Joe Biden, Comendador de los ‎‎“verdaderos creyentes

 

Joe Biden, Comendador de los ‎‎“verdaderos creyentes”‎

por Thierry Meyssan

 

Mientras que Estados Unidos se dirige inexorablemente hacia la guerra civil, ‎el presidente Joe Biden se apoya en los creyentes de izquierda de diferentes ‎confesiones. Biden ve a los electores de Trump como pobres gentes que ‎han perdido la fe y a quienes él tiene que volver a meter en el “buen camino”. A fuerza ‎de manipular las religiones, el Partido Demócrata está dividiendo el país, pero no entre ‎confesiones diferentes sino en función de una particular concepción de la fe. ‎El presidente Joe Biden pretende guiar a todos los estadounidenses por el sendero ‎trazado por Barack Obama. Pero en vez de ser un factor de apaciguamiento, está ‎radicalizando el debate político. ‎

 

Inmediatamente después de la polémica elección presidencial de 2020, Joe Biden se comunicó ‎por teléfono con el papa Francisco para obtener su bendición y ya entonces, sin esperar por ‎la reunión del Colegio de grandes electores designados por los gobernadores de los Estados, ‎se presentó como el “presidente elegido”.‎

Ya he presentado antes aquí ‎a los partidarios de la cultura «woke» [1] estadounidense como «puritanos sin Dios». Con eso ‎he querido hacer notar que muchos de ellos no creen en Dios. ‎

Hoy quisiera rectificar esa descripción abordando aquí la impronta que han dejado los creyentes en la ‎izquierda estadounidense. Es este un tema que no se ha tratado mucho en Estados Unidos ‎‎ [2] y que ha sido totalmente ignorado en Europa, ‎donde siempre se silencian los aspectos más chocantes de las creencias religiosas del amo ‎estadounidense. ‎

En primer, es importante precisar el contexto:‎
 Estados Unidos, según su mitología nacional, fue fundado por una secta puritana –los llamados ‎‎«Padres Peregrinos», que llegaron a América en el buque Mayflower. Los miembros de esa ‎secta abandonaron Inglaterra, cruzaron el Atlántico, llegaron a un continente casi vacío trayendo ‎su propia exigencia de pureza y construyeron en ese continente una «ciudad sobre la colina» para ‎que iluminara el mundo. Hoy en día Estados Unidos es el campeón de la libertad religiosa en ‎todo el mundo… pero no de la libertad de conciencia –el testimonio de un renegado contra ‎su antigua iglesia no tiene valor ante un tribunal.
 Durante la guerra fría, el presidente Eisenhower posicionó a Estados Unidos como el campeón ‎de la Fe ante el «comunismo sin Dios» de los soviéticos. Eisenhower hizo que se distribuyera ‎propaganda «cristiana» entre los soldados estadounidenses, instaló en el Pentágono el grupo de ‎oración ecuménica que hoy se conoce como «The Family» (La Familia) y extendió esa práctica ‎al resto del mundo occidental. Todos los jefes del Estado Mayor conjunto estadounidense han ‎sido miembros de «The Family» y siguen siéndolo actualmente, al igual que numerosos jefes ‎de Estado y jefes de gobierno extranjeros.
 Finalmente, después de la disolución de la Unión Soviética, los estadounidenses comenzaron a ‎alejarse de sus iglesias y hoy un 17% de la población de Estados Unidos se identifica como ‎agnóstica o incluso como atea. Al mismo tiempo, en ese país está en constante aumento ‎el número de creyentes que no se identifican con ninguna iglesia en particular. El discurso ‎político ya no se dirige sólo a los creyentes de todas las denominaciones religiosas sino a los ‎creyentes de todas las religiones, al igual que a los no creyentes. ‎

Esta evolución pudo comprobarse por primera vez en 2012, durante la convención del Partido ‎Demócrata. La organización de numerosos talleres de trabajo estuvo entonces en manos de los ‎grupos religiosos, sin que los textos presentados y aprobados mencionaran a Dios. Lo que ‎sucede es que el Partido Demócrata –consciente de que la población estadounidense ya no es ‎la misma– trata de adaptar su mensaje, aunque sigue contando en sus filas una aplastante ‎mayoría de creyentes. ‎

Durante la campaña electoral previa a la elección presidencial estadounidense de 2004, ‎el candidato demócrata fue John Kerry, un católico que había estado a punto de optar por la ‎sotana. De hecho, Kerry creyó que podía contar con los electores de su comunidad religiosa, pero ‎no fue así –los católicos de izquierda aún no estaban organizados. La retórica de Kerry sobre ‎el aborto fue considerada chocante por el hoy arzobispo de San Luis, monseñor Raymond Leo ‎Burke, quien solicitó a la conferencia episcopal que negara a Kerry la eucaristía. Finalmente, ‎en 2007, después de la derrota de Kerry ante George Bush hijo (que fue reelecto), el papa ‎Benedicto XVI declaró que políticos como Kerry –partidarios del aborto– de hecho se ponían a ‎sí mismos al margen de la Iglesia. ‎

En 2008, la elección del candidato demócrata –presentada como una victoria de las ‎organizaciones negras– fue sobre todo una victoria aún mayor de los cristianos de izquierda, ‎mayoritariamente blancos. El director del equipo de trabajo de Obama, John Podesta –activo ‎militante católico–, había reunido alrededor del candidato negro a los cristianos de izquierda de ‎todas las denominaciones –tanto protestantes como católicos– para garantizar la llegada de Obama a ‎la Casa Blanca. ‎

