El horizonte
de la historia y el vértice de la metahistoria
24 abril, 2020Categorías Etiquetas
Dicen que el
amor permite comprender que el malvado no es más que el ignorante que ha dejado a medias su proceso de conocimiento
de quién realmente es, se desconoce en ese fondo de realidad que somos todos y
que los sabios describen que está preñado de bondad, belleza y verdad
infinitas. Pero si hacemos la traslación de lo que se refleja en el plano de
las leyes humanas de que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento,
pues se presupone que todos la conocemos o debemos conocerla, en el caso de la
“Ley de lo que somos” al estar inscrita en el corazón de cada ser humano con
letras indelebles, gracias a la tinta del espíritu, no se puede alegar ignorancia,
sino quizá olvido, desidia para el recuerdo, tibieza, impiedad ante el milagro
que amanece cada mañana tras el velos de los ojos, pereza para acometer la
tarea de lo único realmente necesario, eso que si no queda realizado la vida no
ha tenido ningún sentido, en palabras de Rumi “hay una cosa en este mundo que
no se puede olvidare jamás. Si olvidaras todo lo otro, pero no olvidaras esto,
no existiría motivo para preocuparse (…); mientras que si olvidaras esto,
entonces no habrías hecho nada en absoluto”.
Tener
intensa compasión ante la negrura de un alma que se quema en su propio infierno
de egoicidad no exime de realizar el justo discernimiento entre el mal que
expande y el bien que podría hacer si corrigiera. Es por tanto necesario
señalar dónde está el fuego para no ser
cómplice de que se queme el bosque. Aunque uno no pierda de vista, en ese
señalamiento correctivo, lo que dicen
los sabios de que el mal en un prójimo, que hace arder una relación o en el
caso más extremo devastar la tierra entera por la irrefrenable codicia de su
ansia puede ser detectado también, cuando uno es honesto consigo mismo, como
una posibilidad a desarrollar si se tuvieran acaso las mismas causas y
condiciones que llevaron a un ser a convertirse en un canalla tal que pensase
que la solución a su avaricia es que desaparezcan todos los ancianos de la
tierra. Todo esto nos hace ser muy cautelosos a la hora de tirar la primera
piedra, pues libre, libres muy pocos en el mundo han sido.
Pero mi
pluma hoy tiene levantada una piedra, pues todo juicio es una piedra, y lo voy
a hacer buscando discernir desde mis limitadas luces, ya que siempre
describirán la parte del elefante que me ha tocado palpar, y con las
habilidades que haya podido adquirir a lo largo de los años. No suelo hablar de
política, porque hace tiempo que tiré esa toalla totalmente decepcionada de la
baja calidad intelectual y moral de la clase política de nuestro país y de
muchos otros países y continentes varios sin, por supuesto, caer en
generalidades, ya que como en todos los oficios, buenas personas andan
mezcladas con las malas, con las que más ignoran que el cuidado de lo
público es un deber realizarlo con la
conciencia limpia de intereses partidistas.
Y voy a
hacer mi juicio sin perder nunca la dimensión vertical, la metahistoria de esta
historia que nos ha tocado vivir en la dimensión horizontal, la del tiempo y el
espacio, en la que se ha desenvuelto una pandemia y un confinamiento que tiene
suspendidas todas las libertades, tal como las conocíamos hasta ahora, sin
abolir nunca la libertad por excelencia que puede acontecer en el confinamiento
más oscuro de una sucia celda. Pues no hay visión de la realidad posible sino
se cuenta con Lo Real en mayúsculas.
Esta cruz
que une el cielo con la tierra en el corazón alquímico de todo ser humano nos
hace conducirnos ante cualquier fenómeno histórico en dos planos. En el
vertical, total rendición a la realidad que se pronuncia, la resignación, la
resignificación de que todo lo que acontece obedece a leyes precisas de causa y
consecuencia de las que se pueden aprender las leyes de lo eterno en lo finito.
La economía de lo divino es inescrutable pues contiene todos los tiempos, todas
las causas y todas las condiciones al mismo tiempo en una interdependencia que
produce en cada uno según miríadas de tangibles e intangibles. En el plano
horizontal, en esta maya cósmica, uno tiene derecho una vez aceptada la
coyuntura que le acontece a enfrentarse a las injusticias con los medios que
estén a su alcance, como hizo el propio Gandhi y tantos otros, con sus
habilidades guiadas por la sabiduría y el amor que haya cultivado sin perder de
vista la dimensión vertical, pero combatiendo la tentación del fatalismo
determinista de que esto es lo que quiere Dios para mi y quedarse como observador
de la tortura de un hermano o de la fumigación de un pueblo con sustancias que
matan la vida para combatir un virus.
