto directo o por inoculación con moco o sangre, pero los experimentadores no pudieron demostrar ninguna infección por este medio.

     Se puede ver que cada nueva pandemia de gripe corresponde a un nuevo avance en tecno-logía eléctrica, como la gripe asiática de 1957-58, luego de la instalación de un potente sistema de vigilancia por radar, y el brote de gripe de Hong Kong a partir de julio de 1968 en adelante, tras la puesta en servicio de 28 satélites militares para vigilancia espacial a la altitud del cinturón de Van Allen, que nos protegen de la radiación cósmica.

     Con un núcleo que consiste principalmente en hierro, la Tierra, que gira, está protegida principalmente por la ionosfera, luego la esfera de plasma, delimitada por los cinturones de radiación de Van Allen a una altitud de entre 1.000 y 55.000 km, y por su cola: la magnetosfera, que está expuesta a los vientos solares que se originan en nuestro sol y constituye una especie de dinamo, un sistema eléctrico complejo. Los intercambios de electricidad entre la corteza terrestre, la atmósfera e incluso la ionosfera son permanentes y constantes. Están en un deli-cado equilibrio, y una especie de respiración eléctrica de todo el sistema ha permitido que la vida se desarrolle en nuestro planeta, que está cargado de iones negativos, equilibrados por la ionosfera cargada positivamente. Se puede observar un campo eléctrico vertical promedio del orden de 130 voltios por metro, con valores que pueden, por ejemplo, elevarse a 4.000 voltios por metro durante las tormentas.

     En 1953, se descubrió uno de los parámetros principales de esta oscilación eléctrica de nuestro entorno, en forma de las frecuencias de (Winfried) Schumann, que respiran a 7,83 hertz, con armónicos a 14, 20, 26 y 32 Hz, llamadas frecuencias muy bajas (VLF).

     No es de extrañar que los organismos que viven en este entorno estén imbuidos de estos valores físicos y que, por ejemplo, nuestros ritmos cerebrales se encuentren dentro de estos rangos de frecuencia, como el ritmo alfa, que se encuentra entre 8 y 13 Hz.

     Si bien percibimos las frecuencias visibles, que van del azul al rojo, del espectro electro-magnético, algunos animales pueden ver otras frecuencias electromagnéticas, como las abe-jas, que pueden ver frecuencias ultravioletas, o esas salamandras o bagres que pueden ver las bajas frecuencias eléctricas, mientras que las serpientes pueden ver las frecuencias infra-rrojas.

     Los experimentos de laboratorio en hámsters, por ejemplo, mostraron que reducir la tem-peratura y acortar la duración de la luz del día no era suficiente para ponerlos en hibernación. Del mismo modo, los hámsters criados en jaulas de Faraday se negaron a hibernar, a pesar de que los parámetros de luz y temperatura correspondían a los del invierno, hasta que se eliminó la protección de Faraday.

      Se llevaron a cabo otros experimentos, como el llevado a cabo en el Instituto Max Plank en 1967 por el fisiólogo Rütger Wever, utilizando dos habitaciones subterráneas sin ventanas ni contacto externo: una protegida contra campos electromagnéticos naturales y la otra no. Se demostró que en la cámara blindada, los ritmos circadianos de los voluntarios se desincroni-zaron y podían variar entre 12 y 65 horas, acompañados de trastornos metabólicos, mientras que los sujetos en la cámara inmersos en los campos de la Tierra mantuvieron un ritmo coherente de alrededor de 24 horas. y su metabolismo continuó funcionando más normal-mente. Se ha demostrado científicamente que un organismo vivo necesita ser bañado en el sistema electromagnético de nuestro entorno natural para funcionar bien.

     Además, la acupuntura, el método antiguo utilizado en la medicina tradicional china, funcio-na utilizando nuestras propias propiedades eléctricas y modificando el flujo de energía de los meridianos. Se sabe desde hace algún tiempo (desde la década de 1950) que estos meridianos corresponden en realidad a circuitos eléctricos y que el Qi chino corresponde al concepto de electricidad.

     Estos meridianos cumplen funciones duales; no sólo transportan información y energía in-ternamente de un órgano del cuerpo a otro, sino que también sirven como antenas para captar el flujo de energía electromagnética ambiental.

     A principios de la década de 1970, los físicos atmosféricos descubrieron que el campo mag-nético de la Tierra estaba significativamente perturbado por la actividad eléctrica humana. Al inyectar una señal en el espacio y capturar su eco, se estableció que la señal inicial había sido modificada por múltiplos de 60 Hz de la red eléctrica utilizada en América del Norte. Sin embar-go, este descubrimiento no impidió que se lanzara el proyecto HAARP para modificar delibera-damente las propiedades electromagnéticas de nuestro planeta.

