El ex director del FBI acusa en el Senado a Trump de
“mentir y difamar”
Comey considera que el presidente “quería obtener algo” a cambio de
mantenerle en el puesto y que le despidieron por sus resistencias en la
investigación de la trama rusa
JAN MARTÍNEZ AHRENS – EL PAIS - Washington 8 JUN 2017
Fue la hora de la verdad. El exdirector del
FBI James Comey se enfrentó este jueves a sus propios actos. Ante el Comité de
Inteligencia del Senado, en una sesión que sacudió a EEUU, el hombre del que
dependió la investigación de la trama rusa sacó a la luz las entrañas del poder
y mostró la peor cara de Donald Trump. Le
acusó de mentir y difamar, de intentar “darle directrices” para desviar
la investigación sobre el teniente general Michael Flynn e incluso de
despedirle por el caso ruso. Toda una carga de profundidad que insufla nueva
vida a una posible acusación de obstrucción.
Comey se dirigió al Senado bajo la mirada de un país entero. La víspera había
hecho público el testimonio que iba a servir de base a su comparecencia. Siete
páginas en las que detallaba sus tres encuentros y seis conversaciones con Donald
Trump. La primera, el 6 de enero en la Trump Tower; la última, una llamada
telefónica el 11 de abril.
El relato ofrece una mirada única al
interior de la Casa Blanca, pero sobre todo revela el choque entre el
perturbador y excesivo multimillonario de Nueva York y un funcionario de larga
carrera conocido por su integridad y sus valores religiosos. Con evidente escándalo, Comey, de 56 años, describe
en su texto los deseos del presidente, expresados en la intimidad del Salón
Verde o el Despacho Oval, de atraerle a su causa, de que dejase de lado la
investigación sobre el dimitido teniente general Michael Flynn o de que
a él mismo le exonerase públicamente. Conversaciones privadas, directas e
incluso brutales, en las que Trump igual negaba haberse acostado con
prostitutas en Moscú, que le pedía lealtad o que le “despejase la nube”
de la trama rusa.
Ese escrito, listo para construir un caso
de obstrucción, la piedra angular de un posible impeachment, fue la pista de
salida de Comey. Traje oscuro, camisa
blanca, corbata roja, el exdirector del FBI lo dio por conocido en su
comparecencia y se lanzó directamente a la médula del conflicto: su despido el
pasado 9 de mayo, seis años antes del plazo legal. Una destitución que en
principio Comey se tomó con naturalidad - “siempre he pensado que el
director del FBI puede ser despedido por cualquier razón o sin ella”- pero
que devino en preocupación, cuando el presidente empezó a denostarle
públicamente. Primero señalando que le había fulminado por “esa cosa de
Rusia” y luego acusándole de ser una “cabeza hueca” y un “fanfarrón”.
“La Administración de Trump decidió
difamarme a mí y al FBI diciendo que en la organización reinaba el desorden,
que estaba mal dirigida y que no había confianza en su líder. Eso era mentira,
pura y simplemente”, afirmó Comey
con evidente dolor. Su reacción, propia de alguien que conoce bien el tablero
de Washington, fue hacer público parte del contenido de sus notas. Se dirigió a
un amigo, el profesor de leyes de la Universidad de Columbia Daniel Richman, y
le pidió que se pusiera en contacto con un periódico (The New York Times)
para que publicara su versión de lo ocurrido. Una bomba cuya onda expansiva no
ha dejado de sentirse aún y cuyo objetivo era proteger la investigación
forzando el nombramiento de un fiscal especial para el caso ruso.
Fue un momento de sorpresa. Y de
sinceridad. Nadie esperaba que el exdirector del FBI se confesara autor de las
filtraciones. Pero detrás de este arranque palpitaba la profunda desconfianza
de Comey hacia Trump. Su propia
práctica de redactar notas de sus encuentros fue reflejo de ello. En su primera
reunión con el presidente, en la Trump Tower el 6 de enero, cuando aún no había
sido investido, Comey le dio detalle de las investigaciones que se
estaban llevando a cabo sobre la trama rusa, el expediente del FBI que
intenta determinar si el equipo electoral del republicano se coordinó con el
Kremlin en la campaña de desprestigio que sufrió Hillary Clinton.
Ante la reacción desairada de Trump,
que se sintió objeto de las pesquisas, Comey le aseguró que no estaba
siendo investigado, pero al mismo tiempo tomó nota del personaje y redactó su
primer memorándum. “La investigación podía tocar al presidente y no sabía
si mentiría sobre la naturaleza de la reunión y si algún día tendría que
defenderme”, afirmó.
Desde entonces, el director del FBI vivió
presionado. En la cena que tuvo el 27 de enero en la
Casa Blanca advirtió cómo el presidente, con sus constantes recordatorios a que
su puesto era deseado por otros, “trataba de establecer una relación”. “Mi
sentido común me hizo pensar que quería obtener algo a cambio de la garantía de
mantenerme en el puesto”. Y lo mismo ocurrió en el siguiente encuentro
a solas, cuando Trump le preguntó por el teniente general Michael Flynn,
el personaje central de la trama rusa, y le expresó su deseo de que lo
dejase fuera de la investigación.
Todo ello superó a Comey. No sólo
colisionó con su “sentido de la independencia del FBI” sino que
percibió que Trump, con sus peticiones le estaba dando “directrices”.
Finalmente, ya despedido, entendió que la causa era la trama rusa. “Algo
en la forma en que conducía la investigación, hizo sentir al presidente una
presión de la que quería despojarse”, dijo.
Hasta ahí llegó el director del FBI. Pero no dio el siguiente paso. Evitó cualquier
interpretación. Y cuando los senadores republicanos le preguntaron si
consideraba que el presidente había incurrido en obstrucción, señaló que eso le
correspondía responder al fiscal especial del caso, Robert Mueller. “Para
mí todo fue muy turbador” se limitó a indicar. El golpe, por su parte, ya
había sido dado. Ahora el turno es de otros.
A LAS CINCO DE LA MAÑANA EN EL SENADO PARA ESCUCHAR A COMEY
NICOLÁS ALONSO (WASHINGTON)
Desde tempranas horas de la mañana, decenas
de personas permanecieron en fila para poder entrar a la sala del comité de
Inteligencia del Senado, en que habló James Comey. "Hoy puede
ser un día histórico, quería estar aquí", afirmó Louis, un joven
que trabaja en el Capitolio, pero este jueves pidió permiso para asistir a la
audiencia. Llegó a las cinco de la mañana.
Por los pasillos del Senado, los
legisladores trataban de escapar las cámaras y algunos incluso alteraron su
ruta habitual de entrada a la sala. El exdirector del FBI apuró hasta el
final y entró en la sala menos de dos minutos antes de que comenzara la
esperada sesión.
Tras casi tres horas de preguntas y
respuestas -y más detalles sobre las presiones que
hizo el republicano a Comey, el exdirector salió de la sala del Senado
con paso firme, en silencio y con la mirada al vacío.