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18 Jul 2016 03:42 PM PDT
Con
este articulo de Esparza, con mas aciertos que errores, algunos se sentiran
contentos y aliviados, otros diremos "peor para Franco".En fin, sirve
para recordar la fecha.
Franco
no fue nunca fascista. Ni él ni su régimen, ni siquiera en los momentos en que
más se parecían al fascismo sus formas externas. El fascismo, más allá de la
retórica y de esa abusiva tendencia –de origen comunista- a calificar como
“fascista” a cualquier régimen autoritario de derechas, es una etiqueta que
corresponde a realidades ideológicas y políticas muy concretas, y apenas
ninguna de ellas se da en el franquismo ni en la propia persona de Franco.
¿Qué
quiere decir “fascismo”? Stanley Payne, en su Historia del fascismo
(Planeta, Barcelona, 1995, p.15), utiliza materiales de Ernst Nolte, Giovanni
Gentile y Juan José Linz para proponer una tabla muy completa de rasgos
fundamentales. Basta repasarlos para constatar hasta qué punto el franquismo no
fue un fascismo.
El
fascismo, de entrada, se caracteriza por su adhesión a una filosofía idealista,
vitalista y voluntarista, que implica normalmente la intención de crear una
cultura moderna, secular y autodeterminada. Esto quiere decir que el fascismo
bebe en las corrientes filosóficas de la segunda mitad del siglo XIX y años
sucesivos, es decir, la modernidad tardía. Frente al mundo tradicional, que
ponía a Dios en el centro de todas las cosas, la modernidad reivindica al
hombre como motor del mundo. A partir de este esquema de pensamiento nacen
formas de describir la realidad que pasarán a las teorías políticas. El
fascismo es una de ellas. Idealismo, vitalismo, voluntarismo, dice Payne. ¿Qué
quiere decir eso? Más o menos esto: el mundo no está cerrado ni ordenado, sino
trágicamente abierto al caos; sólo se ordena con la fuerza de la idea, con la
voluntad del hombre que imprime su sello a las cosas; esa voluntad corresponde
a líderes superiores o a minorías egregias que encuentran en el ejercicio de su
poder, de su voluntad (de su voluntad de poder), la legitimidad de su acción
sobre la Historia. El fascismo en sentido estricto deriva de este concepto de
las cosas. Es un movimiento profundamente moderno, arraigado en una visión del
mundo sin causa divina ni orden natural.
¿Hay
algo de eso en el franquismo? Ni por asomo, ni siquiera en las formulaciones
teóricas de la Falange. Excluida la filosofía de Ramiro Ledesma y algunas
intuiciones de Giménez Caballero –quizá los únicos nombres propiamente
fascistas del entorno del régimen, anteriores en todo caso a la guerra civil-,
la doctrina que vertebró al franquismo está en los antípodas del modernismo
fascista. La visión del mundo franquista es profundamente religiosa, cristiana,
tradicional. Eso es así incluso en los escritos más tempranos de teóricos
falangistas como Eugenio Montes. Si el estilo fascista reivindica la voluntad
trágica frente al mundo en caos, el estilo franquista prefiere la imagen del
hombre de fe que ordena el mundo en nombre de Dios y de la tradición. Su
bisabuelo no es Hegel, sino Menéndez Pelayo. No es moderno, sino reaccionario
en el sentido filosófico de ambos términos.
Pragmatismo
contra ideología
El
segundo elemento específico del fascismo, según la tabla de Payne, es la
creación de un nuevo Estado nacionalista autoritario, ajeno a modelos o
principios tradicionales. Esto es transparente en los casos italiano o alemán:
son, efectivamente, nacionalistas y autoritarios, y en ambos casos se proclama
explícitamente la ruptura con el orden tradicional. La Italia de Mussolini y la
Alemania de Hitler son estados laicos, secularizados, integralmente modernos.
¿Y el franquismo? Lejísimos de eso. El Estado del 18 de julio es declaradamente
confesional desde el principio, se coloca bajo la advocación de la Iglesia y le
entrega parcelas no menores de poder político. El Estado de Franco fue moderno
en su centralismo autoritario, pero fue tradicional en la legitimación del
poder: el Caudillo lo era “por la gracia de Dios”.