     Del mismo modo, los cinturones de Van Allen que nos protegen de los rayos cósmicos ya han sido alterados por nuestra actividad eléctrica, y puede ser que estos cinturones dobles fueran originalmente un cinturón solo, que, bajo la influencia de la emisión humana de cargas eléc-tricas al espacio, se ha agotado en su centro. Las observaciones satelitales muestran que la radiación emitida por las líneas de alto voltaje a menudo tiene el efecto de suprimir la radiación natural de los rayos (o relámpagos). A la luz de este hecho, es lógico concluir que las pandemias de influenza de las últimas décadas están vinculadas a la actividad eléctrica humana.

     Cualquier transformación de energía en el dominio biológico involucra a las porfirinas (pig-mentos formados por cuatro moléculas de pirrol). El hecho de que nuestros nervios puedan funcionar correctamente es gracias en parte a las porfirinas, que juegan un papel en nuestros procesos celulares. Estas son moléculas especiales que funcionan como la interfaz entre el oxígeno y la vida. Estas moléculas son altamente reactivas e interactúan con metales tóxicos o elementos sintéticos derivados del petróleo y con campos electromagnéticos, que, en exceso, causan porfiria, que es más una sensibilidad ambiental que una enfermedad.

     La investigación del Dr. William E. Morton demostró que el 90% de las personas con sensi-bilidad química múltiple (MCS) son deficientes en una forma u otra de enzimas que contienen porfirina, al igual que los individuos electro hipersensibles, lo que significa que las dos formas de sensibilidad son sólo manifestaciones diferentes, con una y la misma causa.

     La porfiria, que se descubrió en 1891, afecta aproximadamente al 10% de la población actual y apareció por primera vez al mismo tiempo que la electrificación general del mundo occidental a partir de 1889. Las porfirinas son fundamentales para los efectos del smog electrónico, ya que no sólo causan EHS, MCS o porfiria, sino también enfermedades cardiovasculares, cáncer y diabetes, ya que están involucradas en una multitud de procesos biológicos energéticos.

      En la década de 1960, los biólogos Allan Frey y Wlodzimierz Sedlak demostraron que nues-tros organismos definitivamente tienen un componente bioelectrónico, y que algunas de nues-tras células a veces se comportan como conductores o condensadores o semiconductores (transistores), como los componentes que encontramos en nuestros dispositivos electrónicos.

     Este es el caso de la mielina, la vaina que cubre nuestros nervios, que contiene porfirina unida al zinc. Si los venenos ambientales como los productos químicos o los metales tóxicos afectan este equilibrio, la vaina de mielina se dañará, lo que altera la excitabilidad de los ner-vios que rodea. Todo el sistema nervioso se vuelve híper reactivo a estímulos de todo tipo, como los campos electromagnéticos. El sistema entra en un estado de inestabilidad divergen-te, y el efecto se convierte en la causa.

     Contrariamente a la opinión de que las mitocondrias son los elementos de nuestras células que producen energía, el concepto de la vaina de mielina como una mitocondria gigante está comenzando a ganar credibilidad.

     La conexión entre la porfiria y el zinc fue descubierta en la década de 1950 por Henry Peters, en la Facultad de Medicina de Wisconsin. Los pacientes que padecían porfiria y síntomas neu-rológicos excretaban una gran cantidad de zinc en la orina, lo que lo llevó a la idea de que la quelación de zinc podría mejorar su condición. De hecho, vio una mejora, a pesar de la creen-cia generalizada de que la deficiencia de zinc está relacionada con esos trastornos especí-ficos. Del mismo modo, ciertos experimentos han demostrado que la quelación de zinc mejora la enfermedad de Alzheimer. Un equipo médico australiano demostró en autopsias que los cerebros de pacientes con enfermedad de Alzheimer contenían el doble de zinc que los pa-cientes sanos.

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      En 1980, el paro cardíaco en atletas jóvenes era raro, con sólo nueve casos al año. A partir de entonces, los casos aumentaron constantemente en un 10% anual hasta 1996, cuando la tasa se duplicó repentinamente hasta 64 casos, aumentando a 66 en el año siguiente y a 76 en el último año del estudio. La comunidad médica estadounidense no pudo encontrar ninguna explicación para esto, mientras que en Europa en 2002, los médicos ambientales alemanes lanzaron un llamamiento para una moratoria en las antenas y las torres de celulares, ya que las ondas que emitían estaban causando trastornos cardiovasculares. Ese fue el Llamamiento de Friburgo.

     El Dr. Samuel Milham, epidemiólogo del Departamento de Salud del Estado de Washington, demostró a través de su trabajo que las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y el cáncer son en gran parte, si no del todo, causados por la electricidad.

     Paradójicamente, los estudios de colesterol que datan de principios del siglo XX no mos-traron que los niveles de colesterol se correlacionaban con un mayor riesgo de enfermedades del corazón, al contrario de lo que se considera comúnmente como un hecho hoy en día. Un estudio de animales en el zoológico de Filadelfia demostró que desde 1916 hasta 1964, los niveles de colesterol en mamíferos y aves aumentaron en un factor de entre 10 y 20 a pesar de que su dieta no había cambiado en absoluto. El único parámetro que había cambiado drástica-mente fue el aumento de las frecuencias de radio.