De la misma manera, la adopción de la ley que obliga los trabajadores a tener un seguro de salud –‎recurriendo a firmas privadas– fue ante todo una victoria de los cristianos de izquierda sobre ‎los de derecha –los cristianos de izquierda llamaban a seguir los preceptos de su religión ‎mientras que los cristianos de derecha clamaban por salvar los valores de esta. Es importante ‎recordar que Jesús siempre rechazó pronunciarse al respecto… pero predicó con el ejemplo. ‎Tampoco está demás observar que la opción legislativa de Barack Obama no tenía nada de ‎político y que nunca trató de saber qué querían sus conciudadanos. ‎

Barack Obama es poseedor de una extensa cultura religiosa, no sólo cristiana sino también ‎musulmana. No se sabe gran cosa sobre sus creencias religiosas u opiniones sobre la fe, pero ‎siempre trató de proyectar una imagen de hombre respetuoso de todas las religiones, lo cual ‎le permitió posicionarse como una especie de sabio capaz de dirigirse a los creyentes de todas las ‎denominaciones y reunirlos a su alrededor. ‎

Siendo presidente, Barack Obama reformó la oficina de la Casa Blanca a cargo de las iniciativas ‎basadas en la fe ‎(la White House Office of Faith-Based and Community Initiatives, también identificada con las siglas ‎OFBCI), oficina que había sido creada por su predecesor, el republicano Bush hijo. ‎Obama aseguró que las subvenciones no se utilizarían para favorecer ninguna religión ‎en particular y puso en esa oficina al joven Joshua DuBois, para coordinar a los creyentes de ‎izquierda, a la cabeza de un consejo que se componía de las principales figuras de esa tendencia:
 la reverendo Traci Blackmon, para las cuestiones de salud para todos;‎
 la reverendo Jennifer Butler, fundadora de Faith in Public Life;
 el reverendo Jim Wllis, editor de la revista Sojourners y consejero espiritual del propio Obama;
 el pastor Michael McBride, comprometido con la lucha contra las armas y la violencia policial ‎contra los negros;
 la exitosa escritora Rachel Held Evans, autora de Una noche de feminidad bíblica: cómo una ‎mujer liberada llegó a verse sentada en el techo de su casa, cubriéndose la cabeza y llamando a ‎su marido “amo”;‎
 el rabino David Saperstein, director del Religious Action Center of Reform Judaism, quien también ‎fue designado embajador de Estados Unidos para la libertad de la religión en el mundo;
 Harry Knox, líder de Human Rights Campaign’s Religion and Faith Program y posteriormente ‎director de la Religious Coalition for Reproductive Choice, también líder de los derechos de los ‎gays y de la lucha por el derecho al aborto;
 Rami Nashashibi, director de Inner-City Muslim Action Network, quien había militado por que ‎se distinguiera a los musulmanes de los terroristas después de los atentados del 11 de septiembre ‎de 2001. ‎

Todas esas personalidades participaron intensamente en el debate surgido el año pasado sobre ‎los monumentos que tendrían que ser eliminados y en las manifestaciones de Black Lives Matter.‎

Durante su campaña para la elección presidencial que perdió frente a Donald Trump, Hillary ‎Clinton habló lo menos posible de su creencia religiosa personal. Sin embargo, se dirigió muy ‎a menudo a los creyentes, sobre todo a los evangélicos. Con un discurso sobre los preceptos ‎del cristianismo, que supuestamente obligan a confesar el pecado original del esclavismo y a ‎recibir a todos los migrantes, Hillary Clinton no logró convencer a los electores. Sólo después de ‎su derrota en la elección presidencial anunció que planeaba convertirse en pastora metodista. ‎

Por el contrario, su rival, Donald Trump, que no parece albergar preocupaciones de orden ‎religioso, logró atraer a la mayoría de los cristianos de derecha y particularmente a los ‎evangélicos blancos. Trump no se presentó a ellos como un creyente sino sólo como «un tipo ‎que hará el trabajo» y que salvaría los valores que los cristianos de izquierda no tienen ‎en cuenta. Su sinceridad fue del agrado de los cristianos de derecha, que vieron en él a una ‎especie de “infiel” enviado por Dios para salvar el país.‎

Durante el mandato de Obama, los creyentes de izquierda estadounidenses tuvieron la impresión –‎erróneamente o no– de que el papa Francisco les hablaba a ellos en particular. En 2013, ‎interpretaron su primera carta apostólica, Evangelii gaudium, donde Francisco I invita los fieles ‎a evangelizar el mundo, como una justificación para su propio compromiso político ya que ‎se menciona en ella «la opción preferencial por los pobres». Sin embargo, contrariamente a ‎lo que creen los creyentes de izquierda estadounidenses, la iglesia católica nunca predicó que ‎hubiera que preferir ciertas personas a otras. Después, en 2015, los creyentes de izquierda ‎estadounidenses vieron en la encíclica Laudato si’ –dedicada a la cuestión del mediambiente– un ‎respaldo a su propio militantismo ecologista. En conjunto, los creyentes de todas las confesiones ‎consideran que el papa Francisco es el líder religioso más legítimo. ‎

Joe Biden es el segundo presidente católico de Estados Unidos –el primero fue John Kennedy. ‎Pero, mientras que Kennedy tenía que demostrar que actuaba de manera independiente y que ‎no recibía órdenes del papa, Biden trata por todos los medios de hacer ver que cuenta con la ‎aprobación de un papa que sus electores adoran. Por ejemplo, durante su reciente campaña ‎electoral, Biden difundió un video donde resaltaba lo que le ha aportado su fe, explicando que ‎cuando perdió a su primera esposa y su hija en un accidente, y después un hijo fallecido de ‎cáncer, su religión le permitió sobreponerse al dolor y conservar la esperanza. ‎

