Joe Biden, Comendador de
los “verdaderos creyentes”
por
Thierry Meyssan
Mientras
que Estados Unidos se dirige inexorablemente hacia la
guerra civil, el presidente Joe Biden se apoya en los creyentes
de izquierda de diferentes confesiones. Biden ve a los electores
de Trump como pobres gentes que han perdido la fe y a quienes
él tiene que volver a meter en el “buen camino”. A fuerza de
manipular las religiones, el Partido Demócrata está dividiendo el país,
pero no entre confesiones diferentes sino en función de una
particular concepción de la fe. El presidente Joe Biden pretende
guiar a todos los estadounidenses por el sendero trazado por Barack Obama.
Pero en vez de ser un factor de apaciguamiento, está radicalizando el
debate político.
Ya he presentado antes aquí a los partidarios de
la cultura «woke» [1] estadounidense como «puritanos
sin Dios». Con eso he querido hacer notar que muchos de
ellos no creen en Dios.
Hoy quisiera rectificar esa descripción abordando
aquí la impronta que han dejado los creyentes en la izquierda
estadounidense. Es este un tema que no se ha tratado mucho
en Estados Unidos [2] y que ha sido totalmente
ignorado en Europa, donde siempre se silencian los aspectos más
chocantes de las creencias religiosas del amo estadounidense.
En primer, es importante precisar el contexto:
Esta evolución pudo comprobarse por
primera vez en 2012, durante la convención del Partido Demócrata.
La organización de numerosos talleres de trabajo estuvo entonces
en manos de los grupos religiosos, sin que los textos
presentados y aprobados mencionaran a Dios. Lo que sucede es que el
Partido Demócrata –consciente de que la población estadounidense ya no es
la misma– trata de adaptar su mensaje, aunque sigue contando en
sus filas una aplastante mayoría de creyentes.
Durante la campaña electoral previa a la elección
presidencial estadounidense de 2004, el candidato demócrata fue John
Kerry, un católico que había estado a punto de optar por la sotana.
De hecho, Kerry creyó que podía contar con los electores de su comunidad
religiosa, pero no fue así –los católicos de izquierda aún
no estaban organizados. La retórica de Kerry sobre el aborto
fue considerada chocante por el hoy arzobispo de San Luis, monseñor
Raymond Leo Burke, quien solicitó a la conferencia episcopal que negara
a Kerry la eucaristía. Finalmente, en 2007, después de la derrota de
Kerry ante George Bush hijo (que fue reelecto), el papa
Benedicto XVI declaró que políticos como Kerry –partidarios del aborto–
de hecho se ponían a sí mismos al margen de
la Iglesia.
En 2008, la elección del candidato demócrata
–presentada como una victoria de las organizaciones negras– fue
sobre todo una victoria aún mayor de los cristianos de izquierda, mayoritariamente
blancos. El director del equipo de trabajo de Obama, John Podesta
–activo militante católico–, había reunido alrededor del candidato negro a los
cristianos de izquierda de todas las denominaciones –tanto protestantes como
católicos– para garantizar la llegada de Obama a la Casa Blanca.
De la misma manera, la adopción de la ley que
obliga los trabajadores a tener un seguro de salud –recurriendo a firmas
privadas– fue ante todo una victoria de los cristianos de izquierda sobre
los de derecha –los cristianos de izquierda llamaban a seguir los preceptos
de su religión mientras que los cristianos de derecha clamaban por salvar los valores
de esta. Es importante recordar que Jesús siempre rechazó pronunciarse
al respecto… pero predicó con el ejemplo. Tampoco está demás
observar que la opción legislativa de Barack Obama no tenía nada de
político y que nunca trató de saber qué querían sus conciudadanos.
Barack Obama es poseedor de una extensa cultura
religiosa, no sólo cristiana sino también musulmana. No se sabe
gran cosa sobre sus creencias religiosas u opiniones sobre la fe, pero
siempre trató de proyectar una imagen de hombre respetuoso de todas las
religiones, lo cual le permitió posicionarse como una especie de
sabio capaz de dirigirse a los creyentes de todas las denominaciones y
reunirlos a su alrededor.
Siendo presidente, Barack Obama reformó la oficina
de la Casa Blanca a cargo de las iniciativas basadas en
la fe (la White House Office of Faith-Based and Community Initiatives,
también identificada con las siglas OFBCI), oficina que había sido creada por
su predecesor, el republicano Bush hijo. Obama aseguró que las
subvenciones no se utilizarían para favorecer ninguna religión
en particular y puso en esa oficina al joven Joshua DuBois, para
coordinar a los creyentes de izquierda, a la cabeza de un consejo
que se componía de las principales figuras de esa tendencia:
Todas esas personalidades participaron intensamente
en el debate surgido el año pasado sobre los monumentos que tendrían
que ser eliminados y en las manifestaciones de Black Lives Matter.