     Durante la Segunda Guerra Mundial, varios soldados se quejaron de síntomas similares a los de la neurastenia. Inicialmente se creía, de acuerdo con la doctrina de Freud, que estos sol-dados sufrían problemas de ansiedad: sin embargo, el Dr. Mandel Cohen realizó un estudio de 144 casos. Este estudio reveló que los soldados eran de hecho fisiológicamente menos resis-tentes y sufrían de corazón irritable. Tenían dificultades para asimilar el oxígeno y tuvieron que respirar el doble de rápido que sus camaradas con mejor salud para obtener suficiente oxíge-no. Se supo que sus mitocondrias no funcionaban de manera eficiente. Al final, el estudio mostró que estos soldados eran hipersensibles en un sentido general, pero particularmente a la electricidad.

     A partir de la década de 1950, los científicos de la Unión Soviética también observaron que las frecuencias de radio alteraron los electrocardiogramas de las personas expuestas a ellos, ya que modificaron la eficiencia mitocondrial.

     Los gráficos que muestran las estadísticas de las tasas de mortalidad por enfermedad cardíaca desglosadas por el grado de electrificación de los estados estadounidenses en 1931 y 1940 también son muy explícitas y no dejan dudas sobre la toxicidad de los campos elec-tromagnéticos para el corazón, exonerando así al colesterol y las dietas consideradas dema-siado altas en grasas.

     Thomas Edison, quien estuvo involucrado en descubrimientos relacionados con la tecnolo-gía eléctrica y, por lo tanto, estuvo expuesto a campos electromagnéticos en mucho mayor medida que sus conciudadanos de la época, fue diagnosticado con diabetes, una enfermedad que era muy rara en 1889. Se sabía que otro investigador, Alexander Graham Bell, que traba-jaba en el campo de la telegrafía e inventó el teléfono, se quejaba constantemente de los síntomas de la neurastenia, que hoy se conoce como EHS. En 1915, a él también le diagnosti-caron diabetes.

    En 1876, el libro Enfermedades de la Vida Moderna de Ward Richardson describió la diabetes como una enfermedad moderna rara causada por el agotamiento mental debido al exceso de trabajo o por un shock en el sistema nervioso. La ingesta excesiva de azúcar tóxica y adictiva en nuestra dieta moderna, naturalmente, proporciona una explicación conveniente de por qué la diabetes, incluida la prediabetes, afecta a más de la mitad de los estadounidenses en la actualidad. Sin embargo, esta explicación es demasiado simplista. Incluso el Dr. Even Joslin demostró que entre 1900 y 1917, el consumo de azúcar había aumentado en un 17%, mientras que la mortalidad por diabetes se había duplicado. Más tarde, en 1987, un estudio de nativos americanos mostró tasas radicalmente diferentes de muerte por diabetes, dependiendo del territorio, que van desde 7 por mil en el noroeste hasta ¡380 por mil en Arizona!

      Durante esos años, ni el estilo de vida ni la dieta podrían explicar tal divergencia. Sin em-bargo, un factor ambiental puede explicar tal diferencia: la electrificación de las reservas de los nativos americanos se realizó a diferentes ritmos, y las del Noroeste sólo se electrificaron mucho más tarde. Por el contrario, la reserva de Arizona se encuentra en las inmediaciones de Phoenix. Además, esta comunidad de nativos americanos tenía su propia planta de energía y su propio sistema de telecomunicaciones.

     Otro ejemplo es la población de Brasil, un importante productor de azúcar durante siglos, donde la diabetes todavía era desconocida en 1870, después de que ya había surgido como una enfermedad de la civilización en América del Norte. Incluso hoy en día, los brasileños con-sumen 70 Kg. de azúcar refinada por año y por persona, más que los norteamericanos, y aún así tienen dos veces y media menos casos de diabetes que los EE.UU. En Bután, la diabetes era prácticamente inexistente hasta 2002, después de lo cual comenzó la electrificación del país.

En 2004, se anunciaron 634 nuevos casos de diabetes, en 2005 - 944, en 2006 – 1.470, y en 2007 – 2.540, con 15 muertes. En 2012, hubo 91 muertes y la diabetes fue la octava causa de muerte en el país, ¡aunque la dieta de las personas no había cambiado!

     Como vimos, el smog electrónico que actúa sobre las mitocondrias impide el uso eficiente del azúcar absorbido, es decir, la combustión del azúcar. El azúcar que no puede convertirse en energía mecánica es almacenada como grasa por el cuerpo.

