Epístola a
un amigo
Por Antonio
Caponnetto
Querido
amigo:
Me sugieres que te mande alguna
reflexión sobre los últimos episodios bergoglianos que ya son por todos conocidos. A calamo currente
y con cierto desgano –que no es tu culpa- déjame pensar en voz alta:
Lo
substancial de cuanto tomó estado público el miércoles 21 de octubre, sobre la
legitimidad de la unión de los homosexuales, y su política general favorable a
la justificación benevolente de la sodomía, ya lo pensaba y lo expresaba
Bergoglio públicamente cuando estaba en la Argentina. Lo he escrito en el
capítulo 11 de "La Iglesia Traicionada", casi cuatro años antes de
que fuera nombrado para ocupar la silla petrina. Mientras termino este párrafo,
las redes informan que el Tucho Fernández redactó una noteja a la que dio en
llamar, justamente, “Bergoglio siempre tuvo esta opinión”. Por cierto que el
prelado difiere conmigo en que ese “siempre” lo condena a la ignominia al
encumbrado opinador y a él mismo, que su aquiescencia plena le otorga. Pero
ninguno de ambos está puesto en los sitiales que ocupan para tener reacciones
decentes y ortodoxas. Son, el uno y el otro, cada quien en su bajura,
encarnaduras torvas del Anti-Testimonio. Muecas paródicas de la Lex Credendi y
de la Lex Vivendi.
Por otro lado, durante sus años al frente
del Pontificado, resultan incontables las veces en las que Bergoglio ha tenido
palabras y gestos, posturas y conductas, de inadmisible contemporización y
beneplácito con el homosexualismo; sin que, paralelamente, se le conozca
reprobación alguna del vicio nefando y del pecado contra natura. Todo esto está
registrado hasta la minucia. Y da asco; no hay otro modo “suaviter” de decirlo.
Es un hecho
concreto, en síntesis, que existe un Bergoglio pro y filo homosexualista (y aún
pro enseñanza en los seminarios de la “teoría queer”); como que inexiste un
Bergoglio que, en tan delicada materia, recuerde y ratifique la doctrina
católica al respecto. A mi juicio, este punto ya está fuera de discusión.
Insito: precisamente por el registro detallado que se lleva de la cantidad de
veces en que Bergoglio se muestra propenso a convalidar, sino a festejar, lo
que repugna a la moral cristiana y aún a la mera moral natural.
Entiendo,pues,
que si algún esfuerzo analítico cabe hacer aquí y ahora, sería el mismo para
intentar dilucidar dos cosas. La primera, la causa en virtud de la cual,
Bergoglio lleva a cabo inexorablemente un plan sistemático de demolición de la
Iglesia Católica. No deja nada librado al azar o a la improvisación. No cesa un
solo día. Es infatigable para el mal. Hay un “intelligent design”, como dirían
los gringos. Sólo que ese designio inteligente no parece responder propiamente
a la Voluntad Divina; sino lo contrario. ¿Por qué lo hace? ¿Cuál es la causa?
La respuesta
me excede, por cierto. Pero escribí otro trabajo para ensayar una contestación,
titulado “No lo conozco”. Allí sostengo, en síntesis, que este sujeto ha
recorrido su carrera eclesiástica como un itinerario funesto que lo lleva “Del
Iscariotismo a la Apostasía”. Y que la explicación última de cuanto hace hay
que hallarla en ese pasaje trágico del Evangelio, en el cual, Nuestro Señor, le
dice a Pedro: “Vade retro Satanás” (Mc. 8, 33). Es el Pedro de la triple
negación inspirado por el demonio, el que gobierna hoy a la Iglesia. Sin la
presencia y la patencia del demonio es imposible dilucidar la causa profunda de
la cada vez más pública, insolente y provocativa perversión de Bergoglio.
No niego el
concurso de otras causas; desde las que nos lleven a constatar la existencia de
un antiguo y remozado complot, hasta las que señalen el cumplimiento de las
revelaciones contenidas en el Libro del Apocalipsis. Pero lo que está
demostrando la conducta escandalosa de este personaje oscurísimo, obliga
necesariamente, a mi juicio, a tener en cuenta un factor preternatural.
Sepamos, en suma, a qué nos estamos enfrentando. Ni tan calvo ni con dos
pelucas, me atrevería a sintetizar campechanamente. Ni la causa es únicamente
que se trata de un “porteño peronista” ( ¡y vaya si esto cuenta, que escribí un
libro titulado “De Perón a Bergoglio”!); ni tampoco de que ejecutó un
secretísimo ritual de sangre en alguna sinagoga(¡ y vaya si esto contara!).
Pero que el demonio está metido en el presente baile, a mi entender, es un hecho.
Consecuentemente
debería ser otro hecho que los católicos fieles tuviéramos una reacción
condigna y proporcionada. De mínima denunciarlo, sin paños fríos ni eufemismos
ni elipsis. Basta ya de “dudas”, “correccciones filiales” o simulaciones
diplomáticas. De máxima, rogar que aparezcan exorcistas probos que ejecuten su
oficio sin temores delante del principal sospechoso, y de la sede que habita.