Al principio de este artículo, mencioné «The Family», el grupo de oración del Pentágono. Desde ‎que fue creado por el general Eisenhower, «The Family» organiza anualmente, a principios de ‎febrero, un almuerzo de plegaria con el presidente de Estados Unidos. Este año, todos estaban a ‎la espera del discurso de Joe Biden, que finalmente duró 4 minutos, por videoconferencia. ‎El flamante presidente utilizó esa intervención para condenar «el extremismo político» –alusión a ‎su predecesor– y celebró la fraternidad entre «americanos», léase “entre estadounidenses”. ‎

Para el nuevo presidente, los estadounidenses son «buenos», como ya proclamó en la ceremonia ‎de su investidura. Para él, el Partido Demócrata busca la justicia social según la tradición del ‎‎«Social Gospel» de los años 1920. Por ende, todos los estadounidenses deberían seguirlo ‎espontáneamente, pero Donald Trump –hombre sin religión– cegó a los creyentes de derecha, ‎que votaron por ese multimillonario sin darse cuenta de que estaban traicionando su religión. ‎Así que, ahora que ha logrado llegar a la Casa Blanca, Joe Biden considera que es su deber hacer ‎que los creyentes de derecha “abran los ojos”… y obligarlos a ser felices. ‎

El presidente Biden no ha tratado nunca de entender por qué los creyentes de derecha votaron ‎por Donald Trump. Simplemente ha considerado ese hecho como una anomalía intelectual, ‎así que ahora trata de presentar el grupo QAnon como una secta delirante que ve a Satanás por ‎todas partes en Washington. En cada una de sus declaraciones, el presidente Joe Biden ‎se empeña en presentar la presidencia de Donald Trump como un error o un siniestro paréntesis ‎sin futuro. ‎

Mientras tanto, los creyentes de izquierda creen que lo único que cuenta son las decisiones ‎tomadas desde el 20 de enero de 2021 a favor de los inmigrantes, de las mujeres, de las minorías ‎sexuales y contra la violación de los espacios sagrados de las minorías indígenas estadounidenses. ‎

Lo que estamos viendo es un error de proporciones colosales. Los creyentes de izquierda ‎estadounidenses se creen obligados a imponer sus convicciones políticas en nombre de Dios, ‎mientras que el Partido Demócrata cree que no debe reflexionar en términos políticos sino sólo ‎seducir a los electores. La separación entre las iglesias y el Estado sigue existiendo, pero sólo ‎desde un punto de vista institucional, aunque ya no existe en la práctica cotidiana. El problema ‎se ha desplazado: ya no es una diferencia entre las religiones sino entre concepciones diferentes ‎de la fe. ‎

San Bernardo de Claraval, quien predicó a favor de la Segunda Cruzada, reconocía que ‎‎«el infierno está lleno de buenas intenciones». Eso es lo que está sucediendo en ‎Estados Unidos. Los creyentes de izquierda se comportan como fanáticos, hablan de unidad ‎nacional… pero han iniciado una cacería de brujas de proporciones tales que la del senador ‎Joseph McCarthy ahora parece un juego de niños [3]. Están despidiendo a cientos de consejeros del ‎Pentágono, han tratado de revocar el mandato de una congresista enviada por los electores a la ‎Cámara de Representantes acusándola de haber dudado de la versión oficial de los atentados del ‎‎11 de septiembre de 2001 y quieren arrestar a todos los miembros del movimiento QAnon. En vez ‎de pacificar Estados Unidos después de la irrupción de manifestantes en el Capitolio, lo que ‎están haciendo es empujarlo hacia la guerra civil. ‎

 [1] Cultura «woke» es la ‎designación a consonancia positiva de lo que ya se conoce más acertadamente como ‎‎«cancel culture». Nota del Traductor.

[2] American Prophets: The Religious Roots of Progressive Politics and the Ongoing Fight for the Soul ‎of the Country, Jack Jenkins, HaperOne, 2020.

[3] «Estados Unidos en medio de su mayor ‎‎“cacería de brujas”‎», Red Voltaire, 4 de febrero de 2021.

 

Joe Biden y la explotación de la fuerza ‎de trabajo china

por Thierry Meyssan

La administración Biden no adoptará una estrategia definitiva hacia China hasta el mes de junio. ‎Una comisión ad hoc creada en el Pentágono presentará entonces una serie de ‎propuestas a la Casa Blanca. ‎

Bajo la dirección del presidente Xi Jinping, China ha iniciado su despliegue fuera de sus fronteras. ‎Ya dispone de 3 000 soldados en las fuerzas de las Naciones Unidas y abrió una base en Yibuti. ‎Con toda lógica, China debe tener intenciones, como en tiempos de la histórica «Ruta de ‎la Seda», de garantizar la seguridad de sus movimientos de mercancías a través de las rutas ‎comerciales que está creando y para ello instalaría puestos militares a lo largo de estas. ‎Finalmente, y esto es muy importante, China está reinstalándose en los islotes que había ‎abandonado durante el siglo XIX en el Mar de China. ‎

China desea, en primer lugar, rescatar su espacio vital, que le fue arrebatado por el colonialismo ‎occidental. Tiene la seguridad de que está en su derecho y considera que ha llegado el momento ‎de recuperar lo que le pertenece. ‎

Sin embargo, conforme a la estrategia que el general Qiao Liang y el coronel Wang Xiangsui ‎expusieron en 1999 [1], China tiene también intenciones de evitar ‎todo enfrentamiento militar con Estados Unidos. Prefiere maniobrar alrededor de su adversario y ‎ha aceptado más bien las guerras no declaradas en los sectores comercial, económico, ‎financiero, psicológico, mediático, etc. ‎