Durante su campaña para la elección presidencial
que perdió frente a Donald Trump, Hillary Clinton habló lo menos posible
de su creencia religiosa personal. Sin embargo, se dirigió muy
a menudo a los creyentes, sobre todo a los evangélicos. Con un discurso
sobre los preceptos del cristianismo, que supuestamente obligan a
confesar el pecado original del esclavismo y a recibir a todos
los migrantes, Hillary Clinton no logró convencer a los electores.
Sólo después de su derrota en la elección presidencial anunció que planeaba
convertirse en pastora metodista.
Por el contrario, su rival, Donald Trump, que
no parece albergar preocupaciones de orden religioso, logró atraer a la
mayoría de los cristianos de derecha y particularmente a los evangélicos blancos.
Trump no se presentó a ellos como un creyente sino sólo como «un tipo
que hará el trabajo» y que salvaría los valores que los
cristianos de izquierda no tienen en cuenta. Su sinceridad fue del
agrado de los cristianos de derecha, que vieron en él a una especie de
“infiel” enviado por Dios para salvar el país.
Durante el mandato de Obama, los creyentes de
izquierda estadounidenses tuvieron la impresión –erróneamente o no–
de que el papa Francisco les hablaba a ellos
en particular. En 2013, interpretaron su primera carta apostólica, Evangelii
gaudium, donde Francisco I invita los fieles a evangelizar
el mundo, como una justificación para su propio compromiso político
ya que se menciona en ella «la opción preferencial por
los pobres». Sin embargo, contrariamente a lo que creen los
creyentes de izquierda estadounidenses, la iglesia católica
nunca predicó que hubiera que preferir ciertas personas a otras.
Después, en 2015, los creyentes de izquierda estadounidenses vieron en la
encíclica Laudato si’ –dedicada a la cuestión del mediambiente– un
respaldo a su propio militantismo ecologista. En conjunto, los
creyentes de todas las confesiones consideran que el papa Francisco es el
líder religioso más legítimo.
Joe Biden es el segundo presidente católico de
Estados Unidos –el primero fue John Kennedy. Pero, mientras que
Kennedy tenía que demostrar que actuaba de manera independiente y que
no recibía órdenes del papa, Biden trata por todos los medios de
hacer ver que cuenta con la aprobación de un papa que sus electores
adoran. Por ejemplo, durante su reciente campaña electoral, Biden
difundió un video donde resaltaba lo que le ha aportado su fe,
explicando que cuando perdió a su primera esposa y su hija en un
accidente, y después un hijo fallecido de cáncer, su religión
le permitió sobreponerse al dolor y conservar la esperanza.
Al principio de este artículo, mencioné «The Family»,
el grupo de oración del Pentágono. Desde que fue creado por
el general Eisenhower, «The Family» organiza anualmente,
a principios de febrero, un almuerzo de plegaria con el presidente
de Estados Unidos. Este año, todos estaban a la espera del discurso
de Joe Biden, que finalmente duró 4 minutos, por videoconferencia. El flamante
presidente utilizó esa intervención para condenar «el extremismo político»
–alusión a su predecesor– y celebró la fraternidad entre «americanos»,
léase “entre estadounidenses”.
Para el nuevo presidente, los estadounidenses son «buenos»,
como ya proclamó en la ceremonia de su investidura. Para él, el Partido
Demócrata busca la justicia social según la tradición del «Social Gospel»
de los años 1920. Por ende, todos los estadounidenses deberían
seguirlo espontáneamente, pero Donald Trump –hombre sin religión– cegó a
los creyentes de derecha, que votaron por ese multimillonario sin darse
cuenta de que estaban traicionando su religión. Así que, ahora que
ha logrado llegar a la Casa Blanca, Joe Biden considera que es
su deber hacer que los creyentes de derecha “abran los ojos”… y
obligarlos a ser felices.
El presidente Biden no ha tratado nunca de
entender por qué los creyentes de derecha votaron por Donald Trump.
Simplemente ha considerado ese hecho como una anomalía intelectual,
así que ahora trata de presentar el grupo QAnon como una secta delirante
que ve a Satanás por todas partes en Washington. En cada una de sus
declaraciones, el presidente Joe Biden se empeña en presentar la
presidencia de Donald Trump como un error o un siniestro paréntesis
sin futuro.
