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“Traición, señor, es sólo una cuestión de fechas". Frase de Charles
Maurice de Talleyrand al zar Alejandro I.
No sé si por liviandad o ignorancia o abrumados por el desquicio que el
cambio ha traído a la República son muchos los que son incapaces de dilucidar
que en el fondo y aunque a veces se peleen, oposición y oficialismo son el
mismo producto de albañal aunque quizás con distinto olor. Todo el estiércol
político que inunda las instituciones de la República llevan tatuado en el
cerebro la palabra “progres”, donde la única diferencia se da en que unos, los
ladrones anteriores con pretensiones de “zurdos” son resentidos de alma y los
otros son tilingos con anhelos de creerse nacidos en Recoleta.
Es esa liviandad, ignorancia o abulia, o quizás el miedo a que vuelvan
los bárbaros a saquear lo que aún no se han podido robar, lo que a muchos les
ha hecho creer que cuando el presidente acompañó a Obama y a Hollande a tirar
flores al río lo hacía en plan de excursión dominical y no como gesto político
hacia una izquierda vernácula a la que teme con el alma y que lo desprecia
profundamente, u olvidar que Gabriela Michetti, la vicepresidente, fue, como
senadora, funcional al “emprendimiento inmobiliario” de la madre Bonafini
aportando su voto para que la dulce viejita pudiera hacerse con la propiedad de
diecisiete hectáreas en plena Av. del Libertador, o mirar para el costado
cuando con su voto se prestó a la payasada del parque de la memoria donde hay
30.000 chapas de las cuales sólo el 24% tienen nombre porque el otro 76%
responde a una mentira infame y en las que aquellas que tienen nombre se
mezclan en un carnaval mistongo, el nombre de una prestigiosa y difunta jueza
que aún no ha devuelto su indemnización de desaparecida junto al de un
psicópata como fue Gorriarán Merlo.
No nos confundamos, la murga majadera y descorbatada que hoy manda-
¿manda?- en la República son “progres” y como tales tienen, aunque traten de
disimularlo, los tics comunes a estas pandillas de logreros que vienen asolando
la República desde 1983: la cobardía, el desprecio por la palabra empeñada, el
desconocimiento en función de su propio provecho de la historia reciente y la
duplicidad frente a las creencias de la mayoría de los que, equivocados, los
votaron.
Tienen, estos tilingos con pretensiones, una innata capacidad para
mimetizarse. Con sólo leer las declaraciones, referidas al fallo de la Corte,
que una recua de tontos de culo hace -tontos de culo es el mote que los
españoles le dan a los estúpidos sin remedio- recua integrada, entre otros, por
la inefable Michetti que aprendió temprano que dar lástima reditúa más que el
conocimiento, por el jefe de gabinete, por el ministro de “justicia” y por el
saltimbanqui mayor, Claudio Avruj, que pidió primero respeto por el fallo de la
Corte y luego se desdijo; vemos que en este gobierno todo es en broma cuando no
mentira. Desde los cuentos de las tarifas hasta el “vamos a acabar con el curro
de los derechos humanos”.
Sólo han cambiado los modales -es que el Newman, el Saint Andrews, el
Champa o el Salvador, más algunos otros- te dan una impronta, aunque vengas de
un tano albañil, que nunca tendrá una grela de Tolosa por más clases que le dé
Andrea del Boca, pero, a más de quince meses del cambio prometido ese es el
único cambio del que podemos dar cuenta.
No hoy, hace ya bastante tiempo que se han sacado la careta; cuando la
historia reciente se les viene encima llegan a excelsos niveles de necedad y
amontonando frases hechas y huecas aluden a “los procesos, de memoria, verdad y
justicia” que no son otra cosa que los circos judiciales con que se persigue a
quienes combatieron al terrorismo. Su visión de la historia no es muy diferente
a la enunciada por las madres y abuelas de terroristas y por los
emprendimientos financieros de las “orgas” de derechos humanos. Nada hay de
original en ellos, ni siquiera se animan a hacer una concesión a la teoría de
los dos demonios esbozada, años atrás, por los “progres” del radicalismo. Para
ellos no existieron ni Larrabure ni Ibarzábal ni niños asesinados como María Cristina
Viola, Paula Lambruschini o Juan Eduardo Barrios entre otros.
Para ellos, los culpables son, taxativamente, todos aquellos que en la
guerra contra la subversión vestían uniformes y que obedecieron el juramento
empeñado de defender a la República de la agresión marxista. Cabe acotar, en
beneficio de estos vivillos que, como se creen más allá de las ideologías, su
estrechez cerebral les impide creer que haya existido una agresión armada
marxista, no, para ellos solo fue una algarada de “chicos maravillosos”
comprometidos con algo que probablemente ni siquiera ellos, en su ignorancia
sepan de qué se trataba.
Si esto no fuera doloroso para los que vivimos en carne propia la otra
parte de la historia -ésa que está prohibido contar- podríamos tratar a estos
farabutes como lo que son: incompetentes a los que su carencia moral les impide
profundizar cualquier pensamiento más allá de un elemental relato, pero no
contentos con eso se acercan a lo cómico cuando dicen que la justicia debe ir a
fondo, ¿que justicia?, ¿la que ya asesinó a 402 militares y policías?, ¿la que
demora once meses para autorizar una operación para extirpar un tumor
canceroso?. No, estos hace ya tiempo que han elegido los albañales políticos
para medrar y, al no haber visto jamás lo que es la payasada institucionalizada
de un TOF en funcionamiento han elegido el papel de Pilatos, pero lavándose las
manos en agua podrida.
¿Alguien puede en verdad sorprenderse porque el presidente, muy suelto
de cuerpo diga, que el siempre estuvo en contra del 2 x 1?, ¿que Rodríguez
Larreta diga sin ruborizarse que es hijo de desaparecidos porque al padre lo
retuvieron diez días el 24 de marzo?, vamos, acá los estúpidos somos nosotros,
nos asqueaba tanto el kirchnerismo que no queríamos ver lo obvio, ¿o nos olvidamos
cuando, hace años, el PRO apoyó al montonero Kestelboim como defensor de la
ciudad?
Siento una profunda pena por parientes y amigos que se ilusionaron con
la idea de que el Pro era un partido que rescataría valores que eran caros para
una gran parte de la sociedad, pero la realidad es dolorosa, eso que veían como
algo brillante y que les hacía imaginar un futuro mejor no era un oasis al fin
de la travesía, sólo era un pozo séptico con azulejos brillantes en lugar de
ladrillos.