    Los gráficos estadísticos para las tasas de mortalidad por diabetes, desglosados por el gra-do de electrificación de los estados estadounidenses en 1931 y 1940, también son muy explíci-tos y no dejan ninguna duda sobre el papel desempeñado por los campos electromagnéticos en la aparición de diabetes a gran escala, exonerando así hasta cierto punto al consumo de azúcar. En 1997, hubo un aumento del 31% en el número de casos de diabetes en los Estados Unidos en un solo año, lo que se correlacionó precisamente con la introducción masiva de teléfonos celulares en el país.

     En febrero de 2011, la Corte Suprema de Italia acusó al cardenal Roberto Tucci, presidente saliente de Radio Vaticano, de haber creado una molestia pública al contaminar el medio am-biente con frecuencias de radio por negligencia. De hecho, en el período de 1997 a 2003, los niños que vivían dentro de un radio de 12 km de las antenas de radio tenían una tasa ocho veces mayor de leucemia, linfomas o mielomas que aquellos que vivían más lejos. Lo mismo es cierto para los adultos, con una tasa siete veces mayor.

     El médico y profesor alemán Otto Heinrich Warburg, ganador del Premio Nobel de Medicina en 1931, demostró que el cáncer es una regresión de las células privadas de oxígeno, lo que las lleva a multiplicarse anárquicamente, como en un mundo primitivo donde el oxígeno no es-taba presente en el medida en que es hoy. La privación inicial de oxígeno se debe a un mal fun-cionamiento de las mitocondrias, que, como hemos visto, puede ser causada por campos electromagnéticos u otros contaminantes, como humo (de tabaco, especialmente), pesticidas, aditivos alimentarios y contaminación del aire.

     El mismo principio de deficiencia celular de oxígeno se aplica a la diabetes, razón por la cual hay una mayor tasa de cáncer entre los diabéticos que en el resto de la población.

     En el zoológico de Filadelfia, de 1901 a 1955, se observó un aumento en la tasa de tumores malignos en los mamíferos, que variaba de dos a 22 veces más entre esas fechas.

     Las estadísticas de muerte por cáncer muestran una clara correlación entre la electrifica-ción de los países y las tasas de cáncer. Por ejemplo, en los EE.UU, la tasa fue de 6,6 por mil de 1841 a 1850. Posteriormente se duplicó con creces de 1851 a 1860, con una tasa de 14 por mil. La verdadera explicación de esto se puede encontrar en el despliegue masivo del telégrafo en 1854.

     En 1914, hubo dos muertes por cáncer entre los 63.000 nativos americanos que vivían en reservas sin electrificación, mientras que en el resto del país la tasa de mortalidad por cáncer fue 25 veces mayor. Entre 1920 y 1921, tras la introducción de las primeras estaciones de radio AM, la mortalidad por cáncer aumentó entre un 3 y un 10% en los países occidentales.

     Los investigadores suecos Olle Johansson y Orjan Hallberg han demostrado una clara correlación entre las tasas de cáncer de mama, próstata y pulmón y la exposición de la pobla-ción a radiofrecuencias. Señalan un aumento significativo en las tasas en 1920, 1955, 1969 y una disminución en 1978, que corresponde respectivamente al aumento en el smog de radio-frecuencia debido a la introducción de radio AM, radio FM y TV1, la llegada de TV2 en color, y luego el cese de las transmisiones de radio AM. Estos mismos investigadores también han encontrado una correlación lineal muy clara entre el número de transmisores de radio FM por región y la incidencia de melanomas, con las ubicaciones expuestas teniendo 11 veces más melanomas que las zonas blancas.

     También descubrieron que los melanomas rara vez aparecen en aquellas áreas del cuerpo más expuestas al sol, como la frente, la nariz, los hombros y los pies, pero con mayor fre-cuencia en esas áreas del cuerpo generalmente protegidas del sol. Además, la proliferación de los cánceres de piel se produjo antes de la moda de las vacaciones en la playa, durante la cual la exposición al sol es intensa. Esto muestra que los melanomas no son causados predominan-temente por el sol, sino por las frecuencias de radio.

     Los gráficos estadísticos de las tasas de mortalidad por cáncer, así como por diabetes y enfermedades cardiovasculares, desglosados por el grado de electrificación de los estados estadounidenses en 1931 y 1940, también son muy explícitos, sin dejar ninguna duda de qué papel juegan los campos electromagnéticos en el aumento de cánceres.

     Es difícil encontrar datos genuinos sobre tumores cerebrales, ya que el lobby de los telé-fonos celulares se ha infiltrado en este campo durante décadas para encargar estudios ses-gados. ¡Uno de sus estudios incluso muestra una disminución en la incidencia de tumores, correlacionando con el uso intensivo de teléfonos celulares! Sin embargo, la Universidad de Calgary ha encontrado evidencia de un aumento del 30% en la incidencia de tumores cere-brales malignos en el período de 2012 a 2013, y Lennart Hardell, profesor de Oncología en el Hospital Universitario de Örebro en Suecia, ha demostrado que 2.000 horas de uso del teléfono celular aumenta el riesgo de desarrollar un tumor en un factor de entre tres y ocho, depen-diendo de la edad del sujeto y sus hábitos telefónicos.