La rebelión china implica sacar de la región a las potencias occidentales que desde hace siglo ‎y medio ocupan el Extremo Oriente. Esa rebelión de China debe ser vista separadamente de su ‎estrategia de desarrollo, que en pocos años ha logrado sacar de la pobreza a millones de sus ‎ciudadanos. ‎

La estrategia económica de la Nueva China comenzó en 1978, bajo la dirección de Deng Xiaoping, ‎pero sus resultados positivos comenzaron a verse sólo a partir de 1994. En aquella época, la ‎Unión Soviética había desaparecido, el ejército de Estados Unidos había emprendido una amplia ‎desmovilización –al desaparecer la URSS, el presidente Bush padre había declarado que ya era hora de empezar a hacer dinero y su sucesor, el presidente Clinton, había recibido ‎‎“pedidos” de las grandes empresas estadounidenses para que les abriera la posibilidad de explotar ‎la fuerza de trabajo barata existente en China: el salario de un obrero chino –claro, con poca o ‎ninguna formación– era 20 veces inferior al de un obrero estadounidense. ‎

El presidente Clinton intensificó entonces las negociaciones sobre los derechos humanos –en el ‎sentido anglosajón de la cuestión. Y finalmente se las arregló para que China entrara a la ‎Organización Mundial del Comercio (OMC). En pocos años, las grandes empresas de ‎Estados Unidos trasladaron sus fábricas a China, beneficiando así a los consumidores y a sus ‎propios accionistas, pero en detrimento de los trabajadores estadounidenses. ‎

Veinte años después, los estadounidenses consumen masivamente productos fabricados en China ‎mientras que sus grandes empresas, ahora convertidas en transnacionales, han registrado un ‎crecimiento exponencial de sus ganancias. Pero, al mismo tiempo, las fábricas estadounidenses ‎de bienes de consumo cerraron sus puertas o se mudaron a China… mientras que el desempleo ‎crecía en Estados Unidos. La distribución de la riqueza ha sufrido una modificación que ‎prácticamente ha liquidado la clase media, con la aparición de más pobres y de un reducido ‎grupo de hipermultimillonarios. ‎

Ese fenómeno ya comienza a extenderse a Europa en el momento en que los electores ‎estadounidenses ponen a Donald Trump en la Casa Blanca. Inicialmente, Trump trata de resolver ‎por la vía amistosa la cuestión de la balanza de pagos con China (Border-adjustment tax), pero ‎los demócratas y una facción de los republicanos le impiden hacerlo. Al no lograr que ‎el Congreso acepte un cierre relativo de la frontera comercial, Trump recurre a una guerra de ‎tarifas aduanales, sector que está fuera de las prerrogativas del Congreso. ‎

En 2021, el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden es proclamado presidente. Biden cuenta ‎con el apoyo de las transnacionales, desmesuradamente enriquecidas gracias a la «globalización ‎económica», y declara de inmediato que quiere normalizar las relaciones entre Estados Unidos ‎y China. Se comunica telefónicamente con el presidente Xi Jinping para hablarle de los uigures y ‎de Hong Kong, pero admite enseguida que el Tíbet y Taiwán son chinos, algo que su predecesor ‎había cuestionado en parte. Lo más importante es que Biden declara en una conferencia de ‎prensa que cada país tiene «normas propias» y que las posiciones políticas de China y de ‎Estados Unidos tienen cada una su lógica. Incluso llega a decir, estando ya en la Casa Blanca, que ‎‎«entiende» la represión china contra el terrorismo uigur –sólo semanas antes había acusado ‎a China de cometer un «genocidio» contra los uigures bajo la justificación de luchar contra el ‎terrorismo. ‎

Durante los 4 años de mandato que tiene por delante, la administración Biden volverá ‎probablemente al camino trazado por sus predecesores –el demócrata Clinton, el republicano ‎Bush hijo y el también demócrata Obama– en beneficio de los hipermultimillonarios y ‎en detrimento del pueblo trabajador de Estados Unidos. Para ello, esta administración ‎se apoyará en una clase dirigente que saca beneficios personales de ese sistema. ‎

Para facilitar la compresión de ese dispositivo, enumeramos aquí las 8 principales personalidades ‎estadounidenses que apoyan la alianza comercial entre Estados Unidos y China.
 Primeramente, en el plano político, aparecen una de las principales figuras del Partido ‎Demócrata y el jefe de los republicanos en el Senado.
 En el plano económico, tenemos a los dos principales distribuidores de bienes de consumo.‎
 En el plano gubernamental están los personajes que toman las decisiones fundamentales en el seno ‎de la administración Biden. ‎

Los pilares partidistas

Dianne Feinstein

  • Fue alcaldesa de San Francisco (1978-1988) y es actualmente senadora (desde 1992).‎
  • Es miembro del Partido Demócrata.
  • En 1978, siendo alcaldesa de San Francisco, se relacionó con el líder chino Jiang Zemin, quien ‎participó después en la represión contra la revolución de color de Tiananmén (en 1989) y ‎se convirtió en sucesor de Deng Xiaoping. Gracias a ese contacto, Dianne Feinstein devino ‎ntermediaria obligada de las transnacionales estadounidenses deseosas de trasladar fábricas ‎a China. Así se amasó la fortuna –entre otras– del tercer esposo de Feinstein, el financiero ‎Richard C. Blum, fundador de Blum Capital Partners, también conocida como Blum Capital.
  • La señora Feinstein goza de reconocimiento público por haber obtenido la publicación de ‎información sobre 119 prisioneros de la CIA, incluyendo los que se encontraban ‎en Guantánamo, y sobre las torturas que sufrían. Pero esa información se dio a conocer ‎a cambio del silencio de la propia Feinstein sobre las 80 000 personas ilegalmente detenidas en ‎barcos de la marina de guerra de Estados Unidos (US Navy) utilizados como cárceles secretas en ‎aguas internacionales.