Estos días
el gobierno ha decidido usar a la Guardia Civil para vigilar y controlar
las críticas que se están haciendo a su
gestión, que según varios organismos internacionales es la peor ejecutada a
nivel mundial. No quisiera estar en su conciencia, por muy callada que la
puedan tener por la pasión que produce la erótica del poder. Sé que les ha
costado mucho llegar a donde han llegado. Pactos y más pactos entre fuerzas
antagonistas, hemos estado meses y meses sin formar gobierno, con una
irresponsabilidad manifiesta, haciendo malabarismos de todo tipo y cuando por
fin consiguen su ansiado anillo de poder, con una amalgama de extraños metales
e intereses les viene encima una circunstancia histórica que pone a prueba a
los más templados estadistas.
Y yo lo que
siento es que les ha venido grande, muy grande y que han cometido muchos
errores en su política de confinamiento radical, y que más que un Estado de
alarma ha sido un Estado de Excepción, con la ilegalidad que ello comporta,
pero es como si las libertades civiles fueran daños colaterales justificados
por una guerra contra un virus invisible, que se viste de cifras y de estadísticas,
cuando el verdadero enemigo invisible que no se quiere visibilizar, padre de
todos los últimos virus desde la gripe A que se precipitan a grandes
velocidades sobre la sociedad moderna es un mundo que navega a la deriva al
haber extraído la piedra angular que sostiene el edificio de la vida en
historia, el Espíritu, único aliento que vivifica las cosas y las dota de
sentido, las religa con el asombro de un Centro en el que giran todos los
fenómenos en un canto de alabanza que ya nadie escucha, obedece.
La dimensión
espiritual, profunda y elevada al mismo tiempo, que da la visión correcta de
las cosas, que permite la trascendencia del egotismo, que no depende de dogmas
ni doctrinas está ausente en toda nuestra cultura y por supuesto en la
estructura política que nos gobierna y en el mismo Estado de Leviatán que
dirige nuestras vidas, y que por su propia inercia necesita más y más poder, un
eros enloquecido que necesita por tanto de más y más control.
Y eso es lo
que parece que se juega detrás de la guerra al virus, entrelíneas se juega a
adquirir el control total de la población, por la propia dinámica del egregor
que hemos ayudado a construir entre todos al poner como centro de nuestras vida
la producción y el consumo, la materia desacralizada como recurso de nuestros
deseos hedónicos e infinitos.
Nuestro modo
de vida que mata a la humanidad que somos en una cada vez más anestesiante
confortabilidad a costa de la muerte de millones de seres en las sociedades
menos favorecida da de comer, por la seguridad que necesitan los mercados para
crecer indefinidamente y satisfacer nuestros caprichos, a un ente estatal que dirige cómo nacemos,
con la medicalización del parto, cómo nos educamos con la obligatoriedad de la
escuela que adocena y aliena, cómo morimos, con leyes de eutanasia que
encubren una filosofía eugenésica que se
extiende con una pandemia de leyes inhumanas y que ahora en esta vuelta de
tuerca pertrecha violar el último reducto de nuestra mente imponiendo por ley
cómo debemos de pensar los que aún disienten. Un cuerpo estatal obeso de
administraciones ineficaces crece y crece, siendo a la vez el cuerpo de otros
entres transestatales. Virus comiendo a otros virus. Estamos en una merienda de
virus, de entes venenosos, altamente tóxicos para la vida.
El férreo
control de este estado no ha evitado
tener el mayor número de muertos en el mundo, que, por cierto, no son números
sino la madre de alguien, el padre de otro, la abuela de una, seres amados a los que hasta hace unos días no se ha
podido acompañar. Mi tía murió sola, sin una mano que la apoyase en su
tránsito, sin un funeral con flores. Se masca la tragedia en el aire que esta
medida de no poder acompañarles para “preservarles la vida” ha generado. El
argumento ha sido desde el principio «no podemos colapsar el sistema
sanitario», cuando la realidad es que ha colapsado mucho antes, porque se ha
ido desmantelando a manos de los sucesivos gobiernos de todos los colores sin
escrúpulos ni conciencia.
Se han ido
reduciendo las camas de las UCIS, prescindiendo de sanitarios, a los que se les
ha ido rebajando los sueldos, a los que se les ha aumentado el número de
pacientes. Este desvalijamiento de recursos sumado a una cuestión de fondo de
un sistema de salud basado en la
enfermedad y no en la prevención, en el mantenimiento de la salud ha
impedido maniobrar sometiendo a los
facultativos a la extenuación y al peligro de contagio y nuestros ancianos a
una tensión que está seguramente detrás de muchas muertes, por saberse los
prescindibles, por saber que ante un joven, en la cruel elección por falta de
camas, se elegirá al de más capacidad para sobrevivir; con esa información,
encerrados en las cárceles obligadas de las residencias, pues nadie quiere,
puede y sabe conciliar la vida vertiginosa con el cuidado del tempo lento y
demandante de nuestros abuelos, con esta decisión política les hemos asestado
el letal virus del abandono y el miedo.