Mientras tanto, los creyentes de izquierda creen
que lo único que cuenta son las decisiones tomadas desde el 20 de enero
de 2021 a favor de los inmigrantes, de las mujeres, de las minorías
sexuales y contra la violación de los espacios sagrados de las minorías
indígenas estadounidenses.
Lo que estamos viendo es un error de proporciones
colosales. Los creyentes de izquierda estadounidenses se creen obligados
a imponer sus convicciones políticas en nombre de Dios, mientras que
el Partido Demócrata cree que no debe reflexionar en términos
políticos sino sólo seducir a los electores. La separación entre las iglesias
y el Estado sigue existiendo, pero sólo desde un punto de vista
institucional, aunque ya no existe en la práctica cotidiana.
El problema se ha desplazado: ya no es una diferencia entre las
religiones sino entre concepciones diferentes de la fe.
San Bernardo de Claraval, quien predicó a favor
de la Segunda Cruzada, reconocía que «el infierno está lleno de
buenas intenciones». Eso es lo que está sucediendo en
Estados Unidos. Los creyentes de izquierda se comportan como
fanáticos, hablan de unidad nacional… pero han iniciado una cacería
de brujas de proporciones tales que la del senador Joseph McCarthy
ahora parece un juego de niños [3]. Están despidiendo a cientos de
consejeros del Pentágono, han tratado de revocar el mandato de una
congresista enviada por los electores a la Cámara de Representantes acusándola
de haber dudado de la versión oficial de los atentados del 11 de septiembre
de 2001 y quieren arrestar a todos los miembros del movimiento QAnon. En
vez de pacificar Estados Unidos después de la irrupción de manifestantes
en el Capitolio, lo que están haciendo es empujarlo hacia la
guerra civil.
[1] Cultura «woke» es la
designación a consonancia positiva de lo que ya se conoce más
acertadamente como «cancel culture». Nota del
Traductor.
[2] American Prophets: The Religious Roots of Progressive Politics and
the Ongoing Fight for the Soul of the Country, Jack Jenkins, HaperOne,
2020.
[3] «Estados Unidos en medio de su mayor “cacería de
brujas”», Red Voltaire,
4 de febrero de 2021.
Joe Biden y
la explotación de la fuerza de trabajo china
por Thierry Meyssan
La
administración Biden no adoptará una estrategia definitiva
hacia China hasta el mes de junio. Una comisión ad hoc
creada en el Pentágono presentará entonces una serie de propuestas a la
Casa Blanca.
Bajo
la dirección del presidente Xi Jinping, China ha iniciado su despliegue fuera
de sus fronteras. Ya dispone de 3 000 soldados en las fuerzas
de las Naciones Unidas y abrió una base en Yibuti. Con toda lógica, China
debe tener intenciones, como en tiempos de la histórica «Ruta de
la Seda», de garantizar la seguridad de sus movimientos de mercancías
a través de las rutas comerciales que está creando y para ello
instalaría puestos militares a lo largo de estas. Finalmente, y esto
es muy importante, China está reinstalándose en los islotes que había abandonado
durante el siglo XIX en el Mar de China.
China
desea, en primer lugar, rescatar su espacio vital, que le fue
arrebatado por el colonialismo occidental. Tiene la seguridad de que está en
su derecho y considera que ha llegado el momento de recuperar lo que
le pertenece.
Sin
embargo, conforme a la estrategia que el general Qiao Liang y
el coronel Wang Xiangsui expusieron en 1999 [1], China tiene también intenciones de evitar todo
enfrentamiento militar con Estados Unidos. Prefiere maniobrar alrededor de
su adversario y ha aceptado más bien las guerras no declaradas en
los sectores comercial, económico, financiero, psicológico, mediático, etc.
La
rebelión china implica sacar de la región a las potencias occidentales que
desde hace siglo y medio ocupan el Extremo Oriente.
Esa rebelión de China debe ser vista separadamente de su estrategia
de desarrollo, que en pocos años ha logrado sacar de la pobreza a millones
de sus ciudadanos.
La
estrategia económica de la Nueva China comenzó en 1978, bajo la dirección
de Deng Xiaoping, pero sus resultados positivos comenzaron a verse
sólo a partir de 1994. En aquella época, la Unión Soviética
había desaparecido, el ejército de Estados Unidos había emprendido
una amplia desmovilización –al desaparecer la URSS, el presidente
Bush padre había declarado que ya era hora de empezar a hacer dinero y su
sucesor, el presidente Clinton, había recibido “pedidos” de las grandes
empresas estadounidenses para que les abriera la posibilidad de explotar
la fuerza de trabajo barata existente en China: el salario de
un obrero chino –claro, con poca o ninguna formación– era 20 veces
inferior al de un obrero estadounidense.
