El mortífero narcisismo de Donald Trump
El
problema con el presidente no es solo lo que hace, sino también lo que no hace
PAUL KRUGMAN - 29 SEP 2017
Según un nuevo sondeo de la Universidad
Quinnipiac, la mayoría de los estadounidenses cree que Donald Trump no es apto
para ser presidente. Es bastante notable. Pero deberíamos preguntarnos cuánto
más elevado sería el número si los ciudadanos supieran realmente lo que está
ocurriendo.
Porque el problema con Trump no es solo lo
que hace, sino también lo que no hace. En
su mente, todo es él. Y mientras se acaricia su frágil ego, descuida las
funciones básicas de gobierno, o peor.
Hablemos de dos noticias que aparentemente
no tienen nada que ver una con otra: el mortal abandono de Puerto Rico, y el
continuo sabotaje a la atención sanitaria estadounidense. Lo que estas noticias
tienen es común es que millones de estadounidenses van a sufrir, y cientos, si
no miles, morir, porque Trump y los miembros de su Gobierno están demasiado
centrados en sí mismos para hacer su trabajo.
Empecemos por el desastre de Puerto Rico y
las vecinas islas Vírgenes (también de EE UU). Cuando el huracán María golpeó,
hace más de una semana, dejó sin energía eléctrica a todo Puerto Rico, y la
electricidad tardará meses en restablecerse. La falta de energía puede ser en
sí misma mortal, pero aún peor es que, debido en gran medida al apagón, buena
parte de la población todavía carece de acceso a agua potable. ¿Cuántas
personas van a morir porque los hospitales no funcionan, o por las enfermedades
transmitidas por un agua insalubre? Nadie lo sabe.
Pero la situación es terrible, y el tiempo
no corre a favor de Puerto Rico: cuanto más pase, peor será la crisis
humanitaria. Sin duda, lo suyo sería esperar que el traslado y la distribución
de ayuda se convirtiesen en la principal prioridad del gobierno estadounidense.
Después de todo, hablamos de la vida de tres millones y medio de conciudadanos
nuestros, más que la población de Iowa o del San Diego metropolitano.
¿Y hemos visto ese esfuerzo
de ayuda plena e incondicional que una catástrofe de este tipo requiere? No.
Es cierto que cuantificar la respuesta
federal es difícil. Pero ninguna de las medidas extraordinarias que cabría
esperar se ha materializado.
El despliegue de recursos militares parece
haber sido menor y más lento que en Texas después de Harvey o en Florida
después de Irma, a pesar de que la
situación de Puerto Rico es mucho más urgente. Hasta el jueves, el Gobierno de
Trump se había negado a suspender la ley Jones (que obliga a utilizar barcos
con bandera y tripulación estadounidenses para los servicios de cabotaje)
para Puerto Rico, a pesar de que sí las había levantado para Texas y
Florida.
¿Por qué? Según el presidente, "a los que trabajan en el
sector de los transportes" no les gusta la idea. Es más, aunque ya ha
pasado más de una semana desde que María tocó tierra, el Gobierno de Trump no
ha remitido todavía una solicitud de ayuda al Congreso.
¿Y dónde está el
liderazgo? Hay razones para esperar
una atención visible del presidente a los grandes desastres nacionales,
incluida la visita a la zona afectada lo antes posible (Trump no planea
visitar Puerto Rico hasta la próxima semana). No es solo teatro; es una
señal sobre las prioridades urgentes para el resto del gobierno, y en cierta
medida para la nación en general.
Pero Trump pasó los días siguientes al
desastre de María tuiteando sobre jugadores de fútbol americano. Cuando por fin
se dignó a decir algo sobre Puerto Rico, fue para culpar al territorio de sus
propios problemas.
La impresión que le da a uno es la de un
individuo enormemente egocéntrico,
incapaz de centrarse en las necesidades de otros, aun cuando esa sea la parte
principal de su trabajo. Además, está la sanidad. La revocación del
Obamacare ha vuelto a fracasar, por la sencilla razón de que el proyecto de
ley de Lindsay Graham y Bill Cassidy, como todas las demás propuestas
republicanas, no era más que basura miserable. Pero, aunque la Ley de
Atención Sanitaria Asequible (ACA, por sus siglas en inglés)
sobrevive, el Gobierno de Trump está intentando abiertamente sabotear su
funcionamiento.
Este sabotaje se está produciendo en
múltiples niveles. El Gobierno se ha negado a confirmar si pagará a las
aseguradoras unas subvenciones fundamentales para cubrir a los clientes de
rentas bajas. Se ha negado a aclarar si obligará a cumplir la exigencia de que
las personas sanas se aseguren. Ha cancelado o suspendido la promoción del
sistema para conseguir que se apunten a él más personas.
Estas acciones se traducen directamente en
una fuerte subida de las primas: las aseguradoras no saben si se les
compensarán los gastos principales, y tienen razones de sobra para prever una
cartera de clientes más pequeña y más enferma que antes. Y es demasiado tarde para
revertir el daño: mientras usted lee esto, las aseguradoras ya están
finalizando sus tarifas para 2018.
¿Por qué hacen esto los
trumpistas? ¿Es un cálculo cínico: conseguir que la ley fracase y después
afirmar que ya estaba condenada? Lo
dudo. En primer lugar, porque no hablamos de personas conocidas por sus
profundos cálculos estratégicos. Además, la ley no se hundirá de hecho;
simplemente se convertirá en un programa más centrado en estadounidenses más
enfermos y más pobres, y la oposición política a la revocación no desaparecerá.
Y finalmente, cuando la mala noticia llegue, todo el mundo sabrá a quién
culpar.
No, el sabotaje a la ACA no debemos
contemplarlo como una estrategia, sino como una pataleta. Como no podemos
revocar el Obamacare, lo arruinaremos. No se trata de conseguir un fin
claro, sino de salvar la dañada autoestima del presidente.
En resumen, Trump es verdaderamente inepto
para este o para cualquier otro alto cargo público. Y el daño causado por su ineptitud no hará más aumentar.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times
Company, 2017.