Desenmascarar y repudiar hoy a Bergoglio, como cabeza de La Iglesia Traidora,
es lo menos que nos está exigido. Rezar por su conversión también. Y para que
sea liberado de las ataduras endemoniadas que a todas luces lo atenazan, mucho
más.
El segundo
esfuerzo analítico que cabría hacer (después del anteriormente enunciado sobre
la dilucidación de la causa de tamaña felonía), guarda relación con la
recurrente pregunta sobre nuestro obrar posible, oportuno y prudente. Y es aquí
donde mi respuesta es forzosamente más débil que en el planteo anterior. Porque
en tanto simple laico de a pie, feligrés sin parroquia y parroquiano errante,
no me sé en condiciones de trazar un rumbo de acción, ni mucho menos de tenerlo
por viable. Estoy entre los huérfanos no entre los patriarcas; entre los
náufragos antes que entre los timoneles.
Pero me
parece poder creer sinceramente ( y someto
mi mera opinión a la corrección o emienda de los doctos) que, en tales
circunstancias, se aplicaría, siquiera por extensión o en sentido figurado
aunque legítimo, la figura jurídica de “Sede Impedida”, prevista en el canon
412. Se considera impedida a una Sede por “cautiverio, relegación, destierro o
incapacidad” de su titular. De las notas previstas en el canon, la incapacidad
de Bergoglio es evidente. Hablo de una incapacidad raigal, hondísima e
insuperable de ser católico. También es evidente que está voluntariamente
cautivo de las estructuras judeomasónicas mundialistas, a las que acaba de
regalarle “Fratelli tutti”, sólo por contar el reciente obsequio. De su
destierro igualmente voluntario, también hay hirientes y lacerantes pruebas. Se
ha auto-desterrado de la Barca, recordando su conducta la de aquellos
desterrados infieles que menciona el Libro de Esdras.
Está
asimismo para nuestra eventual consideración lo que estipula el canon 194,&
1-2: “Queda de propio derecho removido del oficio eclesiástico quien se ha
apartado públicamente de la Fe Católica o de la comunión de la Iglesia”. Que no
es sino un eco de aquello de San Pablo: ”Que sea quitado de en medio de
vosotros, el que tal mal hizo” (Cor.5, 1-2).Y está –estuvo siempre, que conste-
la doctrina segura sobre la licitud de los súbditos de rebelarse contra la
autoridad injusta, dañina y corruptora; tanto más si el ejercicio de la misma
es tiránico, y su origen no tiene una transparente legitimidad. Recordemos la
logia mafiosa de San Galo, maniobrando tras la abdicación de Benedicto XVI.
De todo
surge que de brazos cruzados no podemos seguir. Esperar una migaja de ortodoxia
de este hombre sin Fe Católica, es ilusión vana; y es conformarse cada vez con
menos, principio de la tibieza. Precipitarse en una conclusión apresurada, al
amparo de aparicionismos privados o del libre examen de ciertos textos
venerables, tampoco podemos. Pero ignorar que existe el Libro del Apocalipsis,
y en él la figura del anfitrión del Anticristo, tampoco sería sensato.
Hasta aquí
mi opinión, caro amigo. A vuelapluma, como te dije; y con la esperanza de que
se expidan los que saben, y nos marquen un rumbo tan cierto cuanto concreto y
perentorio.
No puedo
sacarme de la cabeza las curiosas y hasta inexplicables palabras veraces que
escribiera un hombre en las antípodas de nuestro ideario: “Cayó un muro tras
otro[de la Iglesia]. Y la destrucción no resultó muy difícil una vez que la
autoridad de la Iglesia fue quebrantada[...]. Un trozo se desplomó tras el
otro[...]. Hemos dejado que se desmoronara la casa que nuestros padres
construyeron[...]. El Cielo se ha convertido para nosotros en espacio físico y
el empíreo divino no es sino un bello recuerdo. Nuestro corazón sin embargo
arde, y una secreta intranquilidad carcome las raíces de nuestro ser.
Lo escribió
Gustav Jung, en “Arquetipos e Inconsciente Colectivo” (Buenos Aires, Paidos,
1977,ps.17-18; 20-21). Parece mentira; pero lo de la burra de Balaam sucede.
Las imágenes satánicas de los templos chilenos incendiadosa mansalva, y otros
fuegos similares en la Vieja Europa, por cierto que nos hicieron recordar estas
estremecedoras palabras precitadas. Pero el fuego material al que han sido
arrojadas nuestras entrañables iglesias(sin la más mímima reacción viril de las
cúpulas eclesiásticas) es nada, comparado con el temor y temblor que nos causa
ver ese desmoronamiento espiritual, moral y doctrinal causado intencionalmente
por las llamas de quien se supone debería ser el Vicario del Agua de Salvación.
Amigo, te
pido unirte a este ruego simple pero sincero: ¡Señor! No permitas que dejemos
demoler impunemente Tu Casa. No permitas que renunciemos a conquistar el Cielo
por asalto. No permitas que nuestros corazones dejen de arder por amor a Tí. No
permitas que el buen combate sea únicamente un bello recuerdo.