El
presidente Clinton intensificó entonces las negociaciones sobre los derechos
humanos –en el sentido anglosajón de la cuestión. Y finalmente se las
arregló para que China entrara a la Organización Mundial del Comercio (OMC).
En pocos años, las grandes empresas de Estados Unidos trasladaron
sus fábricas a China, beneficiando así a los consumidores y a sus propios
accionistas, pero en detrimento de los trabajadores estadounidenses.
Veinte
años después, los estadounidenses consumen masivamente productos fabricados
en China mientras que sus grandes empresas, ahora convertidas en
transnacionales, han registrado un crecimiento exponencial de sus
ganancias. Pero, al mismo tiempo, las fábricas estadounidenses de bienes
de consumo cerraron sus puertas o se mudaron a China… mientras
que el desempleo crecía en Estados Unidos. La distribución de la
riqueza ha sufrido una modificación que prácticamente ha liquidado la
clase media, con la aparición de más pobres y de un reducido grupo
de hipermultimillonarios.
Ese
fenómeno ya comienza a extenderse a Europa en el momento en que
los electores estadounidenses ponen a Donald Trump en la
Casa Blanca. Inicialmente, Trump trata de resolver por la vía
amistosa la cuestión de la balanza de pagos con China (Border-adjustment tax),
pero los demócratas y una facción de los republicanos
le impiden hacerlo. Al no lograr que el Congreso acepte un
cierre relativo de la frontera comercial, Trump recurre a una guerra de
tarifas aduanales, sector que está fuera de las prerrogativas del Congreso.
En
2021, el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden es proclamado
presidente. Biden cuenta con el apoyo de las transnacionales,
desmesuradamente enriquecidas gracias a la «globalización económica», y
declara de inmediato que quiere normalizar las relaciones entre
Estados Unidos y China. Se comunica telefónicamente con
el presidente Xi Jinping para hablarle de los uigures y de
Hong Kong, pero admite enseguida que el Tíbet y Taiwán
son chinos, algo que su predecesor había cuestionado en parte.
Lo más importante es que Biden declara en una conferencia de prensa que
cada país tiene «normas propias» y que las posiciones políticas
de China y de Estados Unidos tienen cada una su lógica. Incluso
llega a decir, estando ya en la Casa Blanca, que «entiende» la
represión china contra el terrorismo uigur –sólo semanas antes había acusado
a China de cometer un «genocidio» contra los uigures bajo la
justificación de luchar contra el terrorismo.
Durante
los 4 años de mandato que tiene por delante, la administración Biden
volverá probablemente al camino trazado por sus predecesores –el
demócrata Clinton, el republicano Bush hijo y el también demócrata
Obama– en beneficio de los hipermultimillonarios y en detrimento del
pueblo trabajador de Estados Unidos. Para ello, esta administración
se apoyará en una clase dirigente que saca beneficios personales de ese
sistema.
Para
facilitar la compresión de ese dispositivo, enumeramos aquí las 8 principales
personalidades estadounidenses que apoyan la alianza comercial entre
Estados Unidos y China.
Los pilares partidistas
Dianne
Feinstein
- Fue
alcaldesa de San Francisco (1978-1988) y es actualmente senadora
(desde 1992).
- Es
miembro del Partido Demócrata.
- En
1978, siendo alcaldesa de San Francisco, se relacionó con el
líder chino Jiang Zemin, quien participó después en la represión contra
la revolución de color de Tiananmén (en 1989) y
se convirtió en sucesor de Deng Xiaoping. Gracias a ese contacto,
Dianne Feinstein devino ntermediaria obligada de las transnacionales
estadounidenses deseosas de trasladar fábricas a China. Así
se amasó la fortuna –entre otras– del tercer esposo de Feinstein, el
financiero Richard C. Blum, fundador de Blum Capital Partners, también
conocida como Blum Capital.
- La
señora Feinstein goza de reconocimiento público por haber obtenido la
publicación de información sobre 119 prisioneros de la CIA,
incluyendo los que se encontraban en Guantánamo, y sobre
las torturas que sufrían. Pero esa información se dio a conocer
a cambio del silencio de la propia Feinstein sobre las
80 000 personas ilegalmente detenidas en barcos de la marina de
guerra de Estados Unidos (US Navy) utilizados como cárceles
secretas en aguas internacionales.
Mitch
McConnell
- Senador
(desde 1984); actual presidente de la minoría republicana en el Senado.
