La impunidad como forma de gobierno
Primero plantearon la hipótesis del suicidio, como
si un tipo que se enfrenta en soledad a un régimen teocrático pudiera temerle a
los impresentables del bloque del Frente para la Victoria. Luego, Cristina dijo
que no tenía dudas de que no fue un suicidio. Al igual que su descargo contra
la imputación de Nisman, en lugar de hacerlo ante la Justicia, lo hizo en
Facebook. La monada, mientras tanto, le desea fuerza a Cristina, se ve que
algunos creen que Nisman murió por interponerse entre un asesino y la
Presidenta.
Los que quedaron del oficialismo se reunieron a
velarse entre ellos, leer un documento en el que primero defendieron a Cristina
y luego afirmaron que todo se trata de una operación para tapar el boom
turístico. No muy lejos se ubicaron algunos colegas, que en el afán de no
perderse la ola –y porque prefirieron twittear desde el baño que laburar la
noche del domingo– salieron a jugar a ser detectives y caminaron la patente del
auto de Nisman, para luego tirar que no estaba a su nombre y que pertenecía a
una empresa que “sería la fachada” de un ex agente de la CIA. Si en vez de
embarrar la cancha se hubieran detenido a pensar que era un auto blindado
alquilado, habrían frenado a tiempo. A no ser que crean que a Nisman lo mataron
por no contar con la cédula azul.
Mientras las escuchas demuestran que D’Elía es más
servicial y vendepatria de lo que se creía, se acordaron recién hoy de
Lagomarsino, que debería haber sido demorado la misma noche del domingo por
decir que le entregó el arma hallada a un tipo que contaba con otras dos
registradas. Al igual que con la custodia, que dijo que se retiró por su propia
cuenta, no está Nisman para refutar los dichos. Ahora buscan irregularidades en
el registro del edificio. El auto que el sábado anterior merodeaba con
cuatro tipos debe haber llamado la atención de alguien. La fiscal empieza
a abordar la teoría del homicidio y los amigos del periodismo policial dicen
que es porque en el lugar del hecho estaba la división Homicidios de la
Federal. Chicos: la división homicidios va a todos lados en el que haya una
muerte dudosa. Y estaban ahí junto a la fiscal. Si encara ahora la del
homicidio es porque ya tiene un 99,9% de certeza de que no hubo suicidio. Y no
porque necesitara demasiadas pruebas, sino porque está en la mira de todo el
mundo y cualquier pelusa que se le escape, sería una fatalidad.
El colectivo de judiciales chupamedias del Gobierno
llamado Justicia Legítima, que saca comunicados cuando a Gils Carbó le rebotan
disposiciones administrativas, no dijo nada del colega pasado a valores. Gils
Carbó, tampoco. Porque para hablar de ideología donde debería haber
independencia, siempre sobra tiempo. La impunidad, en cambio, los silencia.
Impunidad que cierra un círculo, no el virtuoso que nos propuso Cristina cuando
asumió en diciembre de 2007, pero círculo al fin.
El 26 de junio de 2004, un malón comandado por
D’Elía tomó una dependencia del Estado. Como buen valiente, escudado en la masa
el piquetero copó la Comisaría 24 de la Policía Federal. La comisaría terminó
en llamas –literalmente-, destrozada y hasta desapareció un cuadro de Quinquela
Martín. La Jueza en lo Criminal María Angélica Crotto ordenó desalojar la
Comisaría, el secretario de Seguridad Norberto Quantín dijo que no, al Juez
Oyarbide le pareció más copado lo que dijo Quantín, Crotto denunció a Quantín,
Béliz y José María Campagnoli –por entonces subsecretario de Quantín– y a los
policías que no quisieron acatar sus órdenes. Oyarbide dijo que el hecho no le
pareció tan grave.
Al final, tanta violencia y actitudes penadas por
el Código Penal finalizaron. D´Elía enfrentó el escarmiento del Estado:
fue designado Subsecretario de Tierras para el Hábitat Social. Tuvo mejor
suerte que el resto de los intervinientes: el comisario Greco perdió la
carrera, Beliz, Campagnoli y Quantín se fueron del Gobierno.
Y nos olvidamos.
A principios de 2004, lo de “este gobierno no
reprime la protesta social” todavía no estaba de moda. La Federal llevó a cabo
una brutal represión televisada cuando pasó por arriba a los manifestantes
que se oponían a la sanción del nuevo Código de Convivencia porteño, en julio
de 2004. Problemas con la Secretaría de Inteligencia mediante, Beliz renunció y
fue reemplazado por Horacio Rosatti, quien debería cobrar regalías por haber
sido el primero en decir que no se reprimen las protestas.