No podemos
ni imaginar lo que para un alma puede suponer marcharse de la vida en esas
condiciones. Y ese sufrimiento se suma ahora
al sufrimiento de esos billones de muertos que llevamos a la mochila de
nuestra historia, que a lo largo de las eras han muerto bajo el yugo de la
violencia, de la maldad en todas sus formas.
Desconocemos
las consecuencias sutiles de vivir rodeados de sufrimiento en esos planos
intermedios que reciben al que desencarna y como hemos perdido el contacto con
las ciencias tradicionales que gestionaban esos mundos, purgando, purificando,
ritualizado, sanando almas en pena, la carga de dolor acumulado no puede más
que estar presionando para que esto explote en una catarsis cósmica en la que,
los que creemos en la dimensión personal de la divinidad, habrá una limpieza y
una redención del dolor absolutamente
necesaria para poder empezar de nuevo.
Eso al menos
es lo que deseo, diluvio, fuego purificador para todos y cada uno, salvo para
los Noes que cuidan la bendita complementariedad de las virtudes activas y
pasivas y son ejemplo del camino para todos. Ante lo que simboliza el diluvio en
el microscosmos de cada uno, la diferencia sustancial será padecerlo en la absoluta ignorancia de
la Ley del equilibrio que preserva la vida y obviando los excesos en los que en
pensamiento, palabra y acto cada uno caemos u ofrecerse con la humildad del que
sabe que esta medio cocido como crisol de esas altas temperaturas que producen
la honestidad con uno mismo, el fuego que produce el examen de conciencia
cotidiano y reconocer entonces, mientras alzamos la piedra de David ante
nuestro propio Goliat dentro de nuestro propio universo, que el político que se
corrompe por su interés podríamos ser nosotros, somos nosotros en última
instancia, por eso existe espiritualmente en algunas tradiciones la
responsabilidad de redimir al que
traiciona los pactos, al banquero que hace de la usura su negocio, al tendero
que vende gato por liebre, al funcionario que abusa de su efímero poder y
maltrata al campesino que viene pidiendo ayuda, porque todo obedece a una ley
de interdependencia, en las que las causas que yo aporte a la red cósmica,
determinan en una dirección u en otra,
en las que el amor que aporte, la bondad, la compasión, la sabiduría
para redimir, para transformar esas actitudes que campan a sus anchas en el
interior de cada uno de nosotros, el cruel, el bellaco, el cobarde, el taimado,
el astuto, produce una teúrgia, una magia divina que al sanarme sano a mi
hermano.
La maldad
que surge de la ignorancia de gestionar la vida desde lo real y no desde lo
condicionado convive con nosotros, y no puede ser de otra manera mientras
nuestra identidad este contractada en un pequeño yo egoísta que necesita
protegerse del otro, que le es ajeno, al punto de firmar un contrato de
absoluta indiferencia con su hambre, su vejación, su violación, su abandono. La
vasija ha de ser consciente que el espacio que contiene es el mismo espacio más
allá de sus paredes de barro, del mismo espacio que hay en resto de vasijas,
olas todas de un mismo mar rompiendo en las orillas de la existencia.
Eso supone
un tarea, iniciar un viático, un caminar consciente por un caminito ascendente
hasta la cumbre de lo que somos, donde la perspectiva se abre y puede emerger
la identidad con el majestuoso Yo Soy en todos los seres el que es. Soy la
Verdad, el Camino y la Vida. Soy Sat Chit Ananda. O la fórmula sagrada en el
que eso que somos se pronuncia a lo largo de la historia desde la metahistoria
que dirige los ciclos y sus cuentas en una economía divina que solo conoceremos
si emprendemos el camino del autoconocimiento.
Esta es la
piedra que tiro hoy hacia mi propio adulterio, la adulterada identidad de mi
pequeño y mezquino, taimado y tramposo yo, que sé reconocer, discernir, en mi y
en mi hermano, al que corrijo repitiendo, sin más pretensión, lo que la
sabiduría dice acerca de lo que es y lo que no es, pues el Bien tiende a
comunicarse.
Políticos,
banqueros, maestros, médicos, zapateros no olvidéis quienes sois y a quién
representáis, es un celoso guardián de los talentos que a cada uno otorga al
nacer, ese olvido trae la oscuridad al mundo, y aunque el escándalo ha de
venir, pobre de aquel que lo trae a la tierra, más le valdría atarse una piedra
al cuello y lanzarse al mar que haber nacido para maltratar a sus hermanos.
Nadie nos
librará de las consecuencias de nuestros actos nacidos de la ignorancia de la
Ley que gobierna el mundo, la del Amor, el día del juicio arrasará con el fuego
de la justicia nuestras vanas ilusiones, nuestro olvido despertará en toda su
magnitud y el fuego del arrepentimiento devorará al malvado que no habrá cruzado
el umbral que significa ser un ser humano, un pontífice entre el Cielo y la
Tierra.
Beatriz
Calvo Villoria. Directora de Ariadna Tv