- Miembro
del Partido Republicano
- A
cambio de garantizar el apoyo republicano a la política de Trump,
Mitch McConnell logró que su esposa, Elaine Chao, fuese
nombrada secretaria de Transporte en la administración Trump.
Su suegro, el hombre de negocios James S. C. Chao, es un
generoso donante de la escuela de comercio de Harvard, lo cual
le ha permitido imponer que toda una generación de dirigentes chinos
pasara por Harvard.
Apoyo de los grandes distribuidores
Walmart: familia Walton
- Propiedad
de la familia Walton.
- Donante
del Partido Demócrata. Hillary Clinton fue miembro de su consejo de
administración.
- Primer
distribuidor de bienes de consumo en Estados Unidos.
- Los
Walton fueron clasificados en 2020 como la familia más rica
del mundo.
Amazon:
Jeff Bezos
- Jeff
Bezos, director ejecutivo de Amazon y de Blue Origin y propietario
del Washington Post.
- Donante
del movimiento transhumanista.
- Primer
distribuidor a domicilio de bienes de consumo en Occidente.
- Clasificado
en 2020 como el hombre más rico del mundo.
Los pilares de la administración Biden
Ron
Klain
- Fue
jefe de gabinete del vicepresidente Al Gore y, posteriormente, del
vicepresidente Joe Biden (de 1999 a 2011).
Hoy es el jefe de gabinete de la Casa Blanca, o sea es el coordinador de toda la actividad de la administración Biden (desde 2021). - Miembro
del Partido Demócrata.
- Su
esposa, Monica Medina, trabajaba para la Walton Family Foundation, la
fundación de la familia propietaria de Walmart.
Antony
Blinken
- Fue
consejero de seguridad nacional del vicepresidente Joe Biden (2009
a 2013); consejero adjunto de seguridad nacional del presidente
Barack Obama (2013 a 2015) y secretario de Estado adjunto
(de 2015 a 2017). Es cofundador de WestExec Advisor
(de 2017 a 2021).
En 2021, Blinken se convierte en secretario de Estado de la administración Biden. - Es
neoconservador.
- Su
firma de cabildeo, WestExec Advisor, se compone de ex miembros
de la administración Obama y se encarga de conectar a las
transnacionales estadounidenses tanto con el Departamento de Defensa
de Estados Unidos como con el gobierno chino.
Avril
Haines
- Fue
directora adjunta de la CIA (de 2013 a 2015) y consejera
adjunta de seguridad nacional (2015 a 2017). Trabajó para la firma
de cabildeo WestExec Advisors (de 2018 a 2021).
Actual directora de la Inteligencia Nacional (nombrada en 2021 por la administración Biden). - Miembro
del Partido Demócrata.
- Durante
su actividad en la WestExec Advisors, defendió los intereses de las
compañías estadounidenses en el traslado de sus fábricas a China.
- Avril
Haines se ganó el sobrenombre de «la reina de los drones»
por haber concebido el programa estadounidense de asesinatos selectivos
perpetrados en todo el mundo mediante el uso de esos aviones
sin piloto. Fue Avril Haines quien negoció con Dianne Feinstein
para que esta senadora demócrata no hiciera públicos la campaña
estadounidense de secuestros y el programa de torturas implementado en
barcos de la US Navy.
Neera
Tanden
- Preside
el Center for American Progress y el presidente Biden la nombró
(en 2021) directora de la Oficina de Administración y Presupuesto
(Office of Management and Budget, conocida por las siglas OMB).
- Es
neoconservadora y amiga personal de Hillary Clinton.
- Siendo
directora del tanque pensante del Partido Demócrata, Neera Tanden era
miembro de la China-United States Exchange Foundation (CUSEF),
actualmente disuelta. Aquella organización se encargaba,
por cuenta del gobierno chino, de neutralizar en Estados Unidos
las críticas contra las transnacionales que trasladaban sus fábricas
a China.
Es
importante recordar también que, durante la reciente campaña electoral
estadounidense, se desplegaron los mayores esfuerzos para impedir que
los electores conocieran el resultado de la investigación del New York
Post sobre las “actividades” de Hunter Biden, el hijo del ahora
presidente Joe Biden, entre ellas el robo de
1 000 millones de dólares en Ucrania, con la complicidad de
CEFC China Energy, compañía hoy disuelta.
La posición china
La
elección de Joe Biden es una buena noticia para China, que todavía
no ha salido del subdesarrollo. China espera utilizar el ansia de
dinero fácil de los hipermultimillonarios estadounidenses para que estos
construyan nuevas fábricas, asumiendo los gastos, en el interior del
país.