Mitch McConnell

  • Senador (desde 1984); actual presidente de la minoría republicana en el Senado.‎
  • Miembro del Partido Republicano
  • A cambio de garantizar el apoyo republicano a la política de Trump, Mitch McConnell logró que ‎su esposa, Elaine Chao, fuese nombrada secretaria de Transporte en la administración Trump. ‎Su suegro, el hombre de negocios James S. C. Chao, es un generoso donante de la escuela de ‎comercio de Harvard, lo cual le ha permitido imponer que toda una generación de dirigentes ‎chinos pasara por Harvard. ‎

Apoyo de los grandes distribuidores

Walmart: familia Walton

  • ‎Propiedad de la familia Walton.
  • Donante del Partido Demócrata. Hillary Clinton fue miembro de su consejo de administración.‎
  • Primer distribuidor de bienes de consumo en Estados Unidos.‎
  • Los Walton fueron clasificados en 2020 como la familia más rica del mundo.

Amazon: Jeff Bezos

  • Jeff Bezos, director ejecutivo de Amazon y de Blue Origin y propietario del Washington Post.
  • Donante del movimiento transhumanista.‎
  • Primer distribuidor a domicilio de bienes de consumo en Occidente.‎
  • Clasificado en 2020 como el hombre más rico del mundo.

Los pilares de la administración Biden

Ron Klain

  • Fue jefe de gabinete del vicepresidente Al Gore y, posteriormente, del vicepresidente Joe Biden ‎‎(de 1999 a 2011).
    Hoy es el jefe de gabinete de la Casa Blanca, o sea es el coordinador de toda la ‎actividad de la administración Biden (desde 2021).‎
  • Miembro del Partido Demócrata.
  • Su esposa, Monica Medina, trabajaba para la Walton Family Foundation, la fundación de la ‎familia propietaria de Walmart.

Antony Blinken

  • Fue consejero de seguridad nacional del vicepresidente Joe Biden (2009 a 2013); consejero ‎adjunto de seguridad nacional del presidente Barack Obama (2013 a 2015) y secretario de Estado ‎adjunto (de 2015 a 2017). Es cofundador de WestExec Advisor (de 2017 a 2021).
    En 2021, ‎Blinken se convierte en secretario de Estado de la administración Biden.‎
  • Es neoconservador.
  • Su firma de cabildeo, WestExec Advisor, se compone de ex miembros de la administración ‎Obama y se encarga de conectar a las transnacionales estadounidenses tanto con el ‎Departamento de Defensa de Estados Unidos como con el gobierno chino.

Avril Haines

  • Fue directora adjunta de la CIA (de 2013 a 2015) y consejera adjunta de seguridad nacional ‎‎(2015 a 2017). Trabajó para la firma de cabildeo WestExec Advisors (de 2018 a 2021).
    Actual ‎directora de la Inteligencia Nacional (nombrada en 2021 por la administración Biden).
  • Miembro del Partido Demócrata.
  • Durante su actividad en la WestExec Advisors, defendió los intereses de las compañías ‎estadounidenses en el traslado de sus fábricas a China.
  • Avril Haines se ganó el sobrenombre de «la reina de los drones» por haber concebido el ‎programa estadounidense de asesinatos selectivos perpetrados en todo el mundo mediante el ‎uso de esos aviones sin piloto. Fue Avril Haines quien negoció con Dianne Feinstein para que esta ‎senadora demócrata no hiciera públicos la campaña estadounidense de secuestros y el programa de torturas ‎implementado en barcos de la US Navy.

Neera Tanden

  • Preside el Center for American Progress y el presidente Biden la nombró (en 2021) directora de ‎la Oficina de Administración y Presupuesto (Office of Management and Budget, conocida por las ‎siglas OMB).
  • Es neoconservadora y amiga personal de Hillary Clinton.
  • Siendo directora del tanque pensante del Partido Demócrata, Neera Tanden era miembro de la ‎China-United States Exchange Foundation (CUSEF), actualmente disuelta. Aquella organización ‎se encargaba, por cuenta del gobierno chino, de neutralizar en Estados Unidos las críticas contra ‎las transnacionales que trasladaban sus fábricas a China.

Es importante recordar también que, durante la reciente campaña electoral estadounidense, ‎se desplegaron los mayores esfuerzos para impedir que los electores conocieran el resultado de ‎la investigación del New York Post sobre las “actividades” de Hunter Biden, el hijo del ahora ‎presidente Joe Biden, entre ellas el robo de 1 000 millones de dólares en Ucrania, con la ‎complicidad de CEFC China Energy, compañía hoy disuelta. ‎

La posición china

La elección de Joe Biden es una buena noticia para China, que todavía no ha salido del ‎subdesarrollo. China espera utilizar el ansia de dinero fácil de los hipermultimillonarios ‎estadounidenses para que estos construyan nuevas fábricas, asumiendo los gastos, en el interior ‎del país. ‎

Pero China está consciente de que eso no durará por siempre ya que, a medida que va ‎desarrollándose, los obreros chinos adquieren mejor formación y cuestan más caro. Ya en este ‎momento, la fuerza de trabajo china que puebla el litoral del Mar de China gana casi lo mismo ‎que los obreros estadounidenses. Por consiguiente, ya no puede trabajar para empresas ‎extranjeras y comienza a volverse hacia las empresas locales y el mercado local, que ya goza de la ‎capacidad financiera necesaria para pagar mejores salarios. ‎

