El manejo de las masas
Escrito por Omar López Mato
Médico y escritor
Según José Ortega y Gasset,
"la vida humana, por su naturaleza propia, tiene que estar puesta a algo,
a una empresa gloriosa o humilde, a un destino ilustre o que carece de
importancia".
Sobre esta premisa Ortega y
Gasset construye la identidad del hombre-masa, el individuo que solo se
preocupa por su bienestar y al mismo tiempo es insolidario con las causas de su
bienestar, incapaz de otro esfuerzo que el estrictamente impuesto como reacción
a una necesidad externa. Sus aspiraciones se reducen a vivir sin supeditarse a
moral alguna.
A lo largo de la historia los
políticos se han esforzado en captar los favores del hombre-masa, porque en él
basan su poder y la continuidad en el ejercicio de dicho poder. Desde la
aparición de los medios masivos de comunicación, se ha estudiado la forma de
cómo llegar y seducir al hombre-masa. Gustave Le Bon (1841-1931) y Wilfred
Trotter (1872-1939) explicaron sus ideas sobre la psicología de las masas,
aunque fue Edward Bernays (1891-1995) quien agregó una perspectiva
psicoanalítica a este acercamiento, ya que Bernays era sobrino de Sigmund
Freud.
El aporte de Bernays y su
experiencia como publicista, generó un axioma que fue útil a la propaganda
política: la información genera conductas. Esta premisa fue tomada por Joseph
Goebbels (1897-1945), quien como ministro del III Reich lideró la primera gran
experiencia de propaganda política masiva.
En 1919, Bernays fue invitado por
Woodrow Wilson (1856-1924) a participar en la Conferencia de Paz de París donde
asistió a instalar la idea de que la participación de Estados Unidos en la
guerra había tenido como finalidad llevar la democracia a Europa para
reemplazar a las decadentes monarquías. Bernays no era un demócrata convencido,
temía que el "pueblo" eligiese al candidato equivocado y por tal
razón creía que este necesitaba una guía, una especie de "despotismo
iluminado" que guiase a las masas por los oscuros campos del libre
albedrío. La influencia de Bernays sobre Goebbels y, por lo tanto, sobre la
conducción propagandística del Partido Nacionalsocialista fue esencial ya que
éste hizo especial hincapié en el manejo de la información, distribuyendo
radios en forma masiva y gratuita para que el mensaje del Führer llegase a toda
la población alemana. Goebbels estaba convencido del principio de Bernays y
sabía que para que la información generase conductas debía manifestarse en
forma clara, contundente y repetitiva a fin de que la entendiesen los estratos
las capas menos formados de la estructura social. "Afirmación, repetición
y contagio", era la máxima de Le Bon que Goebbels puso en práctica.
El ministro de Reich también
asoció la conexión emocional a un producto, en este caso Hitler y la idea de
que la grandeza de Alemania. Solo siguiendo la conducción paternalista del
Führer que intoxicaba a las masas de entusiasmo, a punto tal de imponer su
"disciplina ciega", se podría lograr tal fin.
El mensaje no solo llegó a los
estratos más vulnerables de la sociedad, sino que tuvo una penetración profunda
entre profesionales e intelectuales, cansados de la decadencia de una nación
que había conocido tiempos mejores y estaban dispuestos a pagar un precio por
esta rehabilitación… aunque jamás hubiesen pensado que podía ser tan caro.
Miedo, indiferencia, falta de
compromiso, resignación a no poder cambiar el statu quo (el famoso "no te
metás"), confusión por el mensaje, sociedad sumida en el caos y la
desesperación, la falta de responsabilidad en una estructura burocrática y la
subordinación de las mayorías a un relato patriotero unificado ante una amenaza
común, son algunas de las causas que tratan de explicar el sometimiento al
nazismo y por extensión a todo régimen populista.
Muchos de los jerarcas de
regímenes totalitarios fueron personas con trastornos mentales no muy diferentes
a los de miles de personas que nos cruzamos diariamente por la vida, que en
circunstancias ordinarias pueden actuar "normalmente", pero empujadas
por ideales discutibles en momentos extraordinarios, pueden hacer cosas
espantosas amparados por un tribalismo primitivo.
Demonizar a los jerarcas es una
forma de comprar tranquilidad, de engañarnos a nosotros mismos y pensar que
estos males nunca más se producirán por su excepcionalidad. Es un error, porque
las fuerzas irracionales ocultas en nuestra mente pueden liberarse por
justificativos superfluos pero efectivos. La permisividad de sentirse mayoría
desata pulsiones primitivas y violentas de funestas consecuencias.
El patrioterismo es tan fuerte
hoy como hace un siglo o un milenio. El espíritu tribal no nos abandona porque
necesitamos un grupo de pertenencia. Seguimos siendo hombres de Cromañón
manejando computadoras y en vez de arrojar piedras lanzamos cohetes con ojivas
nucleares, cosa que nos hace más peligrosos. Dejar decisiones políticas en manos
de una sola persona o un grupo cerrado potencia las apariciones de reacciones
primitivas.
La burocracia se defiende como un
ser vivo, creando tentáculos que todo lo distorsionan a fin de perpetuarse,
diluyendo las responsabilidades individuales. La burocracia es el refugio final
de los mediocres que buscan seguridad en sus reglas.
La ética se debate en sus
laberintos y el fundamentalismo nos hace perder el sentido crítico de la
realidad. De allí el peligro de los mensajes mesiánicos. El acumulo de conocimientos
técnicos o bienes materiales no nos hace mejores personas ni nos otorga
autoridad moral.
La historia de la humanidad nos
enseñó que solo la repetición de los errores parece conducir a cierto
aprendizaje. Y tampoco de eso podemos estar seguros porque la desmemoria o el
olvido, las indulgencias y los fanatismos alteran el mensaje y nos hacen caer
en dolorosos errores en los que reincidimos con estúpida perseverancia.
¿Aprenderemos algún día?
Del libro
Ciencia y mitos en la Alemania de
Hitler
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