Solo para humanos con espíritu

 

Solo para humanos con espíritu

Varios mencionan que estamos en las postrimerías del Kali yuga y se acerca el comienzo de un nuevo Satya yuga, o Edad de oro. Esto en consonancia con la tradición hindú.

Lo que hemos observado en estos últimos meses es que la humanidad se ha dividido y se irá dividendo aún más entre los que sigan con el viejo paradigma materialista a ultranza y los que busquen el nuevo paradigma del espíritu.

Por otro lado, he observado un gran movimiento en el interés creciente por el tarot, en las tiradas de tarot por internet, y una inquietud recurrente: la búsqueda del alma gemela o llama gemela como la llaman ahora.

Más allá de que el término más adecuado sería espíritu, me ha llevado a recordar lo que fue el movimiento de los Fidele d'amore en la Edad Media. Esto es un regreso a algo que pertenece al plano metafísico y que había sido olvidado durante el paradigma materialista de los últimos siglos.

En consonancia con eso, aquí va un texto de Mouravieff en la introducción de su Gnosis tomo I (ciclo exotérico) que me parece resonará en los humanos con espíritu y sólo en ellos. Él menciona el término Era del Espíritu Santo, que es equivalente al Satya Yuga de los hindúes y desarrolla el Quinto camino, sólo para parejas polares, siguiente a los trabajos de Gurdjieff y su Cuarto Camino.

 

 

BORIS MOURAVIEFF

GNOSIS

Cristianismo Esotérico

TOMO 1 (Ciclo Exotérico)

 

INTRODUCCIÓN

El horno sapiens vive inmerso en las circunstancias hasta tal punto que se olvida y olvida adónde va. Sin embargo, sabe, sin percibirlo, que la muerte trunca todo. ¿Cómo explicar que el intelectual que hace maravillosos descubrimientos y el tecnócrata que los explota hayan dejado el problema de nuestro fin fuera del campo de sus investigaciones? ¿Cómo explicar que el enigma planteado por el problema de la muerte deje indiferente a la Ciencia que, no obstante, todo lo osa y todo lo pretende? ¿Cómo explicar que la Ciencia, en lugar de oponerse a su hermana mayor, la religión, no haya unido sus esfuerzos a los suyos para resolver el problema del Ser que, de hecho, es el problema de la muerte?

Que el hombre muera en su cama o a bordo de una nave interplanetaria, la condición humana no cambia en lo más mínimo. ¿La Felicidad? Pero si se nos enseña que la felicidad dura en tanto dura la ilusión. ¿Y qué es la ilusión? Nadie lo sabe. Pero estamos inmersos en ella. Si supiéramos qué es la ilusión sabríamos por oposición qué es la verdad.' Y la Verdad nos hará libres.'

 

En tanto fenómeno psicológico ¿fue una ilusión alguna vez sometida a un análisis crítico con intervención de los más recientes datos de la Ciencia? Parece que no, sin embargo, no se puede decir que el hombre sea perezoso o que no busque. Es un buscador apasionado. Pero busca al lado de lo esencial. Lo que ante todo llama la atención es que el hombre moderno confunda progreso moral y progreso técnico y que el desarrollo de la Ciencia prosiga en un peligroso aislamiento. El explosivo progreso de las técnicas nada cambió en lo esencial de la naturaleza humana y nada cambiará, porque opera en el campo de las circunstancias y sólo superficialmente toca la vida interior del hombre. Pero sabe, desde la más alta antigüedad, que lo esencial no se encuentra fuera del hombre sino en él mismo. El consenso general admite que la humanidad ha llegado a un giro importante de su historia.

 

El espíritu cartesiano que arruinó la escolástica se encuentra, a su vez, superado. La lógica de la historia reclama un espíritu nuevo. El divorcio entre el conocimiento tradicional, cuya depositaria es la Religión, y el conocimiento adquirido, fruto de la Ciencia, corre el riesgo de hacer desaparecer la civilización cristiana, tan rica en promesas en sus orígenes. Es una aberración creer que, por su propia naturaleza, la Ciencia se opone a la Tradición. Asimismo, afirmamos enérgicamente que la Tradición no implica ninguna tendencia opuesta a la Ciencia. Por el contrario, su prodigioso desarrollo fue previsto por los Apóstoles. Al respecto, la célebre fórmula de San Pablo: La Fe, la Esperanza, el Amor; resume un amplio programa de evolución del saber humano. Si se examina esta fórmula en relación con su contexto; se ve que los dos primeros términos son temporarios mientras que el tercero-es permanente. Según el Apóstol, era válida para la época en que fue enunciada y que su significado debía evolucionar con el tiempo. Es lo que ha ocurrido, en el exacto sentido previsto por San Pablo. La Ciencia y en forma general el Conocimiento llamados a sustituir a la Fe y la Esperanza -esas categorías-límite accesibles, según el Apóstol, a la mentalidad de la época en que él enseñaba- han conocido desde entonces un extraordinario desarrollo. Y agrega: cuando me hice hombre he hecho desaparecer lo que era del niño: es así como se describe el pasaje de la Fe al Conocimiento.