Para proteger la parte desarrollada del país de una fuga de industrias, las autoridades chinas están ‎forzando las empresas occidentales a operar a través de empresas mixtas (joint ventures) donde ‎la mitad de las acciones pertenece a ciudadanos chinos. También han instaurado la presencia de ‎un representante del Partido en los consejos de administración de esas empresas, para evitar que ‎estas adopten estrategias contrarias a los intereses nacionales. ‎

En definitiva, el objetivo final de China es separarse de los inversionistas extranjeros e inundar los ‎mercados con sus productos… pero por cuenta propia. ‎

 

Las relaciones internacionales según Antony Blinken

Washington no tiene opción, sus intereses siguen siendo los mismos. Pero sí ‎han cambiado los intereses de su clase dirigente. El nuevo secretario de Estado, ‎Antony Blinken, pretende por consiguiente continuar la línea adoptada desde que ‎el presidente Ronald Reagan recurrió a trotskistas para crear la NED: utilizar ‎los derechos humanos como arma del imperio… pero sin que Estados Unidos ‎los respete. Por lo demás, habrá que evitar pelearse seriamente con los chinos y tratar de ‎excluir a Rusia del Medio Oriente ampliado para poder continuar la guerra sin fin. ‎

El nuevo secretario de Estado, Antony Blinken, fue educado en París por un hombre ‎excepcional, el abogado Samuel Pisar. En la escuela, Blinken fue compañero de aula de Robert ‎Malley, actual enviado especial de Estados Unidos para Irán. De regreso en Estados Unidos, ‎Antony Blinken se convierte en neoconservador. Blinken ve los derechos humanos como un ‎arma estadounidense y pretende exigir que todos los respeten… menos Washington.‎

La administración Biden ha realizado sus primeras acciones en materia de relaciones ‎internacionales. ‎

En primer lugar, el secretario de Estado, Antony Blinken, ha participado por videoconferencia en ‎numerosas reuniones internacionales, garantizando en todas a sus interlocutores que «America ‎is back» (“Estados Unidos ha regresado”). En efecto, Estados Unidos está posicionándose ‎de nuevo en todas las organizaciones intergubernamentales, empezando por la ONU. ‎

‎ Las Naciones Unidas

En cuanto llegó a la Casa Blanca, el presidente Joe Biden anuló la retirada de Estados Unidos del ‎Acuerdo de París sobre el cambio climático y de la Organización Mundial de la Salud (OMS). ‎El secretario de Estado Blinken anunció poco después que Estados Unidos se integraba al ‎Consejo de Derechos Humanos de la ONU y se postulaba para presidirlo. Incluso hizo campaña ‎para que sólo puedan ser miembros del Consejo de Derechos Humanos los países que ‎Estados Unidos considere respetuosos de esos derechos. ‎

Estas decisiones merecen varias observaciones: ‎

El Acuerdo de París sobre el clima

 La retirada estadounidense del Acuerdo de París se basó en el hecho que los trabajos del Grupo ‎Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) no son de carácter científico ‎sino de naturaleza política ya que el GIEC es en realidad una asamblea de altos funcionarios que ‎dispone de consejeros científicos.
Los Acuerdos de París contienen ciertamente muchas promesas ‎pero el hecho es que hay un solo resultado concreto: la adopción de un derecho internacional ‎a contaminar administrado por la Bolsa del Clima de Chicago. Esa bolsa fue creada por el ‎ex vicepresidente estadounidense Al Gore y el redactor de sus estatutos fue Barack Obama, ‎quien habría de convertirse después en presidente de Estados Unidos. La administración Trump ‎nunca negó el cambio climático sino que sostuvo que, además de las emisiones con ‎efecto invernadero producto de la actividad industrial, ese fenómeno podía tener otras ‎explicaciones, como la teoría geofísica formulada por el científico austrohúngaro serbio Milutin ‎Milankovic, en el siglo XIX.

 El regreso de Estados Unidos al Acuerdo de París ha sembrado el pánico entre el personal y las ‎empresas estadounidenses que se dedican a la extracción de gas y petróleo de esquistos. ‎La administración Biden está firmemente decidida a prohibir rápidamente, por ejemplo, los ‎automóviles consumidores de energías fósiles, decisión que no sólo afectará el empleo en ‎Estados Unidos sino también la política exterior ya que Estados Unidos se había convertido en ‎el primer exportador mundial de petróleo. ‎

La OMS

 La retirada estadounidense de la OMS estuvo motivada por el papel de primer plano que ‎China desempeña hoy en esa organización mundial. El director general de la OMS, el Dr. Tedros ‎Adhanom Ghebreyesus, es miembro del Frente de Liberación Popular de Tigray (prochino) y, ‎además de su función en la ONU, ha tenido un papel central en el suministro de armas a la ‎rebelión en la región etíope de Tigray.

 En la delegación de la OMS enviada a la ciudad china de Wuhan para investigar si el Covid-19 se ‎había originado allí había un solo estadounidense, el Dr. Peter Daszak, presidente de la ONG ‎EcoHealth Alliance. El Dr. Daszak financió trabajos sobre los coronavirus y los murciélagos en el ‎laboratorio P4 de Wuhan, lo cual lo convierte en juez y parte. ‎

El Consejo de Derechos Humanos de la ONU

 La retirada de Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos fue consecuencia de una ‎denuncia de la hipocresía del Consejo por parte de la administración Trump. La realidad es que, ‎en 2011, el propio Washington utilizó el Consejo de Derechos Humanos para divulgar falsos ‎testimonios y acusar al «régimen de Kadhafi» de haber bombardeado un barrio del este de ‎Trípoli –la capital libia–, algo que nunca sucedió. Pero el Consejo de Seguridad de la ONU ‎adoptó una resolución que autorizaba las potencias occidentales a «proteger» la población libia ‎de los «ataques» del infame dictador.
Inspirados por el éxito de aquella operación occidental de propaganda contra Libia, ‎otros países y supuestas ONGs han tratado igualmente de utilizar el Consejo de Derechos ‎Humanos, incluso contra Israel.