Pero
China está consciente de que eso no durará por siempre ya que, a
medida que va desarrollándose, los obreros chinos adquieren mejor
formación y cuestan más caro. Ya en este momento, la fuerza de
trabajo china que puebla el litoral del Mar de China gana
casi lo mismo que los obreros estadounidenses.
Por consiguiente, ya no puede trabajar para empresas extranjeras y
comienza a volverse hacia las empresas locales y el mercado local, que ya
goza de la capacidad financiera necesaria para pagar mejores salarios.
Para
proteger la parte desarrollada del país de una fuga de industrias,
las autoridades chinas están forzando las empresas occidentales a operar
a través de empresas mixtas (joint ventures) donde la
mitad de las acciones pertenece a ciudadanos chinos. También han instaurado la
presencia de un representante del Partido en los consejos de administración de
esas empresas, para evitar que estas adopten estrategias contrarias a los
intereses nacionales.
En
definitiva, el objetivo final de China es separarse de los inversionistas
extranjeros e inundar los mercados con sus productos… pero por
cuenta propia.
Las
relaciones internacionales según Antony Blinken
Washington no tiene opción, sus intereses siguen
siendo los mismos. Pero sí han cambiado los intereses de su clase
dirigente. El nuevo secretario de Estado, Antony Blinken, pretende
por consiguiente continuar la línea adoptada desde que el presidente
Ronald Reagan recurrió a trotskistas para crear la NED: utilizar
los derechos humanos como arma del imperio… pero sin que
Estados Unidos los respete. Por lo demás, habrá que evitar
pelearse seriamente con los chinos y tratar de excluir a Rusia del Medio
Oriente ampliado para poder continuar la guerra sin fin.
La
administración Biden ha realizado sus primeras acciones en materia de
relaciones internacionales.
En
primer lugar, el secretario de Estado, Antony Blinken, ha participado por
videoconferencia en numerosas reuniones internacionales, garantizando
en todas a sus interlocutores que «America is back»
(“Estados Unidos ha regresado”). En efecto, Estados Unidos
está posicionándose de nuevo en todas las organizaciones
intergubernamentales, empezando por la ONU.
Las Naciones Unidas
En
cuanto llegó a la Casa Blanca, el presidente Joe Biden anuló la retirada
de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático y
de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El secretario
de Estado Blinken anunció poco después que Estados Unidos
se integraba al Consejo de Derechos Humanos de la ONU y
se postulaba para presidirlo. Incluso hizo campaña para que
sólo puedan ser miembros del Consejo de Derechos Humanos los países
que Estados Unidos considere respetuosos de esos derechos.
Estas
decisiones merecen varias observaciones:
El Acuerdo de París sobre el clima
Los Acuerdos de París contienen ciertamente muchas promesas pero
el hecho es que hay un solo resultado concreto: la adopción de
un derecho internacional a contaminar administrado por la Bolsa
del Clima de Chicago. Esa bolsa fue creada por el
ex vicepresidente estadounidense Al Gore y el redactor de sus
estatutos fue Barack Obama, quien habría de convertirse después en presidente
de Estados Unidos. La administración Trump nunca negó el cambio
climático sino que sostuvo que, además de las emisiones con efecto invernadero
producto de la actividad industrial, ese fenómeno podía tener otras
explicaciones, como la teoría geofísica formulada por el científico
austrohúngaro serbio Milutin Milankovic, en el siglo XIX.
La OMS
El Consejo de Derechos Humanos de
la ONU
Inspirados por el éxito de aquella operación occidental de propaganda
contra Libia, otros países y supuestas ONGs han tratado igualmente
de utilizar el Consejo de Derechos Humanos, incluso contra Israel.
Los estadounidenses ven los derechos humanos como una simple protección
contra la «razón de Estado», lo cual implica prohibir
la tortura.
Para las Naciones Unidas, los derechos humanos incluyen también el derecho a
la vida, a la educación, el derecho a un empleo, etc. Desde ese
punto de vista, China tiene importantes progresos que hacer
en materia de justicia pero presenta resultados excepcionales
en materia de educación, por ejemplo. Por consiguiente,
la presencia de la República Popular China en el Consejo de Derechos
Humanos –cuestionada por Estados Unidos– se justifica plenamente.
Irán y el futuro
del Medio Oriente ampliado
La
administración Biden está negociando además con Irán el regreso de
Estados Unidos al acuerdo nuclear llamado «5+1». Su objetivo
es retomar las negociaciones que los estadounidenses William Burns, Jake Sullivan
y Wendy Sherman habían iniciado hace 9 años –bajo la administración
Obama– con emisarios del ayatola Alí Khamenei. Actualmente, William Burns es
director de la CIA, Jake Sullivan es consejero de seguridad nacional
y Wendy Sherman es secretaria de Estado adjunta.