     En 2000, Neil Cherry analizó las tasas de cáncer de niños en San Francisco en relación con la distancia entre su hogar y los transmisores de televisión y radio FM en Sutro Tower. Los niños que viven en colinas o cimas se vieron más afectados. Los que vivían dentro de 1 Km. de la antena tenían una incidencia 9 veces mayor de leucemia, una incidencia 15 veces mayor de linfoma y una incidencia 31 veces mayor de cáncer cerebral, en general, una tasa 18 veces mayor que los que viven fuera de ese radio de 1 km.

     Un Tratado Práctico sobre el Agotamiento Nervioso (1880) de George Miller Beard, el electro terapeuta y amigo de Thomas Edison, contiene una observación intrigante: Aunque estas dificultades no son directamente fatales, por lo que no aparecen en las tablas de mortalidad; aunque, por el contrario, pueden tender a prolongar la vida y proteger el sistema contra enfer-medades febriles e inflamatorias, sin embargo, el grado de sufrimiento que causan es enorme.

Los que más sufrieron parecían bastante jóvenes para su edad. Además, Beard señaló que una enfermedad rara parecía tener más probabilidades de afectar a los sujetos con neurastenia que al resto de la población: esa enfermedad era la diabetes.

      Beard ya había observado que el aumento de la esperanza de vida no iba de la mano con la calidad de vida. La misteriosa correlación entre los sufrimientos de las personas neurasté-nicas, cuyos síntomas eran los mismos que los de las personas electro hipersensibles contem-poráneas, y la prolongación de sus vidas indicaba una disfunción importante. Además, se ha observado durante mucho tiempo que un estilo de vida ascético con una dieta baja en calorías puede aumentar la esperanza de vida y la salud. Este es el caso, por ejemplo, de la población de Okinawa, donde el número de centenarios es cuarenta veces mayor que el de la población de prefecturas más ricas del norte. Los investigadores en el campo del envejecimiento han señalado que la fuerza que impulsa y sostiene nuestras vidas es el sistema de transporte de electrones en las mitocondrias de nuestras células.

     Es aquí donde se combinan el aire que respiramos y los alimentos que comemos, a un ritmo que determina nuestro ritmo de envejecimiento y, por lo tanto, nuestra esperanza de vida. Mientras que el logro de una desaceleración del proceso de combustión dentro de nuestras células mediante la moderación de la cantidad de energía entregada puede ser beneficioso, otra forma de desaceleración puede ser desastrosa. Esta es la intoxicación de la cadena de transporte de electrones. Una posible forma de envenenamiento es la exposición crónica a campos electromagnéticos artificiales. Esta contaminación cada vez mayor somete los electro-nes de nuestras mitocondrias a fuerzas externas, ralentizándolos, privando a nuestras células de oxígeno y causando síntomas de EHS.

     En 1962, una mujer contactó a la Universidad de Santa Bárbara (CA, EE.UU.) para pedir ayuda para encontrar la fuente del misterioso sonido que escuchaba en todas partes en su hogar, a pesar de que vivía en un tranquilo barrio residencial. Este sonido la mantenía despier-ta y era perjudicial para su salud. Las mediciones mostraron que campos electromagnéticos particularmente fuertes emanaban de todos los conductores eléctricos, no sólo de la red, sino también de los radiadores y otros elementos metálicos, sin embargo, el estetoscopio no detectó ningún sonido. El ingeniero realizó un experimento, registrando los campos medidos en una cinta y reproduciéndolos a la mujer afectada por estos ruidos. Ella confirmó que eso era lo que estaba escuchando. Entonces, esta mujer podía escuchar los campos electromag-néticos en su entorno. Se instalaron dispositivos de puesta a tierra y filtros electrónicos para reducir las perturbaciones a un nivel aceptable.

     Sin embargo, mucho antes de eso, Volta y otros investigadores ya habían realizado experi-mentos en los que habían producido con éxito varios sonidos aplicando voltaje a los oídos. Mucho más tarde, a fines de la década de 1960, el biólogo Allan Frey publicó artículos sobre la capacidad de algunos sujetos para escuchar las emisiones de una instalación de radar.

    El modelo mecánico del funcionamiento del oído tal como se enseña en las escuelas no proporciona ninguna explicación para estos fenómenos observados. Al notar esto, el bioquímico Lionel Naftalin desarrolló un nuevo modelo del funcionamiento del oído humano, teniendo en cuenta el conocido fenómeno de la piezoelectricidad (una fuerza utilizada por los electrónicos), que descubrió en el gel que cubre los cilios (o células ciliadas) del oído interno.