 Para la Organización de las Naciones Unidas la noción de «Derechos Humanos» no tiene la ‎misma significación que para Estados Unidos.
Los estadounidenses ven los derechos humanos como una simple protección contra la «razón ‎de Estado», lo cual implica prohibir la tortura.
Para las Naciones Unidas, los derechos humanos incluyen también el derecho a la vida, a ‎la educación, el derecho a un empleo, etc. Desde ese punto de vista, China tiene importantes ‎progresos que hacer en materia de justicia pero presenta resultados excepcionales en materia de ‎educación, por ejemplo. Por consiguiente, la presencia de la República Popular China en el ‎Consejo de Derechos Humanos –cuestionada por Estados Unidos– se justifica plenamente.

 El secretario de Estado Antony Blinken acaba de enunciar la «Prohibición Khashoggi». ‎Se trata de suspender la concesión de visas a los dirigentes políticos extranjeros que no respeten ‎los derechos humanos de sus opositores. Pero, ¿qué valor puede tener esa doctrina cuando ‎Estados Unidos dispone de un gigantesco sistema de organización y ejecución de «asesinatos ‎selectivos», que a veces utiliza incluso contra sus propios ciudadanos? ‎

‎ Irán y el futuro
del Medio Oriente ampliado

La administración Biden está negociando además con Irán el regreso de Estados Unidos al ‎acuerdo nuclear llamado «5+1». Su objetivo es retomar las negociaciones que los ‎estadounidenses William Burns, Jake Sullivan y Wendy Sherman habían iniciado hace 9 años –bajo ‎la administración Obama– con emisarios del ayatola Alí Khamenei. Actualmente, William Burns es ‎director de la CIA, Jake Sullivan es consejero de seguridad nacional y Wendy Sherman es ‎secretaria de Estado adjunta. ‎

Cuando estos negociadores iniciaron los contactos con enviados del ayatola Alí Khamenei, ‎el objetivo de Washington era apartar al entonces presidente iraní Mahmud Ahmadineyad y reactivar ‎el enfrentamiento entre los musulmanes chiitas y los sunnitas en el marco de la «guerra sin fin», ‎siguiendo la estrategia Rumsfeld/Cebrowski ‎ [1]‎.
Por su parte, el Guía iraní, Alí Khamenei, buscaba deshacerse de Ahmadineyad, quien se había ‎atrevido a enfrentarlo y a extender su influencia sobre las poblaciones chiitas de la región. ‎

Aquellos contactos desembocaron en la manipulación de la elección presidencial iraní de 2013, ‎manipulación que hizo posible que el jeque proisraelí Hassan Rohani llegara a la presidencia ‎de Irán. En cuanto se convirtió en presidente, Rohani envió su ministro de Exteriores, ‎Mohamed Zarif, a negociar en Suiza con el entonces secretario de Estado, John Kerry, y con ‎el consejero de este último, Robert Malley. Lo que les interesaba entonces era cerrar, ante ‎testigos, el dossier del programa militar nuclear iraní, del cual todo el mundo sabía que había ‎dejado de existir desde mucho antes. Después, hubo un año de negociaciones bilaterales ‎secretas entre Washington y Teherán sobre el papel regional de Irán, llamado a retomar la ‎función de gendarme del Medio Oriente que tuvo en tiempos del shah Mohamed Reza Pahlevi. ‎Para terminar, se procedió a la firma –con bombo y platillo– del acuerdo 5+1. ‎

Pero en enero de 2017, los estadounidenses eligieron presidente a Donald Trump, quien ‎cuestionaba aquel acuerdo. El presidente iraní Hassan Rohani procedió después a publicar su ‎proyecto para los Estados chiitas y aliados (Líbano, Siria, Irak y Azerbaiyán), que consistiría en ‎federarlos dentro de un gran imperio bajo la autoridad del Guía iraní, el ayatola Alí Khamenei. ‎Así que la administración Biden tendrá que negociar ahora bajo esa nueva premisa. ‎

Sin embargo, Estados Unidos no puede posicionarse en el Medio Oriente ampliado (o Gran Medio ‎Oriente) sin antes decidir qué hacer frente a sus dos rivales: Rusia y China. El Departamento ‎de Defensa ha creado una comisión que trabaja actualmente sobre esa cuestión y que debe ‎presentar sus recomendaciones en junio próximo.
Mientras tanto, el Pentágono pretende seguir haciendo lo que ya hizo durante los últimos ‎‎20 años: la «guerra sin fin». El objetivo sigue siendo liquidar toda posibilidad de resistencia ‎en la región, destruyendo las estructuras mismas de los Estados en los países de esta región, ‎sin importar que sean amigos o enemigos. En principio, Washington no tiene intenciones de ‎aceptar el proyecto de Rohani. ‎

La administración Biden inició sus actuales contactos con Teherán en noviembre de 2020 –o sea ‎‎3 meses antes de la investidura de Joe Biden como presidente. Es exactamente lo mismo que hizo ‎el equipo de Trump –ponerse en contacto con Rusia cuando Trump todavía era presidente ‎electo–, lo cual le costó tener que enfrentar cargos judiciales basados en la Ley Logan, una ‎legislación de 1799 que prohíbe la participación de «personas no autorizadas» en las relaciones ‎entre Estados Unidos y otro país. Pero esta vez no sucederá lo mismo. No habrá acciones ‎judiciales contra el equipo de Biden ya que esta administración cuenta con apoyo unánime de ‎todos los responsables políticos importantes de Washington. ‎

