PEDERASTIA:
UNA VIEJA HISTORIA DE PROGRES
Fernando
Paz
Sábado,
17. Diciembre 2016 - 16:57
El 2011 “El País” publicaba un artículo en el que
se cuestionaban las 'desviaciones' sexuales. ¿Cómo se ha llegado aquí?
En las últimas décadas han proliferado las acusaciones
de pederastia dirigidas a distintos colectivos, desde profesores a instructores
militares o deportivos pasando, no faltaba más, por sacerdotes, pastores,
imanes y rabinos. Y es de justicia reconocer que, en mayor o menor medida, las
acusaciones han tenido su razón de ser.
Por supuesto, ninguno de esos colectivos ha
justificado los delitos que cualesquiera de sus componentes pudiera haber
cometido. Antes o después, todos ellos han reaccionado tomando las medidas que
han creído más oportunas -frecuentemente eficaces- para evitar que tales cosas
sigan sucediendo aunque, obviamente, existe algo llamado “tasa de
inevitabilidad”.
Desde luego, lo que nunca ha sucedido es que nadie
haya teorizado acerca de la bondad de las relaciones pederásticas. ¿Nadie?
Un pasado que olvidar
Lo que viene a continuación no es un simple eco del
pasado: es el relato de unos antecedentes. Antecedentes que revelan toda su
trascendencia a la luz de lo que empezamos a saber está sucediendo: el rapto de
nuestros hijos a manos de ciertos grupos organizados, que han adoptado una
filosofía pansexualista por toda convicción. A estos, hoy como ayer, ningún
precio les parece excesivamente oneroso si eso les acerca a la consecución de
sus objetivos.
Los años setenta vieron el despliegue de ciertas
ideas que, durante décadas, habían venido circulando únicamente en ambientes
restringidos del progresismo marginal. Las propuestas radicales de los que más
tarde serían consagrados como “ideólogos de género (cosas)” empezaron a abrirse
paso en aquellos años -de acuerdo a una estrategia muy eficaz- entre la opinión
pública. Enfocados como “extensión de derechos”, pocos se atrevieron a
cuestionar el reconocimiento legal de asuntos como la homosexualidad –hasta
entonces considerada una patología- o el aborto –hasta entonces considerado un
crimen-.
Después de los grandes temas sexuales, la
normalización de la pederastía fue el lógico corolario del Mayo francés y su
pansexualismo. Liberados de ese prejuicio burgués en que dieron en considerar a
la conciencia, proclamaron la sola validez de la voluntad humana. Resurgieron
los fantasmas de Reich y de Kinsey: mientras que la promiscuidad y la
homosexualidad pasaron a ser prácticas reconocidas y habituales, la pederastía
debía ser reivindicada como “actividad natural, reprimida por dos mil años de
cultura judeocristiana”, ya que era, junto al incesto, el último tabú sexual.
Comenzó entonces una campaña de agitación que
rebasó los límites de la mera reclamación académica: en enero de 1977, Le Monde
mostraba su indignación porque tres hombres habían sido condenados a una
prisión “excesivamente larga” por haber mantenido relaciones con menores a los
que, además, habían fotografiado. El artículo era una suerte de manifiesto
pederasta, firmado por los intelectuales “comprometidos” más destacados de
Francia: Louis Aragon, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Roland Barthes,
Jack Lang y André Glucksmann, entre otros. Los abajofirmantes –cuyas opiniones
disfrutaban de una singular aura de respetabilidad- eran considerados como
parte del patrimonio nacional francés, de modo que no fue desdeñable su efecto
sobre la opinión pública.
Pero la campaña no había hecho más que empezar.
Cuatro meses más tarde, dirigieron una petición al parlamento francés pidiendo
la derogación del concepto de minoría de edad sexual y la despenalización de
las relaciones sexuales con menores hasta los 15 años. Esta vez, a los
habituales, se les sumaban otros tres intelectuales de peso como eran Michel
Foucault, Jacques Derrida y Louis Althusser. Y además, el líder homosexual Guy
Hocquenghem, el escritor Philip Sollers y la pedíatra Francoise Dolto.
En pleno, el Estado Mayor del progresismo galo
Por esas mismas fechas de 1977, el diario de
izquierdas “Liberation” publicaba un artículo en el que daba cuenta de la formación
del FLIP (Frente de Liberación de los Pederastas). En dicha información, no
ocultaba su simpatía por los miembros de la organización, protagonistas de lo
que la prensa progresista consideraba “la aventura pederasta” (sic). Y en 1981,
el propio “Liberation” llegaría a ceder sus páginas para que un pederasta
relatase sus actos sexuales con una criatura de apenas cinco años. “Mimosos
infantiles”, se permitió titular, regocijado.
Con anterioridad, en la propia Francia, uno de los
líderes de la revuelta estudiantil sesentayochista, Daniel Cohn-Bendit, no
había sentido ninguna restricción a la hora de publicar alguna de sus hazañas
en este terreno. En su obra Le Grand Bazar, de 1975, escribió acerca de la
época en la que trabajó en una guardería:
“Muchas veces me ocurrió que algunos chavales
abrían mi bragueta y comenzaban a hacerme cosquillas. Yo reaccionaba de manera
distinta según las circunstancias, pero su deseo me planteaba un problema. Les
preguntaba: ‘¿Por qué no jugáis juntos, entre vosotros? ¿Por qué me habéis
elegido a mí y no a los otros chavales?’ Pero si ellos insistían, yo les
acariciaba”.