En este gel, que no se encuentra en ninguna otra parte del cuerpo humano y tiene propiedades eléctricas especiales, estaba presente un voltaje de 100 a 120 milivoltios, que se considera alto en el campo de la bioelectrónica. Este gel piezoeléctrico transforma las ondas sonoras en una señal eléctrica que se comunica a los cilios del oído interno.

     Este nuevo modelo revisado del funcionamiento del oído humano no sólo explica la capaci-dad de ciertos sujetos para escuchar una señal electromagnética bajo ciertas condiciones, sino también por qué las personas de hoy en día sufren tinnitus y por qué ciertos grupos de personas, que representan del 2 al 11% de la población mundial, escucha un zumbido global en todo el planeta. Hoy en día, alrededor del 44% de los adultos estadounidenses sufren tinnitus a varios niveles de intensidad, mientras que en Suecia el número de jóvenes afectados fue del 12% en 1997 y del 42% en 2006. Estos sonidos parásitos son en gran parte el resultado de vivir en un ambiente que está muy contaminado con todo tipo de campos electromagnéticos artifi-ciales.

     Alfonso Balmori Martínez, un biólogo español, ha correlacionado la densidad de población de gorriones con los valores de radiación de radiofrecuencia en sus hábitats. Los gorriones no pueden sobrevivir en los lugares más irradiados, donde los niveles superan los 3 V/m, mientras que todavía hay 42 aves por hectárea a niveles de 0,1 V/m. También ha observado un cambio marcado en el comportamiento de las cigüeñas, por el cual las parejas de cigüeñas lucharán, en lugar de construir el nido o incubar los huevos, si están a 200 metros o menos de una torre de celular.

     El Reino Unido clasificó al gorrión doméstico como una especie en peligro de extinción des-pués de que su población disminuyó en un 75% entre 1994 y 2002, un período que coincidió con el despliegue de la tecnología de telefonía celular.

     Los criadores de palomas mensajeras en varios continentes han descubierto que, cuando se liberan, hasta el 90% de las palomas no logran regresar al palomar, mientras que este porcen-taje normalmente debería ser diminuto. En 2000, los criadores ingleses trataron de cambiar la ruta de una carrera para evitar las torres de celulares, a fin de darles a las palomas una mejor oportunidad de regresar con éxito. En 2004, esos mismos criadores encargaron estudios más extensos sobre el impacto de las microondas en las palomas.

     En 2002, el Servicio de Parques Nacionales de EE.UU. emitió una nota a los biólogos que estudian el comportamiento de los animales salvajes, explicando que los chips RFID implan-tados en esos animales para rastrearlos con frecuencias de radio pueden alterar radicalmente su comportamiento debido a las frecuencias de radio generadas. En entornos contaminados por campos electromagnéticos, los petirrojos no pueden orientarse para la migración, mien-tras que cuando están en una jaula de Faraday, pueden hacerlo.

     Un experimento sobre renacuajos de rana criados en dos piscinas separadas dentro de los 140 m de una torre de celular, uno sin y otro con blindaje electromagnético, mostró tasas de mortalidad del 90% y 4% respectivamente. El mismo tipo de efectos nocivos se encuentran en los insectos cuando están expuestos al smog electrónico que encontramos a diario, y el Dr. Panagopoulous, que ha experimentado con moscas de la fruta (Drosophila), informa que la exposición a las microondas en niveles comunes, incluso por sólo unos minutos al día durante unos días, es el peor factor estresante conocido en nuestra vida diaria, incluso peor que los químicos o los campos electromagnéticos de baja frecuencia.

     Las abejas también se ven afectadas negativamente, como vimos en la Isla de Wight al co-mienzo de este resumen. El Dr. Daniel Favre (Suiza) ha demostrado que, en presencia de microondas, las abejas emiten el sonido típicamente escuchado cuando enjambran, lo que sugiere que los insectos quieren escapar de la fuente de emisión. El ácaro varroa generalmen-te es culpado del síndrome de colapso de colonias; sin embargo, olvidamos que este ácaro ha convivido con las abejas durante mucho tiempo. Además, a menudo se puede observar que hoy en día, incluso una colonia muerta no está infestada de parásitos, aunque este solía ser el caso antes. El dedo acusador también es apuntado a los pesticidas; sin embargo, como hemos visto, el 90% de las abejas en la Isla de Wight desaparecieron sin que se haya utilizado ningún pestici-da en esa área. La verdadera causa del colapso de colonias se encuentra en los campos electromagnéticos generados por el hombre, especialmente en la tecnología de los teléfonos celulares.

     En la década de 1980, surgió un tema candente: la muerte de los bosques. Esto se atribuyó a la lluvia ácida, pero las áreas más remotas con el aire más limpio se vieron igualmente afecta-das. Una investigación se llevó a cabo en Alemania y Suiza, y aunque el suelo en los bosques afectados resultó ser ácido, la observación y la experimentación mostraron que dicha acidez también podría ser el resultado de la lenta electrólisis del suelo a través de árboles expuestos a las ondas de radar, por ejemplo. Además, los árboles en las cimas se vieron más severamente afectados ya que estuvieron más expuestos a los nuevos radares instalados en la década de 1970.