 

San Pablo precisa entonces que este último, aunque necesario para la evolución, no es un estado definitivo ya que sólo puede tener un carácter parcial. Y agrega: cuando lo que es perfecto haya llegado, lo que es parcial desaparecerá. Lo perfecto es el Amor, que lleva en sí la consumación de todas las virtudes, de todas las profecías, de todos los misterios y de todo el Conocimiento. San Pablo insiste sobre este punto y concluye con esta recomendación: procurad alcanzar el Amor. Mediante los esfuerzos conjugados de la Ciencia tradicional - basada en la Revelación y, en consecuencia, en la Fe y la Esperanza- y de la Ciencia adquirida -campo del conocimiento positivo- se puede esperar que se cumpla el programa trazado por San Pablo y que finalmente se alcance el Amor en su expresión integral. Desarrollar los postulados de la Ciencia tradicional para hacer resurgir los lazos que la unen a la Ciencia positiva es, precisamente, uno de los objetos de la presente publicación. El autor está persuadido de que sólo la síntesis de esas dos ramas del saber es susceptible de resolver el problema del hombre, cuya solución condiciona la de todos los demás problemas que se plantean en la actualidad.

 

Según la Tradición, la evolución humana - después de un largo período prehistórico- se extiende en una sucesión de tres ciclos: Ciclo del Padre -que la historia sólo conoce en forma incompleta-; Ciclo del Hijo -que llega a su fin- y Ciclo del Espíritu Santo, al cual arribamos actualmente.

 

La Antropología ubica la aparición del homo sapiens fossilis hace cuarenta mil años. La vida estaba entonces caracterizada por el matriarcado, surgido del sistema del matrimonio colectivo. Hace aproximadamente catorce mil años, con la aparición del homo sapiens recens, el régimen de la gens matriarcal cedió gradualmente el lugar al de la gens patriarcal, caracterizado por la poligamia. El progreso fue indudable, aunque el sistema estuviera aún marcado de bestialidad, estando la mujer reducida a la condición de mercancía viviente. En adelante, las antiguas tendencias prevalecieron todavía largo tiempo. Aristóteles lo testimonia cuando describe la actitud de las clases altas de su tiempo ante el problema de la mujer. Dice que se mantenían mujeres legítimas para engendrar ciudadanos según la ley, hetairas para el placer y, por último, concubinas para el uso cotidiano. Tal concepción deja al Amor un espacio muy reducido.

 

Jesús introdujo en las relaciones humanas algo que era prácticamente desconocido antes de él. La ley de la jungla: ojo por ojo, diente por diente es sustituida por el nuevo mandamiento: Amaos los unos a los otros. Se produjo una revolución en las relaciones entre el hombre y la mujer: el amor se había introducido en la vida social. La "mercadería" de ayer obtenía derecho de ciudadanía. No inmediatamente, por cierto, ni íntegramente. De todas maneras, quedaba planteado el principio de la elección recíproca en el amor. Fue la revelación del romance. El romance, por el cual la sociedad cristiana vivió el principio de la elección recíproca, alcanzó su apogeo en la Edad Media. A pesar de haber declinado desde entonces, a pesar de la actual tendencia al retorno a formas regresivas en las relaciones entre los sexos, el romance sigue siendo el ideal confesado de nuestra sociedad.

 

Por eso mismo no es exacto hablar de la muerte del romance. Una revolución se prepara en silencio para sustituir el romance libre - marca de la era cristiana- por el romance único, atributo de la era del Espíritu Santo. Liberado de la servidumbre de la procreación, este romance de mañana está llamado a cimentar la unión indisoluble de dos seres estrictamente polares, unión que asegurará su integración en el seno del Absoluto. Dice el Apóstol San Pablo: en el Señor, la mujer no será sin el hombre ni el hombre sin la mujer. La visión de tal romance colma los mejores espíritus desde hace milenios. Se la reencuentra en el amor platónico, base del romance único, en los mitos del Andrógino, de Orfeo y de Eurídice, de Pigmalión y Galatea . . . Es la aspiración del corazón humano, que llora en secreto su profunda soledad. Este romance constituye la meta esencial del trabajo esotérico. Se trata del amor que unirá al hombre a ese ser único para él, la Mujer-hermana, gloria del hombre como él mismo será gloria de Dios. Entrados en la luz del Thabor, siendo ambos sólo uno, verán entonces surgir el Amor verdadero, transfigurador, vencedor de la Muerte. El Amor es el Alfa y el Omega de la vida. El resto no tiene más que un significado secundario. El hombre nace con el Alfa. El propósito del presente trabajo consiste en indicar el camino que conduce hacia el Omega.

 

BORIS MOURAVIEFF

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