Además, las negociaciones entre Estados Unidos e Irán se desarrollan al estilo oriental. Teherán ‎y Washington disponen de rehenes que garantizan a cada uno un medio de presión sobre su ‎interlocutor. Ambas partes detienen espías –si no hay espías detienen a simples turistas– y ‎los meten en la cárcel con el pretexto de realizar investigaciones que se alargan ‎indefinidamente. ‎

Para empezar, Washington mantiene sus sanciones contra Irán, aunque ha levantado las que ‎había adoptado contra los huties en Yemen. También ha decidido mirar para otro lado para ‎ignorar deliberadamente la vía sudcoreana que permite a Irán burlar el embargo estadounidense. ‎Pero eso no es suficiente. ‎

Del 15 al 22 de febrero, Irán lanzó –a través de adeptos iraquíes– varias acciones contra las ‎fuerzas de Estados Unidos y empresas estadounidenses en Irak –lo cual es una manera de ‎demostrar que la presencia iraní en Irak es más legítima que la del tío Sam. Por su parte, Israel ‎acusó a Irán de haber provocado una explosión en un tanquero propiedad de una firma israelí ‎mientras el barco transitaba por el Golfo de Omán, el 25 de febrero. ‎

La respuesta de Washington consistió en ordenar al Pentágono bombardear instalaciones ‎utilizadas por milicias chiitas en suelo sirio –lo cual significa que habrá que acostumbrarse a la ‎presencia ilegal de fuerzas militares estadounidenses en Siria, donde ocupan varias regiones, ‎mientras las autoridades de la República Árabe Siria acepten la presencia de Irán, que ya no es una ‎ayuda para los sirios sino sólo para los sirios chiitas. ‎

‎ China

‎ China no amenaza la posición dominante de Estados Unidos. Lo que amenaza la posición ‎estadounidense es el desarrollo chino. A pesar de todo su cinismo, Estados Unidos no busca ‎jugar al colonialismo de estilo británico y hacer retroceder China a los tiempos de las hambrunas. ‎Lógicamente, Washington tendría más bien que instaurar ciertas reglas en las relaciones entre la ‎economía estadounidense y «la fábrica del mundo». Aunque puede hacerlo –como ‎se demostró durante el mandato de Trump–, no lo hará porque la actual clase dirigente ‎estadounidense obtiene enormes beneficios personales del intercambio desigual. Basta recordar ‎que el secretario de Estado Antony Blinken creó su propio gabinete de consultoría –WestExec ‎Advisor– para hacer de intermediario entre las transnacionales estadounidenses y el Partido ‎Comunista Chino. ‎

La realidad es que Washington no tiene más opciones que tratar de maniobrar para que el declive ‎de la economía estadounidense sea lo más lento posible y contener el poderío militar y político ‎chino en una zona de influencia delimitada. ‎

Es por eso que, en su primera conversación telefónica con el presidente chino Xi Jinping, ‎el presidente Biden aseguró que no cuestiona que el Tíbet y Hong Kong, e incluso Taiwán, ‎sean parte de la República Popular China. Pero sí dio a entender que Estados Unidos todavía ‎cuestiona que China haya recuperado la soberanía que ejerció sobre todo el Mar de China antes ‎de la colonización europea. Así que ambas partes seguirán amenazándose mutuamente alrededor ‎de las Islas Spratly y de otros islotes, abandonados o no.‎

Para Pekín, eso son detalles sin importancia, mientras que sigue sacando al pueblo chino del ‎subdesarrollo, extendiendo cada vez más el desarrollo económico hacia las regiones interiores de ‎su país. Cuando el tigre muestre sus garras, ya se habrá desplegado a todo lo largo de las ‎nuevas «rutas de la seda» y nadie podrá imponerle nada. ‎

‎ Rusia

Los rusos son un caso aparte. Son un pueblo capaz de soportar las peores privaciones y que ‎conserva una conciencia colectiva que siempre le permite volver a ponerse de pie. La mentalidad ‎rusa es incompatible con la de las élites anglosajonas, siempre capaces de cometer atrocidades ‎para mantener sus niveles de vida. Son dos concepciones diametralmente opuestas del honor: ‎la de los rusos se basa en el orgullo por lo que hacen; la de las élites anglosajonas respeta sólo ‎la gloria del triunfo. ‎

A pesar de los 30 años transcurridos desde la disolución de la Unión Soviética y la conversión de ‎Rusia al capitalismo, ese país sigue siendo para las élites anglosajonas un enemigo ontológico –‎lo cual demuestra que las diferencias entre sistemas económicos sólo eran un pretexto para ‎justificar el enfrentamiento. ‎

Además, sin importar lo que digan, los oficiales del Pentágono no se plantean una guerra ‎contra China sino en un futuro muy lejano mientras que ya se disponen a un posible ‎enfrentamiento con Rusia. El primer bombardeo de la administración Biden acaba de tener lugar ‎en Siria, como explicamos antes en este mismo trabajo. Conforme a sus acuerdos tendientes a ‎evitar choques entre las fuerzas militares de Rusia y Estados Unidos, el estado mayor ‎estadounidense avisó al estado mayor ruso antes de iniciar el bombardeo. Pero lo hizo sólo ‎‎5 minutos antes de iniciar la agresión, para garantizar que Moscú no tuviera tiempo de prevenir ‎el gobierno de Siria. Lo peor es que Washington no tomó ninguna medida para evitar que soldados rusos pudiesen resultar muertos o heridos. ‎

Estados Unidos no logra aceptar el regreso de Rusia al Medio Oriente, un regreso que paraliza ‎parcialmente la «guerra sin fin». ‎