     Se hizo otra observación en el momento de la caída del Muro de Berlín. Los gigantescos radares rusos en Skruda, que irradiaban fuertemente toda la región en su tarea de monitorear al Occidente, no sólo habían causado daños al bosque, sino también a los animales y a los seres humanos. Después de numerosos estudios, se descubrió que los anillos de crecimiento de los árboles durante los años en que operaban los radares eran mucho más pequeños que los de antes o después de ese período.

     En Schwarzenburg en Suiza, se instaló una antena de radio de onda corta en 1939, y la po-tencia de transmisión se incrementó posteriormente a 450 kW en 1954. Esto fue seguido por un deterioro en la salud de los habitantes locales, que se quejaban de los síntomas de EHS. Los niños de la aldea tenían dificultades en la escuela y parecían incapaces de avanzar a la edu-cación superior, a diferencia de los niños de las aldeas vecinas menos expuestas. Finalmente, en 1992, se realizó un estudio que confirmó que, dentro de un radio de 900 m de la antena, los parámetros de análisis fisiológicos de las personas y animales en el sitio eran anormales. También se descubrió que los anillos de crecimiento de los árboles estaban comprimidos, pero sólo en el lado que miraba hacia la fuente de radiación. El día 28 de marzo de 1998 el transmi-sor fue clausurado, y se llevó a cabo un estudio antes y un después; esto demostró que los niveles de melatonina de los 58 sujetos evaluados habían aumentado nuevamente. Un aldeano de 50 años finalmente pudo dormir por una noche completa sin interrupción por primera vez en su vida. El 29 de mayo de 1996, Philippe Roch, Director de la Oficina para el Medio Ambiente, declaró que había, una correlación comprobada entre los trastornos del sueño y las operacio-nes de comunicaciones.

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     ¿Cuánto tiempo tenemos que esperar antes de poder decir, ¡Tu teléfono celular me está matando! En lugar de Soy electro-hipersensible? Y sin embargo, la cantidad de personas que sufren dolores de cabeza debido al uso de teléfonos celulares es enorme.

     En 2010, dos tercios de los estudiantes universitarios ucranianos entrevistados admitieron el hecho de que no es socialmente aceptable discutir abiertamente este tema.

     Gro Harlem Brundtland era EHS cuando era jefe de la Organización Mundial de la Salud. Ella fue bastante abierta sobre el hecho, pero se vio obligada a renunciar a su cargo un año des-pués. Esto disuadió a otras figuras públicas de alto rango de seguir su ejemplo.

     Sólo una minoría de personas que sufren de contaminación electromagnética saben de qué están sufriendo, mientras que la gran mayoría no tiene idea. Toda la población está siendo electrocutada por control remoto y uno casi tiene que disculparse por ser electro-sensible o, para ser precisos, electro-hipersensible, como si uno tuviera que disculparse por ser híper sensible al cianuro. La verdad es que la electricidad, como se usa actualmente, es tóxica.

      Además, los gráficos estadísticos muestran claramente un aumento en la tasa de mortali-dad de los habitantes de nueve ciudades estadounidenses poco después de que se pusieron en funcionamiento las primeras estaciones base (de telefonía móvil). Este aumento de la mortali-dad oscila entre el 25 y más del 80%. Una encuesta realizada por un periódico diario, que pidió a los neoyorquinos reportar si habían comenzado a sufrir de una serie de síntomas de EHS después del 15 de noviembre de 1996, reunió cientos de testimonios de una amplia gama de clases raciales y sociales. La fecha en cuestión fue el día en que entró en funcionamiento la primera red de telefonía celular. El Grupo de Trabajo Sobre Teléfonos Celulares (Cellular Phone Task Force), una organización iniciada por Arthur Firstenberg en 1996, está inundado de solicitudes de ayuda de personas dañadas por las frecuencias de radio de microondas.

     Proliferan tantos emisores de todo tipo, desde, WiFi, WiMAX, estaciones de radar e irradia-ción emitida desde el cielo por satélites de telecomunicaciones, que parece que pronto no habrá a dónde escapar. El profesor Olle Johansson, del prestigioso Instituto Karolinska (famo-so por otorgar el Premio Nobel de Medicina), se ha centrado en demostrar los efectos del smog electrónico en los organismos vivos desde 1977. El éxito de sus estudios lo llevó a ser margina-do en su instituto, la financiación de su investigación desapareció y recibió amenazas de muer-te; en una ocasión, escapó por poco de un atentado contra su vida a través del sabotaje de su motocicleta. A pesar de todo, continúa informando al mundo de la verdad para defender, entre otros, a aquellos que sufren de EHS, cuyas vidas se han convertido en un infierno en la tierra. Le indigna la forma en que los gobiernos de los llamados países democráticos simplemente han abandonado a las víctimas de las frecuencias de radio a su suerte.