¿Y
en lo económico? ¿Fue fascista el franquismo en lo económico? Sólo un poco y
sólo al principio; después, a partir de los años 50, en absoluto. El fascismo
se caracteriza por crear una nueva estructura económica de ámbito nacional
altamente reglamentada, multiclasista e integrada. Es el modelo del
corporativismo nacional en Italia y del nacionalsocialismo en Alemania. El
modelo teórico del nacionalsindicalismo, aportación de la Falange al régimen de
Franco, pretendía seguir similares patrones; a ellos responde el Fuero del
Trabajo, que convertía a los sindicatos verticales en pilar económico del
Estado. Pero es un hecho que el nacionalsindicalismo sólo funcionó durante un
cierto tiempo y, además, de manera incompleta. En 1941 es cesado como jefe de
la organización sindical el falangista Gerardo Salvador Merino y su destierro a
las Baleares pone punto final a la experiencia. A partir de ese momento, el
sindicalismo vertical se transforma en un instrumento de pacificación de las
relaciones laborales en beneficio de las empresas y, eso sí, bajo el control
del Estado. Es verdad que el Fuero garantizará derechos importantes para los
trabajadores, pero éstos quedarán lejos de conformar aquella base popular del
régimen con la que soñaban los teóricos del nacionalsindicalismo. De manera
que, en lo económico, el franquismo tampoco fue un fascismo. Las medidas de
liberalización introducidas a partir de los años cincuenta terminarán de
alejarlo del modelo, en provecho de un criterio estrictamente pragmático.
El
fascismo se señala también por una evaluación positiva de la violencia y la
guerra, que implica la disposición a recurrir efectivamente a ellas. No hay
demostración más evidente que la realidad: todos los fascismos murieron en la
guerra. ¿Y el franquismo? El franquismo, aun apoyado explícitamente en su
origen por Hitler y Mussolini, funcionó al revés: nació de una guerra (civil) y
permaneció alejado de los campos de batalla, sin más sobresaltos que los de
Ifni y el Sáhara, donde tampoco se planteó una guerra. La intervención bélica
en la segunda guerra mundial, la División Azul, no se enfocó como una guerra de
Estado, sino de partido, es decir, de voluntarios. La retórica belicista de la
posguerra civil evolucionó rápidamente hacia la imagen de Franco como
pacificador y desembocó en la campaña de los “Veinticinco años de paz” en 1964.
De manera que los ardores bélicos se templaron muy pronto, por más que la
liturgia militar se mantuviera en determinadas manifestaciones públicas.
Tampoco en esto el franquismo fue un fascismo. Ni lo fue en política exterior,
donde el fascismo tiende al expansionismo, pero Franco, por el contrario, se
limitó a contemporizar de la manera más pragmática posible con unos y con otros,
tanto antes como después de la segunda guerra mundial. En materia territorial,
el régimen de Franco se plegó a las condiciones generales de la descolonización
en Marruecos y en Guinea. Y en materia diplomática, apostó por criterios
geopolíticos completamente objetivos: alineamiento con la órbita de poder
norteamericana y paciente espera en la puerta de Europa. Pragmatismo, una vez
más.
Contra
liberales y comunistas
Dentro
del estilo filosófico e ideológico sobre el que se asienta el fascismo,
juegan un papel muy importante sus negaciones: antiliberalismo, anticomunismo,
anticonservadurismo. El franquismo tuvo en común con los fascismos sus
enemigos: el comunismo y el liberalismo, sin duda. Pero no todos sus
enemigos, porque tanto el facismo italiano como el nacionalsocialismo alemán
declararon igualmente enemigos a los conservadores –de hecho, conservadores
serán los que intenten matar varias veces a Hitler-, mientras que Franco
siempre tuvo en los sectores conservadores su apoyo principal. Y ello precisamente
porque el franquismo no se inspiró en principios fascistas, sino tradicionales.
El
franquismo fue, sí, un anticomunismo desde su mismo nacimiento, el 18 de julio
de 1936 (cuando aún no había tal franquismo), hasta el testamento político del
dictador, y en el comunismo halló el régimen una suerte de enemigo perpetuo.
¿Fue también un antiliberalismo? Lo fue, sin duda, en el aspecto filosófico,
moral, pero no tanto por emulación fascista como por inspiración cristiana: los
argumentos del régimen contra el liberalismo son los mismos que llevaron a Pío
IX a condenarlo en el Syllabus de 1867. El franquismo fue también
antiliberal en el aspecto político, pero con matices: siendo radicalmente ajeno
a las formas del liberalismo democrático tal y como se impusieron en los
regímenes parlamentarios, mantuvo sin embargo una estructura de división de
poderes razonablemente moderna, en especial en lo que concierne al poder
judicial. El franquismo no fue en nada, ciertamente, un liberalismo, pero se
atuvo a determinados usos habituales en el espacio político de occidente, cosa
que no ocurrió, por ejemplo, en la Alemania nazi. Y aún más ambiguas son las
relaciones del franquismo con el liberalismo en el plano económico: siendo un
régimen doctrinalmente a-liberal, partidario de la economía centralizada y
dirigida, sin embargo su práctica de gobierno fue más bien la de un
“capitalismo de Estado” cada vez más liberalizado a partir de los años
cincuenta.