Cuando
estos negociadores iniciaron los contactos con enviados del ayatola Alí
Khamenei, el objetivo de Washington era apartar al entonces presidente
iraní Mahmud Ahmadineyad y reactivar el enfrentamiento entre los
musulmanes chiitas y los sunnitas en el marco de la «guerra
sin fin», siguiendo la estrategia Rumsfeld/Cebrowski [1].
Por su parte, el Guía iraní, Alí Khamenei, buscaba deshacerse de Ahmadineyad,
quien se había atrevido a enfrentarlo y a extender su influencia sobre
las poblaciones chiitas de la región.
Aquellos
contactos desembocaron en la manipulación de la elección presidencial iraní
de 2013, manipulación que hizo posible que el jeque proisraelí
Hassan Rohani llegara a la presidencia de Irán. En cuanto
se convirtió en presidente, Rohani envió su ministro
de Exteriores, Mohamed Zarif, a negociar en Suiza con el entonces
secretario de Estado, John Kerry, y con el consejero de este último,
Robert Malley. Lo que les interesaba entonces era cerrar, ante
testigos, el dossier del programa militar nuclear iraní, del cual
todo el mundo sabía que había dejado de existir desde mucho antes.
Después, hubo un año de negociaciones bilaterales secretas entre
Washington y Teherán sobre el papel regional de Irán, llamado a
retomar la función de gendarme del Medio Oriente que tuvo en tiempos del
shah Mohamed Reza Pahlevi. Para terminar, se procedió a
la firma –con bombo y platillo– del acuerdo 5+1.
Pero
en enero de 2017, los estadounidenses eligieron presidente a Donald Trump,
quien cuestionaba aquel acuerdo. El presidente iraní Hassan Rohani
procedió después a publicar su proyecto para los Estados chiitas
y aliados (Líbano, Siria, Irak y Azerbaiyán), que consistiría en
federarlos dentro de un gran imperio bajo la autoridad del Guía iraní,
el ayatola Alí Khamenei. Así que la administración Biden tendrá
que negociar ahora bajo esa nueva premisa.
Sin
embargo, Estados Unidos no puede posicionarse en el Medio Oriente ampliado
(o Gran Medio Oriente) sin antes decidir qué hacer frente a sus
dos rivales: Rusia y China. El Departamento de Defensa
ha creado una comisión que trabaja actualmente sobre esa cuestión y que
debe presentar sus recomendaciones en junio próximo.
Mientras tanto, el Pentágono pretende seguir haciendo lo que ya
hizo durante los últimos 20 años: la «guerra sin fin».
El objetivo sigue siendo liquidar toda posibilidad de resistencia en
la región, destruyendo las estructuras mismas de los Estados en los
países de esta región, sin importar que sean amigos o enemigos.
En principio, Washington no tiene intenciones de aceptar el proyecto
de Rohani.
La
administración Biden inició sus actuales contactos con Teherán
en noviembre de 2020 –o sea 3 meses antes de la
investidura de Joe Biden como presidente. Es exactamente lo mismo que hizo
el equipo de Trump –ponerse en contacto con Rusia cuando
Trump todavía era presidente electo–, lo cual le costó tener que
enfrentar cargos judiciales basados en la Ley Logan, una legislación
de 1799 que prohíbe la participación de «personas no autorizadas»
en las relaciones entre Estados Unidos y otro país. Pero esta vez
no sucederá lo mismo. No habrá acciones judiciales contra
el equipo de Biden ya que esta administración cuenta con apoyo
unánime de todos los responsables políticos importantes de Washington.
Además,
las negociaciones entre Estados Unidos e Irán se desarrollan al
estilo oriental. Teherán y Washington disponen de rehenes que garantizan
a cada uno un medio de presión sobre su interlocutor. Ambas partes
detienen espías –si no hay espías detienen a simples turistas– y los meten
en la cárcel con el pretexto de realizar investigaciones que
se alargan indefinidamente.
Para
empezar, Washington mantiene sus sanciones contra Irán, aunque ha
levantado las que había adoptado contra los huties en Yemen.
También ha decidido mirar para otro lado para ignorar
deliberadamente la vía sudcoreana que permite a Irán burlar
el embargo estadounidense. Pero eso no es suficiente.