Eso de meter en cana a los trabajadores que se
manifestaban contra Repsol en Ensenada, ya no estaría bien. Mandar gente al
calabozo por pedir tres kilos de mondongo a un frigorífico, tampoco. En el
camino quedaron las imágenes de los 102 manifestantes presos, baleados y
asfixiados con gases lacrimógenos, resultado de protestar contra el Fondo
Monetario Internacional. También desalojaron a palazo limpio a quienes ocupaban
las instalaciones de la quebrada farmacia Franco Inglesa.
El Estado decidió reservarse el rol de buenazo y
tercerizó el poder policial en las organizaciones que antes protestaban contra
el Estado. Claro ejemplo de esto fue la contramarcha que organizó D´Elía en
contra de la movilización en reclamo de justicia por el asesinato de Axel
Blumberg el 31 de agosto de 2006. Era la quinta marcha que organizaba un padre
que había perdido a su único hijo. Dos años antes había juntado más de 5
millones de firmas pidiendo justicia. A Blumberg, cuyo hijo fue secuestrado y
asesinado, lo destrozaron cuando se descubrió que no era Ingeniero. El problema
de no ser Presidente.
Y nos olvidamos de la muerte del hijo, del pedido
de justicia y de la forreada de D’Elía.
En 2005 Ricardo Jaime viajó a España
para pasar la gorra entre las empresas con intereses en Argentina y juntar
dinero para la campaña de Cristina Senadora 2005. Una pequeña contribución, un
palito por cabeza, a voluntad. De aquellos viajes, Jaime también trajo
material ferroviario por la ganga de 1.600 millones de dólares, material que,
como corresponde, nunca se usó. Parte del mismo aún puede verse pudriéndose en
terrenos del ferrocarril Roca como un monumento al choreo. Poco después, el
Ministro de Economía Roberto Lavagna contaba ante la Cámara de la Construcción
que tenía registrados al menos 10 casos de sobreprecios en obras públicas.
Salió eyectado y pusieron a alguien más amiga de lo ajeno: Felisa Micelli.
En noviembre de 2005 una parva iracunda prendió
fuego la estación Haedo del ferrocarril Sarmiento, los trenes, un par de
patrulleros y, de paso, se hicieron la tardecita saqueando los comercios de los
alrededores. Aníbal Fernández acusó a Quebracho, comandada por Fernando
Esteche. Menos de veinticuatro horas después, los muchachos estaban en Mar
del Plata para la III Cumbre de los Pueblos, una joda que se organizó como
contrapartida de la IV Cumbre de las Américas. Mientras Néstor, recién arribado
al tercer planeta desde el sol, criticaba las políticas neoliberales de los
noventas, los muchachos financiados vaya a saber por quién –guiño, guiño–
prendieron fuego algunos bancos, se cagaron a piedrazos con la cana y saquearon
algunos locales de Havanna para traer alfajores a la familia.
Unos días después, Néstor pagaba cash la deuda con
el FMI, con guita obtenida gracias a todos los bonos comprados por Hugo Chávez,
quien fue el primero en arrimarse a los iraníes, a tal punto que condecoró al
entonces presidente persa Mahmud Ahmadineyad.
Para fines de 2006, como caja navideña recibimos
como noticia que la empresa Skanska había pagado coimas para ganar la
licitación de un gasoducto. El gerente de la compañía confesó, pero no pasó
nada. El gobierno intervino Enargas y desplazó a todos los directivos por
las cometas, entre ellos el Pacha Velazco, pareja de Felisa Micelli, a
quien muy poquito después le encontraron una bolsa llena de dólares en el baño
de su despacho. Una inspección de rutina encontró la bolsa. En silencio, Felisa
fue desplazada de su cargo, aunque le mantuvieron la custodia policial.
El juez a cargo de la causa, Guillermo Montenegro,
renunció un año después para asumir como Ministro de Seguridad de Mauricio
Macri. Con él, se llevó a sus dos secretarios, Matías Molinero y Daniel Presti.
El fiscal de la causa, Carlos Stornelli, se fue a cumplir la misma función
que Montenegro, pero con Daniel Scioli. La causa quedó sin juez, secretarios ni
fiscal. En septiembre de 2006, finalizado el juicio contra Miguel Etchecolatz
por crímenes de lesa humanidad durante la dictadura, la defensa decide apelar
por las inconsistencias del testimonio de Jorge Julio López. López
desaparece. Pasaron ocho años y monedas.