      La Dra. Erica Mallery-Blythe, que tiene doble nacionalidad británica y estadounidense, com-pletó sus estudios en 1998. En 2007, después de seguir a su esposo piloto F-16 a los Estados Unidos, se vio gravemente afectada por EHS sin darse cuenta. Sus investigaciones en Internet finalmente le permitieron comprender lo que le estaba sucediendo. Como doctora, estaba des-concertada de cómo podría existir una condición tan profunda e incapacitante sin que ella nunca haya oído hablar de ella en su profesión. Para tranquilizarse, decidió someterse a una resonancia magnética para descartar el riesgo de cáncer cerebral. Ella creyó que su muerte era inminente cuando se activaron las pulsaciones de alta frecuencia, pero recuperó su salud y vitalidad en Death Valley (California), lejos de las frecuencias de radio. Desde entonces, se ha dedicado a informar y ayudar al 5% (al menos) de la población que es EHS y ha sido totalmente abandonada por las autoridades.

     Yury Grigoriev, quien generalmente es considerado el abuelo de la investigación electro magnética en Rusia, está extremadamente preocupado por los jóvenes sobre todo, y ha decla-rado que esta es la primera vez en la historia de la humanidad que los cerebros de las personas están expuestos abiertamente a las microondas, lo cual es extremadamente grave a los ojos de un radiobiólogo. En particular, cita un estudio coreano que muestra que el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) en niños está relacionado con el uso de teléfonos celu-lares.

     A fines de la década de 1990, el neurocirujano sueco Leif Salford y su equipo probaron que los teléfonos celulares hacen que la barrera hemato encefálica sea permeable, causando la enfermedad de Alzheimer. En 2003 demostraron que una sola exposición de sólo dos horas causa daño permanente al cerebro. En 2015, los científicos turcos irradiaron ratas durante una hora al día durante un mes, utilizando ondas típicas de teléfonos celulares. Las ratas irradiadas tuvieron un 10% menos de células cerebrales que las no tratadas (control). El mismo equipo experimentó con ratas preñadas durante 9 días al mismo nivel de radiación. La progenie de las ratas mostró degeneración del cerebro, la médula espinal, el corazón, los riñones, el hígado, el bazo, el timo y los testículos. El mismo experimento repetido en ratas jóvenes causó atrofia de la médula espinal junto con una disminución de la mielina, como la observada en la esclerosis múltiple.

     En septiembre de 1998, los primeros 66 satélites para telefonía espacial entraron en funcio-namiento, lo que provocó un aumento en la tasa de mortalidad nacional de los EE.UU. de casi 5% en las dos semanas posteriores. Durante el mismo período, se observó que las aves ya no volaban y que las personas con EHS estaban especialmente enfermas.

      Hoy en día, unos 1.100 satélites artificiales vuelan sobre nosotros, pero varias compañías,

Google, Facebook, SpaceX, OneWeb y Samsung, planean lanzar hasta 4.600 nuevos satélites de comunicaciones cada una para 2020, para cubrir todo el planeta con acceso a Internet de alta velocidad.

     En 1968, incluso la primera pequeña flota de 28 satélites militares precipitó una pandemia mundial de gripe. A diferencia de una antena terrestre, cuya radiación se atenúa mucho cuan-do llega a la magnetosfera, los satélites actúan directamente sobre ella a través de mecanis-mos que todavía no se conocen bien, lo que compromete la vida en la Tierra.

     Hemos olvidado las advertencias de Ross Adey, el abuelo de la bio electromagnética, y del físico atmosférico Neil Cherry, de que estamos regulados eléctricamente por el mundo que nos rodea y que el nivel seguro de exposición a las radiofrecuencias es, por lo tanto, cero.

      Esta iniciativa potencialmente catastrófica debe ser combatida y la organización que lidera el camino es la Unión Global contra el Despliegue de Radiación desde el Espacio (Global Union Against Radiation Deployment from Space - GUARDS).

     En 2014, el médico Tetsuharu Shinjyo publicó un estudio antes y después. Evaluó la salud de 122 habitantes de un edificio en el que se habían instalado antenas de estación base (de tele-fonía móvil): 21 sufrían fatiga crónica, 14 mareos o la enfermedad de Ménière (una enfermedad del oído interno), 14 dolores de cabeza, 17 dolores o infecciones oculares, 14 insomnio, 10 he-morragias nasales crónicas. Cinco meses después de que se retiraron las antenas, sólo queda-ron dos casos de insomnio, uno de vértigo y uno de dolores de cabeza.

     Esta emergencia de derechos humanos, que afecta a cientos de millones de personas a es-cala planetaria, y la emergencia ambiental que amenaza la extinción de innumerables especies de plantas y animales, debe enfrentarse a una resolución perspicaz e inquebrantable.