Del
15 al 22 de febrero, Irán lanzó –a través de adeptos iraquíes– varias
acciones contra las fuerzas de Estados Unidos y empresas estadounidenses
en Irak –lo cual es una manera de demostrar que la presencia iraní
en Irak es más legítima que la del tío Sam. Por su parte,
Israel acusó a Irán de haber provocado una explosión en un tanquero propiedad
de una firma israelí mientras el barco transitaba por el Golfo
de Omán, el 25 de febrero.
La
respuesta de Washington consistió en ordenar al Pentágono bombardear
instalaciones utilizadas por milicias chiitas en suelo sirio
–lo cual significa que habrá que acostumbrarse a la presencia ilegal de
fuerzas militares estadounidenses en Siria, donde ocupan varias regiones,
mientras las autoridades de la República Árabe Siria acepten la presencia
de Irán, que ya no es una ayuda para los sirios sino sólo para
los sirios chiitas.
China
China no amenaza la posición dominante de Estados Unidos. Lo que
amenaza la posición estadounidense es el desarrollo chino. A pesar
de todo su cinismo, Estados Unidos no busca jugar al
colonialismo de estilo británico y hacer retroceder China a los tiempos de las
hambrunas. Lógicamente, Washington tendría más bien que instaurar ciertas
reglas en las relaciones entre la economía estadounidense y «la fábrica
del mundo». Aunque puede hacerlo –como se demostró durante el
mandato de Trump–, no lo hará porque la actual clase dirigente
estadounidense obtiene enormes beneficios personales del intercambio desigual.
Basta recordar que el secretario de Estado Antony Blinken creó
su propio gabinete de consultoría –WestExec Advisor– para hacer de intermediario
entre las transnacionales estadounidenses y el Partido Comunista Chino.
La
realidad es que Washington no tiene más opciones que tratar de maniobrar
para que el declive de la economía estadounidense sea lo más lento
posible y contener el poderío militar y político chino en una zona de
influencia delimitada.
Es
por eso que, en su primera conversación telefónica con el presidente chino
Xi Jinping, el presidente Biden aseguró que no cuestiona que
el Tíbet y Hong Kong, e incluso Taiwán, sean parte de la
República Popular China. Pero sí dio a entender que Estados Unidos
todavía cuestiona que China haya recuperado la soberanía que ejerció
sobre todo el Mar de China antes de la colonización europea.
Así que ambas partes seguirán amenazándose mutuamente alrededor de las
Islas Spratly y de otros islotes, abandonados o no.
Para
Pekín, eso son detalles sin importancia, mientras que sigue sacando al
pueblo chino del subdesarrollo, extendiendo cada vez más el
desarrollo económico hacia las regiones interiores de su país. Cuando
el tigre muestre sus garras, ya se habrá desplegado a todo
lo largo de las nuevas «rutas de la seda» y nadie podrá
imponerle nada.
Rusia
Los
rusos son un caso aparte. Son un pueblo capaz de soportar las peores
privaciones y que conserva una conciencia colectiva que siempre
le permite volver a ponerse de pie. La mentalidad rusa es
incompatible con la de las élites anglosajonas, siempre capaces de cometer
atrocidades para mantener sus niveles de vida. Son dos concepciones
diametralmente opuestas del honor: la de los rusos se basa
en el orgullo por lo que hacen; la de las élites anglosajonas
respeta sólo la gloria del triunfo.
A
pesar de los 30 años transcurridos desde la disolución de la Unión
Soviética y la conversión de Rusia al capitalismo, ese país sigue
siendo para las élites anglosajonas un enemigo ontológico –lo cual
demuestra que las diferencias entre sistemas económicos sólo eran un pretexto
para justificar el enfrentamiento.
Además,
sin importar lo que digan, los oficiales del Pentágono
no se plantean una guerra contra China sino en un futuro
muy lejano mientras que ya se disponen a un posible enfrentamiento
con Rusia. El primer bombardeo de la administración Biden acaba de
tener lugar en Siria, como explicamos antes en este mismo trabajo.
Conforme a sus acuerdos tendientes a evitar choques entre las fuerzas
militares de Rusia y Estados Unidos, el estado mayor estadounidense avisó
al estado mayor ruso antes de iniciar el bombardeo. Pero lo hizo sólo 5 minutos
antes de iniciar la agresión, para garantizar que Moscú no tuviera tiempo
de prevenir el gobierno de Siria. Lo peor es que Washington
no tomó ninguna medida para evitar que soldados rusos pudiesen
resultar muertos o heridos.
Estados
Unidos no logra aceptar el regreso de Rusia al Medio Oriente, un regreso que
paraliza parcialmente la «guerra sin fin».