Y nos olvidamos.
Para enero de 2007, el gobierno desplazó a
Graciela Bevacqua del Indec por negarse a dibujar la inflación. Llevamos ochos
años de garabatos. Luego, con el país en campaña, el mangazo electoral para
“Cristina, Cobos y vos” incluyó un millón y medio del Grupo Marsans –por
entonces, Aerolíneas Argentinas no era nacional, popular ni estaba vaciando la
empresa, ni se calentaban en averiguarlo mientras pusieran la tarasca–, valijas
voladoras de visitantes bolivarianos que firman su registro en la Casa Rosada y
narcotraficantes de efedrina.
En 2008, mientras la multimillonaria empleada
pública criticaba a los ruralistas por querer llenarse los bolsillos a
costillas del pueblo, en una de las tantas marchas D’Elía cagó a trompadas a un
manifestante y se abrazó a la Pirámide de Mayo al grito de “la plaza es
nuestra, la puta que los parió”, mientras en Olivos, los carros hidrantes de la
policía disparaban contra una manifestación compuesta, en su mayoría, por
mujeres que tan sólo sostenían carteles. Días después, la Gendarmería se
llevaba en cana a veinte manifestantes, entre ellos, Alfredo De Angeli. Con el
conflicto resuelto tras el voto no positivo de Julio Cobos, las pintadas
amenazando de muerte al vicepresidente por traidor se multiplicaron. Fue el
mismo año en el que Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina
aparecieron con las manos atadas y corchazos en sus cabezas al costado de una
ruta. Tiempo después nos enteramos que Ferrón era socio de uno de los
imputados por el tráfico de medicamentos, y que Forza no podía justificar su
exponencial crecimiento patrimonial con su distribuidora, pero que así y todo,
pudo aportar unos 200 mil pesos para la campaña presidencial de Cristina. Fue
también en 2008 cuando se produjo el allanamiento de una quinta en
Ingeniero Maschwitz y la detención de narcotraficantes mexicanos, o sea, el
inicio de lo que más tarde llamaríamos “La ruta de la efedrina”.
En su momento nos olvidamos. En 2014 procesaron por
narcotráfico al extitular del Sedronar, que debía velar precisamente por una
política anti drogas. El tipo, José Ramón Granero, era amigo de Néstor
Kirchner. Pasó hace unos meses y nuevamente nos olvidamos.
En 2012, la formación Chapa 16 de TBA ex
Ferrocarril Sarmiento no frenó al llegar a la estación Once de Septiembre y
murieron 51 personas. El video muestra cómo los vagones que por fuera estaban
pintados, por dentro estaba podridos: una nube de polvo de óxido inundaba el
lugar luego de que el coche numero dos se incrustara dentro del coche
cabecera, algo que no debería haber sucedido con toda la guita que dijeron
haber gastado y que nadie sabe dónde cazzo fue a parar, aunque algo intuimos.
51 muertos, cientos de heridos, una Presidenta que se esconde y vuelve para
decir que ella sabe lo que se sufre la muerte porque es viuda.
Casi nos olvidamos.
El 2 de abril de 2013 la ciudad de La Plata sufre
la tormenta perfecta. No había forma de que no se inundara, pero sí de mitigar
los riesgos. Pero el radar del Servicio Meteorológico Nacional estaba roto, los
celulares no funcionaban, la luz se cortó y la planta de YPF nacional y popular
no contaba con la dotación de bomberos que sí le exigieron a Repsol. Más de dos
metros agua en media ciudad y frenaron el conteo de muertos en 54. Los
electrocutados, los infartados y los hipotérmicos no contaron. La limpieza del
arroyo El Gato fue encomendada a la cooperativa Néstor Vive en Nosotros por la
módica suma de cuatro millones de pesos a valores 2012. La limpieza nunca se
llevó a cabo. Quizás haya contribuido el hecho de que la cooperativa tenía
domicilio en Escobar y se le complicaba llegar.
El primer helicóptero de rescate en aparecer fue
para llevarse a la mamá de Cristina. El segundo, para traer a Cristina dos días
después. Entre las puteadas de la gente, la Presi afirmó que ella sabe lo que
se siente, porque cuando era chica le entro agua a la casa.
Y nos olvidamos.