Pero,
entonces, ¿y las camisas azules y los himnos y el partido único? ¿No es eso
estilo fascista? Si. Y el fascismo, además de una ideología o una doctrina, es
precisamente un estilo, como explicó ampliamente Armin Mohler. Ahora bien, toda
esa liturgia es inseparable de una tentativa de movilización de las masas, con
la militarización de las relaciones políticas y con el objetivo de crear una
milicia de partido. Pero el franquismo, por el contrario, muy rara vez trató de
movilizar a nadie, más bien al revés. En vano buscaremos en el franquismo ese
aire de movilización permanente en magnas concentraciones uniformadas, al
estilo italiano o alemán. Ni siquiera en las liturgias masivas de "coros y
danzas". En cuanto a las relaciones políticas, al margen de la retórica
falangista (confinada por otra parte a la estructura del Movimiento Nacional),
nunca se militarizaron; más bien siguieron un patrón jerárquico de tipo ancien
régime, lejos del tono directo de “camaradería vertical” que caracteriza a
las formas militares. Y, por supuesto, de milicia del partido, nada de nada:
cuando acabó la guerra, la Falange mantuvo milicias, pero bajo el mando de
militares como Muñoz Grandes. Por otra parte, aquellas milicias, prontamente
desaparecidas, nunca tuvieron una función semejante, ni de lejos, a las
otorgadas a las SA o a las SS bajo el nacionalsocialismo. Y respecto a la
liturgia de Estado, no fue una liturgia de partido, sino, con frecuencia, una
liturgia eclesiástica, sobre todo en los años del “nacional-catolicismo”.
Caudillo
Hay
un rasgo académico del fascismo donde el parentesco con el franquismo es más
claro: la tendencia específica a un tipo de mando autoritario, carismático,
personal. El fascismo es inseparable de la figura del líder, Duce, Führer,
Caudillo o como se le quiera llamar. También el franquismo es inseparable de la
figura de Franco. Ahora bien, los fascismos estaban concebidos de tal modo que
el movimiento podría sobrevivir al líder, no se extinguiría con él, mientras
que en el caso del Caudillo español, por el contrario, nadie pensó en un
“franquismo después de Franco”: desde fecha tan temprana como 1947 el propio
dictador arregló las cosas para un cambio de sistema que implicaría la
coronación de un Rey. Y otra cuestión crucial: todos los líderes fascistas son
dictadores, pero no todos los dictadores son fascistas ni su estilo de mando se
corresponde con las características del fascismo. Aquí intervienen innumerables
elementos, desde el origen de la investidura dictatorial hasta el sistema de
controles efectivos del poder que sirvan de contrapeso al dictador. Franco, que
fue evidentemente un dictador, en líneas generales carece de los elementos de
carisma personal que caracterizan a los grandes líderes fascistas. En cuanto a
su forma de ejercer el poder, resultó formalmente limitada por la progresiva
institucionalización de consejos con funciones ejecutivas o consultivas
específicas. Franco fue un dictador, sí, pero no un dictador fascista.
¿Hay
que decir más? El fascismo implica una deificación del Estado, pero Franco
nunca quiso hacer del Estado una religión. El fascismo se basa en la existencia
de un partido único que actúa como vanguardia política y encarnación del
pueblo-nación, pero el Movimiento resultante de la fusión de la Falange y el
Requeté jamás gozó, ni siquiera en la primera época, de atribuciones de ese carácter.
El fascismo es un totalitarismo que pretende encauzar por una sola vía todas
las manifestaciones de la vida social, pero en la España de Franco siempre
existió una pluralidad (ciertamente, controlada) de “vías”, desde las
asociaciones católicas hasta el Ejército y el Movimiento, pasando por la
burocracia del Estado o por las corporaciones económicas, por no hablar del
poder fáctico de la Iglesia. El fascismo, en fin, como movimiento moderno que
es, se asienta sobre una cultura de la movilización absoluta y permanente de
las masas, pero el Movimiento rara vez buscó “movilizar” a masa alguna e,
incluso al contrario, se le ha reprochado apoyarse sobre lo que Dionisio
Ridruejo -falangista que acabó en el socialismo cristiano- llamó “el macizo
inconmovible de la raza”.
En
la retórica de la política cotidiana seguiremos escuchando, sin duda, que
Franco fue “un nazi y un fascista”, como recientemente dijo la simpar Celia
Villalobos, que, por cierto, antes de “progresista del PP” fue funcionaria de
la Organización Sindical franquista. Pero si hablamos en serio, dando a cada
cosa su apropiado concepto, la realidad es la que es. Franco no fue fascista
jamás. Y su régimen –dictatorial, autoritario, sí- no fue un régimen fascista.
Fue otra cosa. Por eso no es impropio hablar de "franquismo".
José
Javier Esparza
http://gaceta.es/jose-javier-esparza/5-franco-fascista-07112015-1951