La liberación de los niños
Se crearon guarderías en las que se pretendía que
los niños tuvieran derechos sexuales. Se iniciaba a los niños para que tuvieran
relaciones entre ellos, y se debatió la posibilidad de que los adultos tuvieran
acceso sexual a los niños. El libro de cabecera de estos progresistas era “La
Revolución en la Educación”, en el que se podían leer cosas como que “la
deserotización de la vida de familia, desde la prohibición de la vida sexual
entre niños hasta el tabú del incesto, es funcional para la preparación del
tratamiento hostil del placer sexual en la escuela y la consecuente
deshumanización y sumisión del sistema laboral.”
Entre tanto, por las mismas fechas, en las filas
del feminismo radical comenzó a abrirse paso la idea de que, junto a la
liberación de la mujer, había que propiciar la de los homosexuales y los niños.
Ambos eran víctimas por igual de los varones heterosexuales y del patriarcado.
Los niños podían no sólo ser aliados en la lucha
por la liberación del macho, sino incluso compañeros de juegos sexuales que
reemplazaran a los varones adultos (Simone de Beauvoir había mantenido un par
de relaciones lésbicas con menores en las que, al menos en uno de los casos,
veía un sustitutivo de sus patéticos fracasos sentimentales con Sartre).
Y una de las feministas más destacadas, y
reverenciada desde hace cuarenta años por los grupos radicales, Kate Millet, en
su “Política Sexual” (1969), escribió que “puede existir tanto una relación
erótica entre un hombre y un niño como entre una niña y una mujer mayor”. En su
particular y orwelliano lenguaje, este tipo de relaciones recibe la
denominación de “relaciones intergeneracionales no explotadoras”.
Desde su concepción feminista radical, Millet
considera que hay que liberar al sexo de los límites represivos que se le han
impuesto. Y, en consecuencia, el siguiente paso debe darse en la dirección del
incesto:
“Siempre me he preguntado por el poder del tabú del
incesto, porque al mismo tiempo que la sexualidad de los niños y de los adultos
alcanza más y más libertades, la proximidad de miembros de la familia le hace a
uno experimentar y desafiar este tabú. El tabú del incesto ha sido siempre una
de las piedras angulares del pensamiento patriarcal. Hemos de proclamar la
emancipación de los niños…”
Casi por las mismas fechas, mediados los setenta,
el Libro rojo del cole, traducción de una obra danesa elaborada desde una
óptica marxista declarada, reputaba comprensivamente como “hombres faltos de
amor” a los pederastas. También por entonces, refiriéndose a un pederasta
francés, la prensa de ese país se deshacía en efusiones sentimentales: “cuando
Benoît habla de los niños, sus ojos de pastor griego se preñan de ternura”
(Liberation, 20-junio-1981).
A fines de 1979, la revista berlinesa Zittu, de
orientación radicalmente progresista, titulaba “Amor con niños ¿se puede?” Como
minorías perseguidas, los medios de izquierda consideraron a los pederastas
víctimas del sistema capitalista.
Dichas relaciones intergeneracionales fueron
apoyadas por el conocido izquierdista Reinhard Röhl, editor de la revista
Konkret, más tarde acusado por su hija, Anja, de haber abusado de ella cuando
tenía entre 5 y 14 años.
Dispuestos a todo
No se puede ocultar la presión que el lobby gay ha
efectuado a fin de conseguir una rebaja de la edad de aprobación legal para las
relaciones homosexuales. En el Reino Unido consiguieron que la administración
laborista disminuyese dicha edad hasta los 16 años. En los Estados Unidos, el
movimiento pederasta NAMBLA –que ha proclamado en numerosas ocasiones su opción
por la abolición de todo establecimiento de edad legal cualquiera para las
relaciones sexuales-, encontró igualmente numerosos apoyos entre la comunidad
gay.
En España, Jaime Mendía, portavoz de la
Coordinadora Vasca para el Día del Orgullo Gay en el año 2008, declaró al
diario “El Mundo”: “Todas las personas tienen que tener derecho a disfrutar de
la sexualidad, también un niño de ocho añitos (…) Las relaciones
intergeneracionales cada día están más perseguidas penal y socialmente,
despertándonos un día sí y otro también con más que dudosos éxitos policiales…
cuando una persona tiene algún tipo de relación con cualquier persona, aunque
sean menores, no tiene por qué hacer daño a nadie”.
En ocasiones, confiados en el respaldo de todo
género del que gozan, no se resisten al sarcasmo. Así, Jorge Corsi, psicólogo
procesado por la justicia argentina por pederastía, jugando con los
tradicionales roles de la infancia en familia, sentencia que “si el niño debe
respeto y obediencia a los mayores, cuando un mayor propone a un niño una
actividad sexual, lo que corresponde es que el niño acepte, obedezca y
respete”.
Cada día, de un modo casi imperceptible, se va
incorporando al debate una tímida, aunque creciente, actitud de comprensión
hacia la pederastía. El 1 de diciembre de 2011, el diario “El País” publicaba
un artículo del catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona, Manuel
Cruz, en el que se leían las siguientes reflexiones: “La referencia a la
pederastía en el contexto de los debates acerca de la sexualidad en nuestra
sociedad parece jugar un papel análogo al que desempeña Auschwitz en las
discusiones éticas contemporáneas (…) es obvio que hoy ya no se sataniza sin
más el sexo, pero sí parecen estas siendo satanizadas lo que se consideran
formas desviadas del mismo”. Y concluye, pleno de lógica: “Desviadas, por
cierto ¿respecto a qué?”