Pepe Eliaschev investiga y descubre por sus propios
medios que Argentina estaba negociando con Irán la impunidad del atentado
a la AMIA a cambio de petróleo. Nadie le da bola. En 2013, el Gobierno encara
una cruzada patriótica para establecer un memorando de entendimiento con la
República Islámica de Irán. La idea consistía en que los funcionarios
judiciales argentinos fueran a tomar declaraciones al régimen teocrático que
había condenado a muerte al fiscal de la causa, Alberto Nisman.
Pepe nos había avisado, pero nos olvidamos.
Se cargaron a un fiscal federal y, más allá de
todas las dudas que algunos seguirán teniendo al respecto, la pregunta que más
me duele, la que más me angustia es cuántos anónimos quedaron en el camino sin
que nos enteremos. Si al fiscal de mayor exposición pública que debía declarar
ante el Congreso un par de horas después le hicieron lo que hicieron, lo que
habrán hecho antes y pasó desapercibido.
Más de una vez dije que si les garantizaran la
impunidad se cargarían a cualquiera que molestara. Está claro que exageraba:
además de la impunidad debía darse la situación de desesperación. Desesperación
por el poder perdido, desesperación porque no conciben la vida sin sentirse
amos y señores de los destinos de todo aquel que guste de pisar suelo
argentino. Basta ver cómo reaccionan cuando una opinión viene de alguien que no
vive en el país, al que no le pueden tirar con la AFIP y que reside en un lugar
donde no llegan las cadenas nacionales.
Al mejor estilo del final de All that Jazz de Bob
Fosse, este gobierno se despide de la vida haciendo una presentación lisérgica
y decadente de todos sus hechos, reprimiendo la protesta social, demostrando
que los derechos humanos fueron una circunstancia al bancar a un Jefe del
Ejército más flojo de papeles que el auto de Boudou, con la presidenta ausente
en los momentos picantes, con la militancia bancando hoy un suicidio, mañana un
homicidio, pasado una resurrección, con victimizaciones incluso cuando los
muertos son los otros y, fundamentalmente, con quilombo.
Un día como hoy, hace 33 años, en un parto que casi
le cuesta la vida a mi vieja, nació el tipo que escribe estas líneas. Fui
misionero, junior de colonia de vacaciones, portuario, canillita, tarjetero,
músico ocasional, empleado judicial y consultor. Nunca dejé de leer ni de
escribir desde que aprendí a los cuatro.
Tenía esa edad, también, cuando se suicidó el
papá de un amiguito, veterano de Malvinas que no conseguía laburo ni respeto.
Contaba con cinco cuando se produjo el primer levantamiento carapintada y seis
cuando aprendí qué significaba hiperinflación. El día de mi cumpleaños número
siete lo pasé encerrado por el copamiento de La Tablada. Tenía diez cuando
voló la embajada de Israel, doce cuando explotó la AMIA, y cumplía quince
cuando mataron a Cabezas. A mis 17 se estrelló el avión de LAPA y el estallido
de diciembre de 2001 me encontró con 19 años y trabajando en el Poder Judicial.
Desde los 21 hasta hoy cambié tres veces de
juzgado, me fui del Poder Judicial, me casé, tuve un hijo, me divorcié, tuve
cuatro laburos más, muchas veces de a dos, y finalmente me dediqué a lo que
decía que quería hacer cuando me preguntaban a los seis: periodismo. Cambié
muchísimo y lo único que no cambió es el Gobierno. Sí, un tercio de mi vida y
casi la totalidad de mi adultez, me gobernaron los mismos tipos y conviví con
los mismos nabos que creyeron que la rebeldía de la juventud consiste en ser
sumiso y obediente al capricho de Presidencia. Sin cuestionar, sin pensar.
Me tomé con humor las desgracias, me preocupé de
más por boludeces y, si bien procuré apelar al olvido selectivo, nunca pude
aplicarlo. Hoy tengo 33 y, con todo lo que recuerdo, me cuesta entender
cómo muchos de los que vivieron estos mismos años se olvidaron de todo. Quizás
la pasen mejor. Quizás por eso se sorprendan de lo que estamos viviendo por
estos días. Y quizás por ello, dentro de un tiempo, seremos pocos los que
recordemos que hubo un Gobierno que, amparado en ideologías caducas y la lucha
por la Patria frente a los molinos de viento, transcurrió sus años con la
corrupción más pornográfica, la gestión más improvisada y la impunidad más
calamitosa. Pero eso sí, con democracia.
Sábado. Me crié en un país en el que los asesinatos
políticos eran algo que había pasado hacía mucho tiempo. La maldición de la
memoria.
Publicado
por Lucca
Todo el contenido publicado es de exclusiva propiedad de la persona que firma, así como las responsabilidades derivadas.
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